Por: Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gmail.com
En un ejercicio de lo que se llama historia contrafactual, una gimnasia de abstracción que linda con la ficción literaria, nos preguntamos con insistencia: ¿Cuál sería el destino del General Pedro León Torres si participa en el Paso de los Andes en 1819? ¿Lo hubiese matado el soroche o mal de páramo a sabiendas de que él era un hombre del caluroso semiárido venezolano? ¿qué hubiese pasado si obedece sumisamente al Libertador cuando el caraqueño lo degrada de su rango de General momentos antes de la cruenta Batalla de Bomboná, el 7 de abril de 1822? ¿Qué hubiese sucedido de no haber encontrado la muerte el General Torres en aquella terrible carnicería que fue la Batalla de Bomboná en 1822? ¿Cuál habría sido su papel en la liberación de Ecuador y del virreinal Perú de haber sobrevivido a la terrible y cruenta Batalla de Bomboná? Y una pregunta más insidiosa aun: ¿Cuál habría sido su posición en el espinoso asunto de la disolución de la Gran Colombia, llamada la Cosiata, inmensa aspiración abortada, salida del genio portentoso de Bolívar? ¿Hubiese retornado el General Pedro León Torres desde el Sur a su patria venezolana una vez terminada la Guerra Emancipadora, tal como lo hizo el General Jacinto Lara, su paisano caroreño? ¿A cuál de los bandos de la Guerra Federal se incorporaría Pedro León Torres ya anciano por esos años? ¿Hubiese fallecido a provecta edad y retirado apaciblemente de las armas en su Carora natal?
Quien escribe cree que el General Torres hubiese participado con gloria en la inmortal Batalla de Pichincha y Ayacucho, que seguramente asumiría posiciones de gobierno en Perú, pues había tenido experiencias de gobierno en Guayana y fue miembro del Congreso de Angostura de 1819, memorable momento en donde Bolívar pronuncia su célebre Discurso de Angostura que hecha las bases de la Gran Colombia.
Este es un ejercicio de imaginación histórica que cautiva por lo novedoso y sorprendente. Con todo, sería para los venezolanos y los larenses una gimnasia de pensamiento necesaria y vital para darle forma y consistencia al sentido crítico, en un país que, como sabemos, carece cruelmente de memoria y de imaginación histórica, tal como se lamentaba nuestro insigne Maestro trujillano Mario Briceño Iragorry (Mensaje sin destino, Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo, 1951).
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