Recientemente, la editorial El Perro y La Rana publicó la 2a edición de la obra “Cuando Dios llegó a Curarigua (Historia de la Iglesia Católica en el Pueblo)” obra de Don Bernardo José Yépez, Cronista de Curarigual, Estado Lara, Venezuela, la cual reseñamos en este artículo.
El autor dedicó la citada obra a:
“A Jesús Arispe Álvarez, por su pasión documentalista en archivos y repositorios del Estado Lara y de Venezuela.
A R.D. Silva Uzcátegui, “caballero que sigue impasible, sin condecoraciones, fuera de las Academias, pero con libros que son monumentos de la sapiencia venezolana; con gestos de idealismo que algún día aplaudiría la posteridad”. Luis Beltrán Guerrero
A Renzo Begni, por el rescate de la documentación religiosa en el Estado Lara, dejada en libros y artículos de prensa.
A Lisímaco Arturo Gutiérrez, “sacerdote excepcional, quien nos dejó una serie de realizaciones materiales y espirituales que deben entenderse como motivaciones del Concilio Vaticano I (1869) y La Encíclica Rerum Novarum (1891). Puede ser calificado como un adelantado, un sacerdote que vislumbró lo que más tarde habría de llamarse Teología de la Liberación, es decir, una Iglesia al servicio de las clases más pobres y necesitados. Los nuevos sacerdotes tienen en Lisímaco A. Gutiérrez un modelo a seguir”. Dr. Luis Cortéz Riera
A Ricardo Benedetti, párroco que atendió nuestra parroquia. Ofrendó su vida en salvaguarda de la de sus semejantes en naufragio en el río Aponwao en 1995.
A Pbro. Lcdo. Hernán Bastidas, párroco de Curarigua, fallecido en lo mejor de su juventud.
A mi hija Mervi, que sus ojos se cerraron el 14 de agosto de 2012 y no pudieron ver este trabajo publicado.”
En la Presentación se cita a Don Mario Briceño Iragorry cuando este escribió “Tenemos la obligación de hurgar en nuestro pasado para saber quiénes somos y de dónde venimos”
Además, se indica que “la presente publicación reúne una serie de documentos que andaban dispersos. Pretende ser una recopilación esencial de textos de referencia para toda persona que alimente algún deseo por el tema religioso. Ha sido el resultado de una paciente búsqueda del cronista de Curarigua durante varias décadas de trabajo.
Esta obra: Cuando Dios llegó a Curarigua: Historia de la Iglesia Católica, edición homenaje en los 225 años de la erección de su Parroquia (1781-2006), viene a llenar un vacío en la vida religiosa de los curarigüeños.
En el libro se plasman tres etapas fundamentales de esa Curarigua que recogen muy bien en sus telas los pintores curarigüeños Arsenio Torres, Rafael Torres y Rafael Domingo Sosa.
En el siglo xviii, se destaca la construcción de su primera capilla (Iglesia Matriz), reconstruida en la segunda década del siglo xx, dedicada a San Antonio de Padua desde 1914 y la visita del Obispo andariego don Mariano Martí a su paso para el pueblo de Barbacoas en agosto de 1776 y como consecuencia de ello, la erección de la Parroquia en 1781, desmembrada de la de Barbacoas.
En cada una de las etapas presentamos una nómina de los curas párrocos que ha servido a nuestra parroquia, por cuanto los fieles tienen el deber de recordar siempre a sus pastores. Todos merecen el recuerdo cariñoso de la feligresía a las cuales han dedicado parte de su vida sacerdotal.
En el siglo XIX, finalizando la última década, destacamos la construcción del hermoso Templo parroquial dedicado a Santo Domingo de Guzmán en 1895.
En el siglo XX, podemos visualizar la consolidación de la Iglesia católica en toda la geografía parroquial, cuya presencia se hace notar con sus capillas en más de una decena de caseríos con sus respectivos patronos. Se construyó lo que es hoy el Salón Parroquial y la Casa Cural (1952).
Además, en el libro, rindo tributo de justicia a los laicos que han dedicado toda una vida al servicio de la Iglesia Católica y a través de ellos, a todos aquellos seres anónimos que han hecho posible la vida religiosa.
Viene esta obra junto a la Colección Historia de los de Abajo a enriquecer el acervo bibliográfico de nuestra Patria Chica que ya se acerca al centenar de libros publicados.
Finalmente podemos afirmar que a partir del siglo XXI nos encontramos con la casi totalidad de sacerdotes criollos en nuestra diócesis y entre los cuales puedo citar dos curarigüeños: Yonni de la Cruz Torres Vargas y Douglas Alvarado.
Curarigua (Posada San Isidro), Agosto de 2012”
La obra esta integrada de 3 capítulos, y el primer artículo del primer capítulo tiene precisamente el nombre del libro, el cual fue escrito por Luis Alberto Crespo, y copiamos a continuación:
«Cuando dios llegó a Curarigua
En 1776 el andariego y curiosísimo Obispo Martí se negó a creer que los muertos del “alegre valle de Curarigua” fueran llevados en hombros o en andas hasta el encumbrado pueblo de Barbacoas, “por su gran distancia y caminos fragosos con diez y ocho pasos de río”.
¿A qué tanta pena de corazón y de músculo cuando podían los dolientes del deudo atierrarlo en suelo más cercano? Es que a Curarigua, Curarigua de Leal o valle de la Anunciación de Curarigua,
como también se le nombra en vejestorios infolios le estaba prohibido practicar cualquier sepultura de Cristiano, bien porque no tenía autorización eclesiástica, bien porque carecía de iglesia.
Lo cierto es que ahí llevan el cuerpo del mestizo José Antonio, “legitimo marido de María Josefa esclava de Don Luis de Escalona”, hasta la empinada y fresca Barbacoas, dice la escritura del breve pero noticioso estudio de Francisco Suarez Torres que publicara la Casa de la Cultura de Curarigua, cuya vigencia se acentúa ahora en los días de junio que celebran con cocuy, trueno y nubarrón de las primeras lluvias y con golpe de tambor, danza, voz y cuatro a San Antonio de Padua.
La dificultad para sembrar a sus muertos debió de ser más que lastimosa para los cultores del Tamunangue y conuqueros paduanos.
La tierra se prestaba sólo a la risa de los cultivos y a la exultación de las cosechas. La noche eterna, la noche del trasmundo, la reclamaba Publicado en El País Ausente , de Luis Alberto Crespo. Págs.251 y 252 para sí la Curia, dueña del comercio de las almas y del pago de la congrua y de la oblata que aseguraban la ruta; sin mayores contratiempos, a la gloria eterna.
Se atarda el acucioso Suárez Torres en biografiar el empecinado y empedrado tesón (porque ha debido de ser asaz abrupta la dilatada vía dolorosa) con que los curarigüeños diéronse a levantar alguna casa de Dios, siquiera capilla, donde rendirse a los cielos cristianos y reclamar la escarbadura de un cementerio, el levantamiento de un campanario y el badajo de su campana.
Ayudándose de memorialistas e historiadores, el autor registra añosos documentos y grimorios memoriosos (el diario del citado Obispo Martí en 1776, el dicho del cura Dudamel en 1883, la nostalgiosa historia regional de Virgilio Torrealba Silva y la muy austera de los Pueblos Antiguos de Venezuela de Ambrosio Perera), en busca de los primeros cimientos que certificaran la presencia de Dios en Curarigua. Dudamel persevera que data de 1662 la primera capilla levantada en el valle de dulce brisa, pero no -como pudiera pensarse- bajo la advocación de san Antonio de Padua, sino “dedicada a la Patrona Titular de Altagracia”; sin embargo, Perera objeta esa perseverancia: no hay prueba escrita de dicho levantamiento.
Los muros que podrían testificar a favor del asotanado despiden un “aroma” de ruina de trapiche en vez de incienso. Cierto era que hubo capilla —¿o ventorrillo, si no?— ayuna de techo, por lo que el feligrés asistía al santo sacrificio expuesto al sol y al aguacero.
Los propios parroquianos prestaban sus terrenos baldíos, testaban a favor de un campanario o de un coro y suscribían rogativas a los ministros de la iglesia para que se les permitiera acceder a la condición de parroquianos, se les autorizara a liberarse de la Parroquia de Barbacoas y de la Jurisdicción de El tocuyo y les fuera dado avecindarse al Curato y al Cantón Carora, de los que eran no solamente en el camino de los cielos y de la tuna: también en el intercambio de los bienes terrenales y sobremanera del juntamiento amoroso.
Así, don Juan Vicente Yépez Dávila, Alférez Real y por consiguiente con los bolsillos colmados, dona tierra suya para que se levante una iglesia en Curarigua, remedando de esta guisa al otrora dueño del valle, don Luis Escalona Córdova y Piña. El sol y la lluvia, ora quemaban, ora emparamaban a los feligreses. “En este valle se carece lamentablemente de iglesia”, sentencia el obispo viandante. Yépez Dávila acucia a los altos señores del cielo y de la curia. Por fin ya es 1780, año en que se ordena la liberación de Curarigua de la vida eclesiástica de Barbacoas y de la vida civil de El Tocuyo. Cuando ocurra 1781 —20 de febrero— el pueblo estrenará parroquia recién nacida. El terreno donde se ha de levantar el templo mira “la punta del cerro que llaman la vuelta del camino que viene de la ciudad de El Tocuyo donde se hallan tres piedras negras”.
Tanto ahínco en ofrecerle casa a Dios costaría embrollada compensación: Curarigua guarda una memoria vieja de capillas inencontrables y revive otras, tal la de la virgen de Altagracia, no importa que su valle hubiera de llamarse la Anunciación. A fe que “la actual capilla de San Antonio era el viejo templo parroquial reconstruido en 1912”, recalca Suárez Torres y que tiene, así mismo patrones: San Antonio y Santo Domingo de Guzmán, cuyo templo fuera elevado en 1895 y cuya fiesta patronal del 4 de agosto compite con la del fraile paduano y tamunanguero de estos días de junio. Cualquiera que sea el cielo, Dios se detuvo, finalmente, en Curarigua. Allá se festeja ese recuerdo.
Luis Alberto Crespo»
La obra completa se puede conseguir en la Editorial La Rana o en este enlace