Por María Dolores Ara

Se cumplen 50 años de la aparición de Cien años de soledad.  Celebramos el origen, evolución y ruina de un pueblo latinoamericano llamado Macondo. Celebramos la saga familiar de los Buendía que dura 6 generaciones; el equivalente a 100 años. Celebramos el seguimiento a un ciclo cultural completo signado por condiciones de vida que enlazan dos elementos: la violencia y la soledad, entendida como aislamiento. La violencia del pueblo es la violencia de la saga familiar y es la violencia de un modelo cultural que se perpetúa en el tiempo, fiel a sí mismo y fiel a su ruina. Es la historia de una condena:  la de padecer  e infligir violencia; la del aislamiento y  la soledad por incapacidad para modificar hábitos culturales que  impiden participar en un concierto más amplio, más cosmopolita, más abierto y más decidido a ser feliz.

Celebramos la apoteosis del Realismo Mágico. Hasta ese momento la literatura latinoamericana se había encasillado en el proyecto nacionalista: cómo expresar la autenticidad regional, cómo escribir dejando clara la esencia hispanoamericana. La literatura de los años 40 y 50 describió la exuberancia  natural del continente y se concentró en temas que evidenciaran lo autóctono como prueba de legitimidad.

El contacto con los movimientos europeos de vanguardia permite que el proyecto de narrar la esencia de Latinoamérica se abra a la inclusión de la subjetividad  y la imaginación como componentes indispensables de la nueva narrativa: simbolismo, futurismo, dadaísmo, y surrealismo contribuirán decididamente a la construcción de un estilo propio cargado de nuevas propuestas estéticas.

El término “realismo mágico” nace en 1925 asociado a las artes visuales, para denominar el misterio que está escondido y palpita en el mundo , y que será revelado por el artista en su obra. Se  trata de un nuevo modo de situarse frente a la realidad para que se produzca la interacción entre lo fantástico y lo real sin distinción alguna entre una cosa  y otra: ambas conviven armoniosamente y sin luchar por cuál de ellas es más importante.

El realismo mágico se convierte en una doctrina sobre el ser hispanoamericano que vive, siente, sufre y disfruta de la magia involucrada en el contexto de lo real sin posibilidad alguna de discriminar entre lo que es producto de la lógica racional y lo que aparece como imposible, pero está ahí y es parte de la realidad aunque no sea explicable, ni atrapable por la razón pura.

Cien años de Soledad se presenta como la historia de un universo que totaliza la suma de todos los aconteceres que han sido, son y pueden ser en un contexto alucinante, pero no por ello irreal.

El narrador de la historia es Melquíades, una especie de Merlín tropical que va escribiendo los manuscritos que narran el acontecer inusual de una cultura, un pueblo y una saga. Los manuscritos están escritos en forma cifrada, y sólo logra descifrarlos el último representante de los Buendía, Aureliano Babilonia Buendía, que es quien  los revela. El es la última generación, la degradada, la de la serpiente que se muerde la cola, la que cumple con la maldición eterna, la que cierra el círculo y hunde la historia de su pueblo, su cultura y su familia.

Pero nosotros, los lectores vamos leyendo junto a él: no podríamos hacerlo antes porque los manuscritos eran indescifrables; podemos hacerlo ahora gracias al trabajo del último Aureliano. ¿Somos el último Aureliano? ¿Nosotros tampoco hemos podido evolucionar, y hemos quedado atrapados en la violencia despiadada, en la magia hipnotizante y en la soledad terrible de nuestro propio Macondo?

Si unimos el principio y el final de la novela descubrimos el sentido más profundo de lo que Gabriel García Márquez quiso plasmar y quiere advertirnos.

“Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. “Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás  de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos ( o los espejismos)  sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.

El primer Buendía, el padre fundador de toda una cultura que se desenvuelve dentro de un espacio pueblerino pero universal, y que origina 100 años de vivencias insospechadas y magníficas, aterradoras y electrizantes comienza su historia a punto de morir violentamente. Y recuerda el principio de todo: el momento mágico en que entrará en contacto con la esperanza, la novedad, la posibilidad de cambio, la transformación en algo nuevo y mejor, el momento en que descubre el hielo. El hielo como paradigma del porvenir, de la luz que espera a quien sale de la oscuridad, de lo que hay más allá de las fronteras visibles, de lo que espera al hombre que se esfuerza por salir de la ignorancia, de la costumbre. El hielo que trae Melquíades, alguien semi-divino, el que trata de que la saga, el pueblo y la cultura se enrumben por mejores caminos, el que trae la revelación y la verdad. El que muestra y demuestra que puede haber futuro, siempre y cuando  se sepa interpretar la vida. Siempre y cuando se abandone la inercia, se supere la violencia como hábito, y la maravilla no nuble la vista y la razón.  Siempre y cuando los hombres se superen a sí mismos. El hielo que trae Melquíades es una proposición para salir del sub-desarrollo, de la tragedia conformista, de la anunciada catástrofe. El hielo es sinónimo de evolución, no de revolución. La lista interminable de revoluciones no ha servido para nada: arrasan con todo y hay que volver a empezar de menos cero….hasta la próxima revolución inútil.

El último Buendía lee contra reloj que la suerte está echada. Que ni él ni los suyos entendieron el mensaje. Que el veredicto se cumplirá inexorablemente y cultura, pueblo y apellido se volverán polvo porque no pudieron hacerse mejores, superarse y elevarse por encima del determinismo ambiental y humano, porque la violencia sigue siendo su único idioma, y el aislamiento su único destino.

Fuente: Edición 32 Aldea Magazine