Cuando mi nieto Logan mostró interés en el ajedrez, no podía estar más emocionado. Este juego milenario, con su combinación de estrategia, paciencia y creatividad, es una actividad que fomenta habilidades importantes en cualquier etapa de la vida. Decidí apoyarlo desde el primer momento, no solo alentándolo, sino también buscando formas de que pudiera desarrollarse y disfrutar plenamente del aprendizaje.

Una de las mejores decisiones que tomamos fue inscribirlo en una academia de ajedrez. Allí, no solo tiene la oportunidad de aprender las reglas y tácticas de la mano de expertos, sino que también se rodea de otros niños y jóvenes que comparten su misma pasión. Es inspirador ver cómo se crea un ambiente de compañerismo, donde cada partida es una oportunidad para crecer y mejorar.

El ajedrez no es solo un juego de piezas moviéndose en un tablero; es una herramienta de aprendizaje profundo. Mi nieto, al principio, se frustraba cuando cometía errores o perdía una partida. Pero con el tiempo, empezó a entender que el ajedrez es, en realidad, una metáfora de la vida: cada movimiento cuenta, y las derrotas son lecciones que nos preparan para los desafíos futuros. Ahora, lo veo calcular jugadas con confianza, planificar estrategias a largo plazo y adaptarse rápidamente a situaciones imprevistas.

Los viernes se han convertido en un día muy especial para nosotros. En la academia, organizan sesiones donde los acompañantes de los alumnos pueden participar, ya sea jugando, observando o simplemente compartiendo un rato agradable. Me encanta ser parte de este proceso, viendo cómo mi nieto interactúa con los demás y se desafía a sí mismo en cada partida. Estas tardes han fortalecido nuestra relación, creando recuerdos invaluables que ambos atesoraremos siempre.

Desde que comenzó, el progreso de mi nieto ha sido notable. Sus movimientos han ganado precisión, y su capacidad para anticipar jugadas y pensar de manera estratégica ha mejorado considerablemente. Pero más allá de las habilidades técnicas, lo que más me enorgullece es su entusiasmo. Cada semana, llega emocionado a la academia, listo para aprender algo nuevo y, a veces, hasta enseñarme algún truco que ha descubierto.

El ajedrez también le ha enseñado valores importantes, como la paciencia, la perseverancia y la humildad. Ha aprendido a ganar con gracia y, lo más importante, a aceptar las derrotas con la misma actitud positiva. Cada partida es una oportunidad para superarse, y este espíritu competitivo pero sano lo está preparando para afrontar otros desafíos en la vida.

Al final, el ajedrez ha sido mucho más que un simple pasatiempo para mi nieto; se ha convertido en un puente entre generaciones. Me siento agradecido de poder compartir esta experiencia con él y de ser testigo de su crecimiento, no solo como jugador, sino también como persona. Estoy seguro de que, independientemente de hasta dónde llegue en el mundo del ajedrez, las lecciones que está aprendiendo ahora le servirán para toda la vida. Y yo, felizmente, seguiré acompañándolo en este viaje, un movimiento a la vez.

El abuelo JIL
Panamá, Diciembre 2024.

Foto destacada: Logan en un campeonato de ajedrez