Por TOMÁS GONZÁLEZ PATIÑO – MAYO 2024

Parece obvio que no sea anhelado regresar a donde nos fue mal, a menos que se desee disfrutar del haber podido superar la mala experiencia tenida en ese lugar. Lo que no parece muy lógico pensar, es que no se debe regresar a donde algún día se fue feliz.

A primera vista tal afirmación suena como un sin sentido, sin embargo no lo es tanto, tal como pude verificarlo más adelante.

Con tal objeto, volví a una pequeña población donde viví muy feliz por un período de varios años. Lo hice con la firme intención de demostrar que esa afirmación de no regresar, era una exageración o al menos se basaba en una particular experiencia.

En mi visita no encontré a ninguno de mis amigos, unos habían fallecido y otros habían emigrado a lugares diferentes. Sólo encontré, entre los que pude ver, a dos personas que vivían en ese poblado cuando yo estuve en él, el resto de los habitantes, era totalmente desconocido para mí.

Igualmente me sucedió con su fisonomía urbana, la vieja casa que daba esquina en la calle que va al río, ya no existía, fue demolida para dar paso a una nueva construcción. La bodega que estaba detrás del parque fue sensiblemente ampliada, Cuando viví en esa población la visité muchas veces porque conocía a su dueño. Ahora era atendida por una persona extraña para mí. Igualmente y debido al crecimiento de aquel negocio, laboraban en ella varias personas desconocidas por mí. El templo a donde asistía a la misa dominical, aunque continuaba siendo el mismo, no lo era la feligresía ni eran iguales los horarios de sus distintos eventos. Frente a la plaza principal del pueblo encontré una casa que no existía antes y a otras, que circundan a la plazoleta, le habían realizado modificaciones y remodelaciones que le daban una apariencia diferente a como eran en aquellos tiempos.

El edificio donde funcionaba el colegio del pueblo, aunque aún hoy se mantiene, le fue construido un anexo que le da una apariencia diferente, Ahora tenía otro director, los profesores eran personas desconocidas para mí y el programa educativo abarcaba otras especialidades.

En fin, no encontré el pueblo donde viví feliz, éste, el que estaba visitando ahora, era otro, no aquél que deseé encontrar, el cual quedará sólo guardado en mi memoria y poco a poco se irá borrando de ella, hasta que al final sólo quedará alguna de las experiencias importantes tenidas en él.

Confieso que lo encontrado en mi visita me produjo mucha nostalgia, casi rayando en tristeza.

Esta experiencia deja claro lo que más o menos dijo Fernando García, por cierto inspirador del mensaje que se deriva de este escrito, cuando como autor expresó la idea de no volver al lugar donde un día se fue feliz.

Pareciera que nuestro destino es siempre ir hacia adelante, es decir, no tener como opción el regresar porque nunca encontraremos lo que dejamos.

Nótese que Dios al crearnos imprimió a nuestra humanidad la facultad para caminar hacia adelante, no para desplazarnos hacia atrás, quizás por eso es que el destino y futuro del hombre lo conceptuamos adelante. Nunca pensamos en retroceder, siempre buscaremos nuevos caminos, nuevos lugares y nuevas experiencias que se avizoran situadas adelante.

Así es, todos buscamos hacia adelante, creemos que allí está la huidiza felicidad y la oportunidad de la realización de nuestros proyectos. Para ello se utilizan distintos caminos, pero todos confluyen en la petición de ayuda al Ser Supremo, a quien se le han asignado distintos nombres y que nosotros llamamos Dios.

 

Tomás González Patiño
Tomás Gonzalez Patiño es un prestigioso ingeniero venezolano que ha dedicado muchos años de su vida a prestar servicios profesionales a distintas industrias y organizaciones de ese país, y quién tiene la fabulosa habilidad de combinar los números con la escritura, deleitándonos con ingeniosos cuentos y ahora poesía. El publicó el Libro “El seminarista que Colgó los Hábitos” y más recientemente "El Alfarero Solitario"