Ahí va, lo veo caminar lento y tambaleante, su andar es zigzagueante e inseguro y sus manos temblorosas, se aferran a su báculo, compañero inseparable, suerte de tercera pierna.

Es el anciano, el de la lisa y abundante cabellera blanca, que transita por el tramo final de su vida. Todo en él es viejo, lo es su descolorida vestimenta y su calzado gastado por el uso y por los años. Sus ojos son pequeños, pero con el brillo de una estrella y van escondidos detrás de sus gafas redondeadas. El saco, atuendo que le imprime un cierto aire de respeto, comienza a reflejar un leve arqueado por la cifosis incipiente. Sus pantalones van sostenidos en desorden por una correa de cuero saltarina de trabillas y su largo parece que no importa, en una pierna es más corto que en la otra, dejando ver su parte baja, que es de piel blanca y magra contextura.

Está viejo. Veo que con dificultad lleva la carga de sus años y con mucho esfuerzo, el peso de su propio espíritu.

— ¡Viejo! ¿Cuántos años tienes?

— ¿Mi edad muchacho? Ésa no importa, es pública, la he pregonado muchas veces y lo he hecho hasta con cierto orgullo, porque es una de las pocas cosas que verdaderamente son mías. Pero bueno, te hablaré de otro tema, te hablaré de mí, de cómo creo que somos algunos viejos, de nuestros sentimientos, caprichos y pensamientos. En fin, conversaré como quien está consciente de recorrer los pasos finales de la vida en este mundo, pero que los anda con entereza y valentía.

Los viejos somos repetitivos, todo lo hacemos una y otra vez siguiendo el mismo patrón de proceder. No innovamos, la innovación lleva implícito el futuro y nosotros, futuro en este Mundo, no tenemos. Hoy estamos viviendo lo que en nuestros ya lejanos tiempos de nuestra juventud, era futuro. O sea, estamos viviendo nuestro futuro y por ello lo único nuevo que nos queda, es el pasado. Vivimos anclados a él, muchos quienes nos acompañaron en ese ayer, con nosotros, ya no están y los otros, quizás los menos, los que no se han ido todavía, son muy pocos. Cada día nos vamos hundiendo más en ese tenebroso mar de la clausura. Vamos quedando sumergidos en las profundas y gélidas aguas de la nostalgia. Todo nos hace sentir una inmensa soledad que, aunque estemos entre el bullicio de la gente, siempre estamos solos.

Para nosotros el devenir de la vida es como contemplar un reloj enorme que marca el tiempo con el fluir por sus entrañas, de menudos granos de la arena reluciente. Los anteriores a nosotros, van disminuyendo, los descendientes van aumentando y nosotros, como participantes marginales de aquel acontecer, continuaremos sin saber que hacer, asidos al cuello de aquel gigantesco imaginario. Seguiremos hasta que Dios quiera, viendo la disminución de los coetáneos y el aumento del conglomerado que nos sigue.

Siempre nuestra mirada es hacia el pasado y por eso la importancia de la fotografía. Muchas veces somos sorprendidos viendo, sonriendo y hasta dialogando con inmóviles personajes que otrora fueron nuestros compañeros, cuya imagen ahora, en un pedazo de papel, quedó impresa y congelada para siempre.

Nuestra imaginación supera la frontera del tiempo y nos permite participar en el ayer. Revivimos instantes de alegría que todavía flotan en el mar de la memoria y también en esa evocación, pasan momentos en los cuales, en profunda tristeza, fuimos sumergidos. Cosa curiosa, el desconsuelo sufrido en aquellos momentos por la partida de tantos y tantos seres amados, hoy pareciera un poco mitigado. La expectativa y la emoción por el próximo encuentro que tendremos con ellos en los jardines celestiales, después de este largo período de separación y si alcanzamos la Gracia de Dios Padre, borran un tanto aquellos pesares que otrora nos fueron lacerantes.

Hay en nosotros un fuerte deseo por transmitir a ustedes nuestros errores, para evitar que los cometan. De señalarles el camino que debimos seguir y no seguimos, de momentos que vivimos sin vivirlos y de angustias, apuros, pugnas y desvelos que vistos hoy no valen nada.

En fin muchacho, deseamos comunicarles nuestras experiencias a las cuales fuimos sometidos. Lamentablemente, aunque somos atendidos por ustedes con respeto, casi siempre nuestras palabras quedan en vacío. Hacen, como también hicimos cuando jóvenes. Las consideran sabias, pero por ser más fuerte el fragor de la vida, terminan desvanecidas.

Ésta es la etapa de la reflexión, la sencillez es el modelo de vida y de los bienes materiales, es poco lo que necesitamos. Es más bien el momento de “dar y compartir,” lo que, a nuestro parecer, constituye el gran secreto de la vida.

Nos auto juzgamos al revivir todo lo ocurrido, eventos buenos y malos en donde tuvimos participación, oportunidades de mejorar desperdiciadas, equivocadas acciones y omisiones, las primeras porque debimos haber acometido y las segundas por no haberlas rechazado, como era nuestra obligación.

Estoy en la etapa del arrepentimiento y de pedir perdón a Dios, por tantos desvaríos. Es ahora cuando debemos aligerar el equipaje para que en ese viaje, que en algún momento iniciaremos, seamos más ágiles por llevar un atavío más liviano.

Al final, con la pequeña y escuálida maleta contenedora de mis pocas buenas obras, enfrentaré aquella terrible pregunta: ¿Y tu hermano? ¿Dónde está tu hermano?

Tomás González Patiño

Enero – 7 –  2022

 

 

Tomás González Patiño
Tomás Gonzalez Patiño es un prestigioso ingeniero venezolano que ha dedicado muchos años de su vida a prestar servicios profesionales a distintas industrias y organizaciones de ese país, y quién tiene la fabulosa habilidad de combinar los números con la escritura, deleitándonos con ingeniosos cuentos y ahora poesía. El publicó el Libro “El seminarista que Colgó los Hábitos” y más recientemente "El Alfarero Solitario"