Autor: Edecio R. Riera M.
Transcurría el año 1923, el mismo año en que nació Alirio Díaz y Alì Lameda, y que también viene al mundo Rodrigo Riera, tres tórrenses muy humildes y que posteriormente llegaron a ser magníficos artistas, muy grandes y que no los enfermó la fama, ni el prestigio ganado con esfuerzos propios. Rodrigo, era hijo de Juancho Querales y de Paula Riera. Su padre fue un gran músico, nativo de Barrio Nuevo. En el momento del nacimiento se le observó que tenía sus pies torcidos, pero no se hizo nada al respecto. Es posible que y debido a la estrechez económica de sus padres, dejaron pasar el tiempo y el niño fue desarrollándose con toda normalidad y logró caminar, apoyando parte del dorso de los pies, con esa discapacidad motora. No existían zapatos especiales. Las Alpargatas como calzado eran sus prendas para cubrir sus pies. Se apoyaba de esa manera para poder andar y con esa dificultad fue creciendo. A los siete años lo inscriben en la Escuela Carora, que funcionaba en una vieja casona de la calle Libertad, para estudiar su educación primaria.
Abandona por un tiempo la educación estando en cuarto grado, y se dedica a lustrar y pulir zapatos, con el objeto de contribuir con su familia y al mismo tiempo, iba adquiriendo los primeros pasos para la ejecución del cuatro, y por ser su padre un músico formado a través del oído, pero un buen músico al fin, esto lo motivó a aprender esta disciplina, primero con el cuatro y luego con la guitarra.
Se convierte en un experto en el oficio de lustrar los zapatos y se establece en la Plaza Bolívar, ya había adquirido los conocimientos necesarios y esenciales, que muchas personas lo buscaban a él. Eso hizo que otros compañeros limpiabotas se ubicaran en otros lugares, porque el Chueco era el requerido.
Luego de una gran jornada de trabajo, solía verse con muchos de sus competidores en el Río Morere, en especial en el “Pozo de Chicorias”. Se hizo una costumbre de muchos adolescentes caroreños, bañarse en ese pozo. En varias oportunidades pasaron algunos sustos, ya que, no se percataban que el río estaba crecido o traía más agua de lo normal. A varios los arrastró la corriente, pero no hubo nada que lamentar, sólo el susto del momento. Se pudo comprobar que los muchachos o jóvenes de ese tiempo eran muy maduros. Nadando eran excelentes y se defendían muy bien de las aguas turbulentas del “Hilo de miel de perezoso curso”.
Se cuenta que estando recién nacido le dio Poliomielitis y esa enfermedad le afectó sus pies. Otras perronas afirman que fue un problema congénito, que se desarrolló por una mala posición en el vientre de la madre y cuando nace, a pesar de que le observaron las plantas de sus pies, no las apoyaba bien, pensaron que con el transcurrir del tiempo se le iban a enderezar, y también creyeron que eso se debió a la Poliomielitis, bueno, no fue así.
Un problema de ortopedia traumatológica. Esta patología es conocida como Pies “Equinovaro” y se debe a que el feto en el vientre de la madre adquirió una posición inadecuada, por un buen tiempo. Se cree y se afirma que el feto estuvo un cierto tiempo como sentado, encajado con los pies: planta con planta. Esta posición es posible, que algunas señoras en estado de gravidez, suelen dormir en chinchorro o hamacas y que estas presentan hundimiento y el cuerpo queda en esa posición, como encajado, similar al nido del Turpial. También se puede presentar esta dificultad, en el uso de algunas camas como los Catres o camas individuales, donde el jergón que sostiene la colchoneta tiende a hundirse por efectos del peso de la persona que duerme en ellas, Esa característica contribuye de manera determinante en que el feto adquiera una posición inadecuada, al estar en el vientre de la madre y en especial, la parte de la espalda, las caderas y esa postura para desarrollarse influye en la formación normal y desarrollo del futuro bebe.
Esta hipótesis, tiene mucho de verdad, aunque científicamente no se ha divulgado como es debido, sin embargo, los médicos siempre recomiendan a las damas que están en cinta, que caminen, que hagan ejercicios a fin de lograr un parto normal y no un alumbramiento traumático, ejemplo de ello son los nacimientos, cuando vienen sentados. Es oportuno comentar que los huesos antes de ser huesos, se conocen como cartílagos y estos son muy blandos y tienden a deformarse por una postura mal concebida. Los casos de malformaciones en las extremidades superiores e inferiores, se pueden corregir con varias intervenciones quirúrgicas y se complementan con algunas piezas ortopédicas.
Actualmente existe una gran oportunidad, para los niños que presentan esas patologías. Es una Propuesta, un estudio o una hipótesis creada por el Dr. Ignacio Ponseti. Denominado “Método Ponseti”, el cual consiste en la colocación de una serie de Yesos en forma progresiva, desde que el niño nace, hasta que se le corrige el defecto. Es mucho menos traumática que la intervención quirúrgica. Este método, lo complementan con un par de zapatos, unidos por una pieza metálica que se gradúa por medio de un dispositivo con un tornillo con una indicación numerada y los mantiene separados, en el caso que el problema sean los pies. Del mismo modo y en forma simultánea, se aplica la terapia ocupacional.
Esta problemática, posiblemente fue la que le causó a Rodrigo Riera, una discapacidad motora, desde su nacimiento y que no le impidió, ni lo afectó caminar o desplazarse a cualquier lugar. Es interesante hacer notar que para nada esa patología lo perjudicó ni física ni psíquicamente, aun cuando, su defecto en sus extremidades era notorio, no se sintió ofendido, no se acomplejó por su discapacidad. No le molestaba que lo llamaran “Chueco”.
En esta ciudad, es una constante y no escatiman esfuerzos por colocarle un apodo a la gente, máxime sí a esa persona se le nota sustancialmente un defecto físico o tiene algo que lo hace distinto a otros. Es seguro que “Antes de que cante el gallo”, ya tiene su sobrenombre registrado en el argot popular del lenguaje o dialecto del caroreño.
Rodrigo se sentía reconocido, admirado y con mucha sinceridad y simpatía, le gustaba que lo trataran con ese remoquete. Era indiferente, no le causaba ningún problema. Soy el “Chueco Riera” ¿Y qué? Es verdad, a nadie objetaba, en cambio con esa actitud ganó muchos admiradores y fanáticos. Tal vez esa actitud que asumió fue la mejor, la más idónea. Su gran sensibilidad lo conllevó a interactuar de esa manera, porque si hubiese sido al contrario, a lo mejor los horizontes explorados no se hubieran abierto.
Por la calidad que le imprimía a su trabajo, se había convertido en un excelente y particular limpiabotas. Solía decir: “Se los dejé como un espejo”, relucientes, muy brillantes. Además tenía un cuidado único de no manchar las medias de sus clientes, pues, le colocaba alrededor del pie varias barajas con ese propósito,
Un guitarrista de origen paraguayo, quien había venido a Carora a dar un concierto, le pidió al pequeño limpiabotas que le lustrara sus zapatos ya que, daría un concierto con su guitarra, en esta ciudad. Eso fue motivo para interactuar con el cliente y músico Agustín Barrios Mongorè. Él le propuso que lo dejara ver y oír el concierto y que no le cobraría por su trabajo. Soy un empecinado y aficionado al toque de la guitarra. _Comentó el limpiabotas_ El músico paraguayo al oír aquella expresión del niño, el guitarrista accedió y le dijo: Me busca y le dice a los organizadores que lo dejen pasar, que nosotros conversamos. Usted es mi invitado especial. Así fue, llegó un poco antes de la hora del concierto y el primero que ya permanecía instalado cómodamente en una silla preferencial, era el pequeño Rodrigo Riera.
Quizá esa pudo haber sido su mejor y mayor motivación y estímulo. Fue una experiencia única que lo conminó a dedicarse con más empeño y dedicación en la ejecución de la guitarra. Salió de ese recinto donde se realizó el concierto, maravillado e impresionado de oír y ver a ese gran músico, que con una excelente maestría tocaba la guitarra. _Comentaba que llegaría a ser tan bueno como él o ¿porqué no, mejor que ese gran maestro paraguayo?.
Siendo todavía un niño “rasguñaba el cuatro”, ya que, su padre era un buen músico y le fue inculcando los primeros conocimientos de ese popular instrumento.
En otra oportunidad que fue hasta la casa de Don Cecilio Zubillaga (Chío), pues bien, lo había mandado a buscar, porque quería conocerlo personalmente y le habían comentado que ese muchacho tocaba muy bien la guitarra. El objeto como escusa era que le puliera sus zapatos y poderlo observar en el toque de la guitarra. Luego del saludo el joven pasa adelante y observa a un señor acostado en un grande y hermoso chinchorro, con unas enormes traperas que colgaban hasta el piso.
¿Es verdad que tú eres el mejor limpiabotas de Carora? ¡Bueno yo no sé si seré el mejor, pero trato de hacer bien mi trabajo. _ Respondió el muchacho_. Con lo que me gano puedo ayudar a mi familia y si lo hago mal no gano nada._ Replicó el Joven Rodrigo. Está bien, púleme esos dos pares de zapatos y esos dos pares de sandalias, porque pronto viajo a Francia y los necesito bien limpios. _ Le comentó el maestro. No se preocupe Don. _ Dijo el pulidor de calzados. ¿No se los va a calzar? Volvió a intervenir el joven Rodrigo. No es que estoy muy ocupado. _Respondió el maestro Chío. El niño limpiabotas extrajo de su cajón un pequeño trozo de madera y una figura muy similar a una pera o aguacate, forrada en una tela estampada y en un orificio que tenía la figura le colocó el trozo de madera y la pieza en forma de martillo la introdujo en el zapato derecho del primer par de color marrón.
Comenzó su jornada, amarrando las trenzas y esta pieza le servía como si fuera uno de los pies. Don Chío, acostado en su chinchorro lo observaba de reojo. Nadie comentaba nada. Mientras tanto el niño betunero hacia su trabajo, también observaba al maestro que escribía en unas hojas sueltas y revisaba varios libros.
Luego de un lapso de tiempo, en el cual el limpiabotas dio por concluida su labor. El jovencito interrumpe. _ ¡Don, ya están listos sus calzados! ¡Muy bien! ¿Cuánto me vas a cobrar por ese trabajo? _ Preguntó Don Chío. Un bolívar por los dos pares. _Le contestó el limpiabotas.
Lo felicito por su trabajo, en verdad lo hace muy bien y creo que es el mejor betunero de Carora. _Comentó el maestro. ¿Es verdad que usted toca la guitarra? Continuó preguntando Don Chío. Estoy aprendiendo y me gustaría llegar muy lejos. _Afirmó el limpiabotas.
Don Chío se levanta y toma una guitarra que permanecía colgada de una de las puntas de los cuernos de una cabeza de Venado que estaba muy cerca de su chinchorro y de muchos libros. El maestro le sugirió que tocara algo y le pasó la guitarra. Se dice, que el jovencito la tomó entre sus manos, se la colocó, muy cerca de su oído derecho, pulsó algunas cuerdas y pudo comprobar que el instrumento estaba desafinado. Procedió a afinarlo y le interpretó algunas piezas de música venezolana, demostrando con ello que poseía muchas condiciones y a pesar de su corta edad se vislumbraba un gran talento para la música.
Esa fue una gran oportunidad que tuvo Rodrigo al visitar al maestro Chío, porque, y es en esa ocasión que Don Cecilio Zubillaga le ofreció su apoyo incondicional y lo motivó para que siguiera tocando, que no abandonara esa idea que había concebido. Tienes un gran futuro por delante en el campo de la música. Y le dice: _ “Siempre adelante aunque sea con la fuerza magnifica del pensamiento”
Algunos de sus familiares cuentan que posterior al contacto con Don Chío, se marchó a la ciudad de Maracaibo. Había sido contratado por la Emisora “Ondas del Lago” y en compañía de otro buen músico Nicolás Vale Quintero, solían tocar sobre todo los viernes y fines de semana, por las noches en algunos bares de la ciudad. Desde el punto de vista económico tenía muchas limitaciones, en particular para trasladarse a lugares alejados y para hospedarse en los hoteles. Para viajar a Maracaibo, un gran y excelente fabricante de zapatos de apellido Carrasco le diseño un par de color negro, muy similar a un par de guantes de boxeo y esos fueron sus primeras prendas para cubrir sus pies.
Por ser nativo de Barrio Nuevo, frecuentaba constantemente el “Rinconcito Arrabalero”, un lugar muy emblemático y cercano a su casa, porque en ese lugar se efectuaban grandes veladas culturales, y lo que más resaltaba era la música con guitarras; la música gaucha, el tango, el bolero, entre otros géneros.
Las visitas a ese lugar también sirvieron de una buena motivación, por cuanto, allí concurrían grandes músicos, compositores y excelentes cantantes y esa actividad para él, representaba una oportunidad muy especial e importante. Se podía valorar a esos distinguidos y grandes intérpretes de la guitarra.
Toda esa experiencia de oír música ejecutada con guitarras, la fue acumulando en su haber y fue configurando una estampa muy cercana a él, que lo incitaba a buscar otras instancias que le permitiera convertirse en un gran ejecutante de ese instrumento. Su situación económica lo obligó a seguir explorando otras posibilidades que le pudieran proporcionar recursos económicos para adquirir una guitarra de mejor calidad y comprar ropa, más adecuada para estos actos y por supuesto, seguir aportando a su familia. También sugirió la confección de dos nuevos pares de calzados: uno negro y otro marrón, ya que se dañaban muy rápido por su forma de caminar y el roce con el piso tendían a rayarse y la idea era sustituirlos lo más pronto.
Constituye un trío con su hermano Rubén, Teódulo Alvarado y Leonardo Rodríguez. Con esta agrupación continúa actuando en clubes nocturnos, cabarets y otros lugares donde era requerido, bueno, se había ganado una muy acertada reputación y una genial publicidad y que ya se perfilaba con una gran promoción en este tipo de música y canto. No obstante, andaba en busca de otra cosa, que a lo mejor no lograba definir bien. Con un buen tiempo en la ciudad de Barquisimeto, donde fue contratado por Radio Lara y Radio Universo de Los Hermanos Segura y al mismo tiempo fungía como guitarrista de Planta de Radio Barquisimeto, también de Los Hermanos Segura. Continuaba tocando en lugares nocturnos, clubes y es más, en varias oportunidades era contratado para dar serenatas y tocar en cumpleaños, en especial, de algunas damas de la comunidad barquisimetana complacidas por sus pretendientes o esposos.
Con el trió que había conformado, se traslada y se radica en la Capital de la República y realiza varias presentaciones en las emisoras: Radio Reloj Continente, Radio Difusora Venezuela, Radio Rumbos, Radio Caracas Radio, entre otras.
Con los beneficios adquiridos por estos conceptos, se dedica a estudiar en La Escuela Superior de Música “José Ángel Lamas” A pesar de su edad es admitido, debido a las grandes condiciones que él poseía como ejecutante de la guitarra. Un gran talento andaba un poco vacilante. El maestro Antonio Lauro le había hecho una recomendación muy amplia y particular. Por otro lado el maestro Raúl Borges, con quien estudió guitarra, fue quien le hizo la presentación, logrando con ello el cupo para poder estudiar.
Se pudo comprobar que estudió con los maestros Vicente Emilio Sojo y Juan Bautista Plaza. Logró una especiación con estos excelentes maestros en Teoría, Solfeo y Armonía. Más adelante, al Chueco Riera, le fue otorgada una beca por el Ministerio de Educación en el año 1952, para estudiar en España en el Real Conservatorio de Madrid y al concluir sus estudios en ese prestigioso conservatorio, se va a Siena, por donde un poco antes ya había pasado su conterráneo y amigo Alirio Díaz.
Riera se consolida como concertista bajo la tutela del maestro Andrés Segovia, con quien convive por más de siete años. También se le presentó la oportunidad de estudiar Música de Cámara por un lapso de cuatro años con el maestro Ricardo Gréngola.
Rodrigo Riera, como guitarrista profesional y ya consagrado como todo un gran músico, da su primer concierto en el Teatro de la Comedia de Madrid, ese concierto se efectuó a mediados del año 1954 y posteriormente a ese evento, se estrenó como guitarrista en España.
En el año 1963, decide seguir explorando en otros horizontes y esta vez lo hace en Nueva York y en ese país logra estar por más de cuatro años. Establecido en esa ciudad de los EE UU, se dedica a dar una serie de conciertos en otras ciudades y en varios teatros y universidades de ese país. Al mismo tiempo continúa realizando otras composiciones, e igualmente le dedica una gran parte de su tiempo a interpretar música popular en algunos clubes nocturnos y cabarets, ya que, la experiencia lograda en otros lugares, le había proporcionado muy buenos beneficios económicos.
Rodrigo Riera, contrae matrimonio con Julia Esteban y procrearon cuatro hijos, de los cuales, Rubén, el mayor de los varones, heredó de su padre esa disciplina y se convirtió en un gran músico, especializándose en la Guitarra Clásica. El Chueco Riera se le otorgó el Premio Nacional de Música en el año 1995, por su constancia y dedicación y como un homenaje y reconocimiento a su labor tan importante; por la gran difusión que le dio a la música venezolana en otras latitudes. Ese premio le fue otorgado por el CONAC. Institución que le dio paso al Ministerio del poder Popular para la Cultura.
Este excepcional músico caroreño, fue Director de Cultura de la Universidad Centro Occidental “Lisandro Alvarado” y la vez Director de la Cátedra de Guitarra Clásica en esa prestigiosa institución universitaria.
Con el excelente artista plástico y cultivador del Arte Cinético, Jesús Soto, se logra conformar una integración muy particular, porque en un tiempo pasado habían establecido una cordial amistad y esta los conllevó a experimentar y a concebir una idea que habían pensado alguna vez, y se propusieron grabar un CD, con boleros del gran compositor mexicano Agustín Lara. Fue un manojo de boleros de esos que se denominan Clásicos. Se pudo afirmar que esa grabación fue todo un éxito y que quedará para la posteridad como un legado de estos dos grandes artistas que consiguieron unir la sonoridad musical y las pinceladas policromàtica, en dos voces. No como artistas del canto, sino como forma de expresar un sentimiento muy profundo.
Una vez consagrado como un gran guitarrista de música clásica y popular, volvió a Carora y ofreció algunos conciertos, los cuales se pueden catalogar como excelentes. Sus paisanos le brindaron una maravillosa acogida y lo premiaron en todo momento con una gran asistencia a sus conciertos.
Quizá la actuación de mayor significación fue el concierto que ofreció al lado del maestro Alirio Díaz, en la Iglesia San Juan. Fue una total coincidencia que los mejores guitarristas del mundo fueran de este municipio y que se encontraran en Carora y deleitaran a sus conterráneos con un hermoso y excepcional recital; organizado por la Casa de la Cultura de esta ciudad.
Ese recinto religioso resultó muy pequeño, muy estrecho para albergar al gran público que acudió a ver, oír y admirar a estos dos sublimes genios de la guitarra universal y que con sus manos prodigiosas rasgaban, pulsaban y hacían vibrar las cuerdas tensas de ese espectacular instrumento, cual manantial minaban los arpegios, los acordes, y el ritmo de las notas musicales, de las piezas melódicas cuyos compases logrados con una maestría excepcional y una excelente pulcritud en la ejecución de las grandes obras de compositores universales entre otros: Bach, Beethoven, Mozart, Vicente Emilio Sojo, Antonio Lauro…
Se comentó que había mayor número de personas fuera de la iglesia, en la Plaza Bolívar y las calles adyacentes. La Casa de la Cultura no se durmió en sus laureles y aprovechó al máximo la estadía del primer y segundo guitarristas del mundo que por esas casualidades de la vida se encontraban en su tierra natal, para planificar y ejecutar un segundo concierto, esta vez en el Teatro Alirio Díaz, porque el que se efectuó en la iglesia San Juan, ese recinto resultó muy pequeño para ese enorme público asistente. Del mismo modo el organizado en el Teatro que lleva el nombre del primer guitarrista del mundo, el insigne maestro Alirio Díaz, nativo de la Candelaria, de este municipio, igualmente resultó demasiado pequeño a pesar de que se había previsto alquilar unas trescientas sillas que se colocaron en los pasillos y caminerías del teatro, en forma similar fue abarrotado por una gran muchedumbre, de tantos admiradores.
Todo un grandioso éxito. Un magnífico espectáculo. Por vez primera se encuentran estos dos artistas universales de la guitarra. La sentencia de que nadie es profeta en su tierra, al parecer se cayó. Una nutrida ovación de aplausos al final del concierto, que podían oscilar entre diez y doce minutos de pie, y los artistas optaban por interpretar otra pieza. De nuevo la ovación y los guitarristas otorgaban una pieza más a su público. Fue una constante por unas cuatro o cinco veces. Por fin el telón se cerró y los aplausos no paraban, no cesaban, tal vez quince minutos, _¡interminables!_ y los músicos de la guitarra del mundo, volvieron a aparecer y se despidieron interpretando del maestro Antonio Lauro: Natalia Y la canción Caroreña de Rodrigo Riera.
Una gran audiencia, un inmenso gentío que se dignó en brindarles ese gesto de cariño, admiración y respeto a dos personajes nativos de estas tierras del semiárido que se consagraron en esa especialidad de la música y por esas casualidades que da la vida, actuaron juntos, sin ninguna mezquindad, arrogancia, prepotencia y que ellos, por ser de un origen tal humildes, no les enfermó la fama y el dinero. El interactuar en grandiosos teatros del mundo, con otras culturas muy distintas a las nuestras, empero, fueron dos caroreños que se crecieron ante las miles dificultades y vencieron los obstáculos de mayor hostilidad, las barreras más intrincadas y triunfaron por el sólo hecho de creer en la constancia, en la perseverancia, en la dedicación y en el empeño puesto de manifiesto y demostrando con la actitud y con su aptitud, por tener presente en todo momento en sus pensamientos, la meta que se propusieron alcanzar.
Para el caroreño, así como para el torrense en general, representa un gran orgullo y un extraordinario privilegio, de haber podido contar en esta pequeña comarca con lo más notable de la guitarra clásica universal a dos admirables compatriotas que se esmeraron en dejar un legado, una huella imborrable en el sentimiento de sus paisanos que les reconocen y valoran la trayectoria conseguida a lo largo de su labor. Esa demostración es una parte de eso que se conoce como la idiosincrasia de este pequeño conglomerado torrense.
Esta apreciación hace que el ciudadano común de este pueblo sea cada vez más regionalista, porque valora a su terruño como único y reconoce las virtudes y admira la potencialidad y energía con la cual interactúan en el ámbito de la creación y con mayor empeño en destacarse, incluso por encima de las dificultades de máxima adversidad. Eso es el caroreño por excelencia: un ser emprendedor, creativo, progresista y siempre con un gran deseo de superación, tanto desde el punto de vista personal, como un gran anhelo de percibir que ese logro alcanzado; sea transformado en objetivo colectivo y que impacte de manera contundente en la transformación de su Patria chica, en forma positiva.
Para complementar este modesto trabajo, se tomó del periódico El Impulso.Com., algunos datos estadísticos aportados por el periodista Juan José Peralta.
CUENTOS PARA LA HISTORIA Nro. 10.- EL CHUECO RIERA