Por Hector Caldera

Nuestro mayor temor no es ser inadecuados. Nuestro mayor temor es ser poderosos más allá de toda medida. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, la que nos asusta… Y en la medida que dejemos brillar nuestra luz, incons-cientemente le damos a otro el permiso de hacer lo mismo. En la medida que nos liberamos de nuestros propios mie­dos, nuestra presencia automáticamente libera a otros.

Nelson Mandela  

Discurso inaugural de su presidencia, 1994.

La película con ese nombre, de Clint Eastwood, sobre el juego de rugby que cambió la historia de Sur Africa, mues­tra el liderazgo de Mandela inspiran­do al equipo que los va a representar en el mundial de 1995. Especial aten­ción mereció su capitán FrancoisPien­aar, un joven de 27 años sin ninguna idea de política, ni tampoco atento a las discriminaciones vividas en su país, lo único que le interesaba era jugar rugby.

 ¿Cómo inspirar?

¿Cómo lograr que el otro aporte más allá de sus expectativas?

¿Cómo hacer a un equipo grandio­so, y en la misma medida hacer a un país grandioso?

Son preguntas de un líder, Mandela las hace al conocer al capitán de los Springbok. Un Presidente de 76 años que recibe con toda humildad al capi­tán, muestra interés por su condición física, le sirve el té y quiere escucharlo, quiere comprender cómo lidera a su equipo. Comparte las preguntas para explorarlas en conjunto, tan importante resulta lo que exprese uno y el otro.

Dos edades, historias, culturas, acti­tudes y color de piel, con un mismo espíritu humano creando significados para un país que venía con una larga historia dividida.

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¿Qué desafíos tienen los jóvenes hoy día en esta era del conocimien­to?

¿En cuáles divisiones pudiesen con­tribuir a tender puentes?

Recordemos que el respeto, como valor, y la inspiración, como habilidad del líder, vienen en palabras junto con la congruencia, sus actos cotidianos y los pequeños detalles. Cada acción renue­va los principios y valores que hacen al ser humano, humano.

Hoy día la innovación y el talento son indispensables en cualquier contexto, entonces ¿Sobre qué principios per­durables se construyen puentes, em­presas, instituciones y comunidades? ¿Cómo alentar a los Francois a lo largo del planeta?… Parte de la respuesta, nos la dio William Henley en 1875, con su poema Invictus: “… No importa cuán estrecho sea el camino, cuán cargada de castigo la sentencia: Soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma”

hector.caldera@imagoconsultores.com

Fuente: Edición 4 Aldea Magazine