Después del acostumbrado cafecito que obsequia la línea, Eliodoro se recostó cómodamente en su asiento y se distrajo mirando el paisaje que, a través de la ventanilla, se presentaba ante su vista. Tenía la expectativa de ver a su pueblo, pues  hacía mucho tiempo que no lo visitaba. Fue allí donde nació, pasó su infancia y parte de su adolescencia, el cual por estar situado a un lado de la ruta de su vuelo, pronto lo sobrevolaría.

Sólo el ruido monótono de los motores del DC3 que lo transportaba, era lo que percibían sus oídos.

Era un plácido vuelo que se realizaba en una mañana soleada y en un ambiente completamente despejado.

Desde lejos comenzó a divisar difusamente, la imagen de su pueblo, el cual dentro de poco, estaría en posición de ver en detalle y a sus anchas.

Momentos después, cuando ya pasaba sobre aquel poblado que tanto deseaba ver, comenzó un diálogo mudo consigo mismo, el cual llevó a cabo en el ámbito de su mente.

— Aquel es mi pueblo. Lo veo integralmente, sus calles, la iglesia con su torre, la plaza, el parque, el mercado, la calle que llega al río, la carretera hacia la capital,…… Así con esa conversación mental donde él se hablaba a sí mismo, poco a poco se fue hundiendo en el inmenso mar de los recuerdos de sus ya lejanos tiempos en aquellos lugares donde actuó por muchos años.

Era impresionante que por el pequeño orificio que era aquella ventana, podía ver a su pueblo, verlo en toda su extensión, apreciar también sus derredores y hasta en un rápido curiosear, a la zona circundante.

Aquella ciudad tenía un río, o también podría decirse, que aquel río tenía una ciudad. Bueno, sea como sea, lo cierto es que, según se comenta, todo pueblo que se considere de importancia, debe tener un río que lo cruce o le sea tangente. Su pueblo cumplía con esa condición, pues había un río contiguo, por lo tanto, al menos para Eliodoro, era importante.

Para él era como tener a la vista un mapa vivo donde se podían observar los diversos accidentes geográficos de la zona y el movimiento de automóviles que se desplazaban por las calles del poblado, aunque por la distancia, se observaban diminutos.

Rápidamente paseó su mirada por todos y cada uno de los sitios relevantes por donde anduvo muchas veces. Con insistencia buscaba la casa de su infancia, la cual, después de algún intento, logró localizar. Concentró su mirada en ella y con cierta minuciosidad, comenzó a detallarla. Vio el patio donde transcurrieron sus correrías infantiles, el pasillo que lo llevaba a la cocina, el corredorcito de atrás y muchos otros rincones que por haberlos vivido, recordaba claramente. Pasaron por su mente muchos momentos felices cuando habitaba en ella en compañía de sus padres y de sus hermanos.

No se sabe si fue el ruido constante de los motores de la nave que lo trasladaba, el paisaje presentado ante su vista, o quizás el inmenso caudal de recuerdos que en ese momento le afloraban; que mágicamente hicieron volar en el tiempo a su imaginación. Aquel estado de fascinación, le hizo cruzar la sutil línea que separa a la realidad de la fantasía. Frontera tan indefinida e imprecisa como la que separa a la sombra de la claridad. Lo cierto es que la concentración y emoción de Eliodoro fueron tales, que pareciera haber dejado el asiento que ocupaba en aquel avión y haber  penetrado en la antigua casona de su infancia. Estaba totalmente desligado de lo que le rodeaba, ya no percibía los estímulos normales que le producía la realidad. Parece que todo lo que hasta ese momento había ocurrido, lo introdujo en un éxtasis donde éstos no eran necesarios.

Aún más, su mente, galopando a lomos de la fantasía, le permitió trajinar por los distintos ambientes de su casa. Desde ese momento la escena en la cual él participaba, se desarrollaba totalmente en su pensamiento. El avión, la ventanilla, el panorama, su pueblo y todo lo existente en su mundo real, no eran necesarios para llevar adelante aquella alucinación.  Esa acción mágica lo convirtió en morador de aquella casa, comenzó a revivir en ella el ayer y a participar de los diarios acontecimientos de aquella época. En uno de esos momentos fantásticos se encontró con su padre, con quien inició un diálogo que por muchos años no había podido tener, dada la separación natural producida por la muerte de aquel hombre, acaecida hacía ya varios años.

— Papá, qué emoción verte nuevamente después de tantos años de separación. Te quiero mucho y he sentido demasiado tu ausencia. Quiero hablarte de muchas cosas. Saber cómo es el Cielo donde has estado, bueno, y de tantas otras;  pero, hoy tendremos todo el tiempo para conversar acerca de ti y de mí.

Eliodoro en ese estado paranormal sentía un profundo bienestar que deseaba nunca fuera interrumpido por nada.

— Hijo, igualmente yo, te quiero mucho y espero que un día nos reunamos todos allá en el Cielo. Ahora estoy muy feliz, tengo a mi lado a tu madre y a todos mis seres queridos que dejaron tu mundo. Mira, siempre estoy pendiente de ti y quisiera……

Señores pasajeros nos estamos aproximando a nuestro destino, favor abrocharse ….

TOMÁS GONZÁLEZ PATIÑO

ABRIL 16 de 2022

Foto Cortesía de Valentina Pugliese

Tomás González Patiño
Tomás Gonzalez Patiño es un prestigioso ingeniero venezolano que ha dedicado muchos años de su vida a prestar servicios profesionales a distintas industrias y organizaciones de ese país, y quién tiene la fabulosa habilidad de combinar los números con la escritura, deleitándonos con ingeniosos cuentos y ahora poesía. El publicó el Libro “El seminarista que Colgó los Hábitos” y más recientemente "El Alfarero Solitario"