Por Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gmail.com
Debemos aclarar de entrada que la gran mayoría de los muchachos que se inscribieron para cursar el elitesco y aristocrático “trienio filosófico” de nuestra educación secundaria decimonónica en el recién creado Colegio La Esperanza o Federal Carora, fundado en 1° de mayo de 1890, eran nativos de esta ciudad del semiárido larense y por añadidura todos varones. Cursaron unas asignaturas que hogaño nos causan sorpresa: Latín, Griego, Aritmética Práctica, Filosofía Elemental, Física Experimental, Gramática Castellana y Retórica, Física Particular, Geografía, Cosmología y Cronología, Francés, entre otras.
Un crecido 85 por ciento de los cursantes que recibieron clases de los docentes del instituto educacional, los eminentes doctores Ramón Pompilio Oropeza y Lucio Antonio Zubillaga, eran nativos de la ciudad del Portillo de Carora e hijos de los llamados “patricios caroreños”, la única clase social que podía tener acceso a la semiclásica, semiprivada y semiaristocrática educación superior de finales del turbulento siglo XIX venezolano, tal como la distingue Angel Grisanti.
Sus apellidos hunden sus raíces en el pasado colonial y se trata de una clase social con cuantiosos bienes de fortuna, celosa de su origen hispánico o canario, que se asemejaba a una casta por su endogmia, apegados a un catolicismo como militante, que ejercieron una hegemonía ideológica y cultural en esta heteróclita urbe del Estado Lara. Sus sonoros y reconocibles apellidos son, según el genealogista caroreño Ambrosio Perera, los que siguen: Álvarez, Riera, Oropeza, Herrera, Zubillaga, Gutiérrez, Perera, Meléndez, González, Montes de Oca, Silva, Yépez.
Sin embargo, atraídos por aquella oferta educativa tan excepcional en aquel país analfabeta que llegaba a la horrorosa cifra del 80 por ciento, acudieron a las aulas del Colegio La Esperanza o Federal Carora, 26 muchachos de otras localidades distintas a las de Carora, sobre todo de los Estados Trujillo y Falcón haciendo enorme esfuerzo, entre los años 1890 y 1899, que pasamos a mencionar:
El primero que aparece es Francisco Meléndez Luna, natural de Carache, población serrana situada al norte del Estado Trujillo, quien se inscribió en 1891. Otro será Valentín Cañizales Márquez, nativo de Chejendé, Estado Trujillo, inscrito en 1891. Un tercero lo es Rafael Márquez, también de Chejendé, seguido de Abel Cañizales, de igual modo chejendino.
El primer larense no caroreño inscrito en el Libro de Registro del Colegio Federal vino del poblado colonial de Río Tocuyo, Distrito Torres, y se llamaba Florentino Santeliz Salazar; le seguirá Juan Cañizales Márquez, oriundo del pueblo andino de Chejendé; le sigue el muchacho natural de Barbacoas, poblado del larense Distrito Morán, Beltrán Perdomo Hurtado. A continuación, aparece en los viejos folios de registro escolar de la institución caroreña el joven Rafael Lozada Álvarez, natural del Distrito Urdaneta y su capital Siquisique, quien por su excelente aprovechamiento fue designado docente de la escuela primaria anexa al Colegio Federal Carora una vez que recibe su título de Bachiller en Ciencias Filosóficas en 1894, también se recibió de Agrimensor Publico en 1896, funda varios periódicos en Carora (El Adolescente, La Égida, El Museo) y fue miembro del selecto Club Torres.
De la torrense localidad de Atarigua, hogaño sumergida por la gigantesca represa homónima, tenemos al mozo Ezequiel María Crespo Meléndez, quien ocupa un banco escolar en 1891. Procedente de la aristocrática “Ciudad Madre de Venezuela”, El Tocuyo, Distrito Morán, se inscribe el joven León María Perdomo. No conocemos la razón por la cual Perdomo fue inscrito en Carora, existiendo en El Tocuyo un excelente instituto particular o privado de nombre Colegio de La Concordia, dirigido exitosamente por el bachiller Egidio Montesinos desde 1863 y de donde egresaron Lisandro Alvarado, José Gil Fortoul y Ramón Pompilio Oropeza, Lucio Antonio Zubillaga, entre otros.
Desde Siquisique, población larense del semiárido y con fuertes vínculos históricos con Carora, distante a unos 220 kilómetros, acudió a formarse en La Esperanza el joven Jesús Vargas Montes de Oca; un andino de nombre Arturo Duarte Castellanos se inscribe en 1893 y procedía de Chejendé; en 1894 acuden a formarse en Carora dos jóvenes siquisiqueños: Pedro José Vásquez Montes de Oca y Fortunato Álvarez Romero. De la famosa población de Santa Ana, donde se firma el Tratado de Regularización de la Guerra entre Bolívar y Morillo en 1820, viene a las aulas caroreñas Bartolomé Ocanto Aponte, sorteando distancia de 180 kilómetros; Clodoveo Pérez y Abel Cañizáles proceden de Chejendé y se inscriben en 1894; de la población falconiana de Churuguara, distante a 245 kilómetros de Carora, procede Francisco López Castillo, en tanto que de Curarigua, poblado colonial del Distrito Torres tenemos a Manuel Domingo Gil Gutiérrez, quien aparece inscrito en 1895.
El aspirante a bachiller Zenón Palma Palma viene de Arenales, sitio cercano a Carora donde en la Colonia abrió el padre bachiller Félix Espinoza de Los Monteros una cátedra de latinidad, “uno de los primeros educadores de occidente”, dice R. D. Silva Uzcátegui; de Chejendé, distante 240 kilómetros de Carora, proceden Guillermo Cañizález Cañizález y Juan Bautista Cañizález Luque, quienes están anotados en 1895 cuando el Colegio caroreño es oficial; Francisco López Castillo se anota en 1895 y procede de Churuguara; Esteban Hernández Hernández se inscribe en 1897 y viene de Río Tocuyo, poblado que tuvo una escuela pictórica que asombró a don Alfredo Boulton; Octaviano Gil Gil, nativo de Curarigua es inscrito en 1898; en ese mismo año se apunta Ignacio Hernández Santeliz, joven riotocuyano que es el último muchacho no caroreño matriculado en el Colegio Federal Carora dos años antes de que el novel instituto fuera clausurado en 1900 por el presidente Cipriano Castro y su Ministro de Instrucción Dr. Félix F. Quintero, clausura que se prolonga por largos once años hasta que fue reabierto en 1911 por orden del general Juan Vicente Gómez y su Ministro de Instrucción, el barquisimetano Dr. José Gil Fortoul, compañero de estudios del joven Ramón Pompilio Oropeza en las aulas del Colegio de La Concordia del bachiller Egidio Montesinos.
En aquella Venezuela anterior al aparecimiento súbito de una inmensa riqueza petrolera, país violento, palúdico y analfabeta, realizar estudios de bachillerato en “ciencias filosóficas” era una verdadera proeza a la que estaban llamados pocas personas. Era una etapa de la educación para privilegiados, gente de alguna fortuna material y que sabían leer y escribir, prerrogativa de apenas un 20 por ciento de la población disfrutaba. Sus programas de estudios orientados por las humanidades clásicas lo hacían poco atractivo para las clases sociales subalternas que vivían de su trabajo manual.
Otra proeza reconocible lo constituían los viajes a lomo de mulas en aquel país descoyuntado y con fuertes improntas regionales que era Venezuela hasta que Juan Vicente Gómez construye en 1925 la carretera Trasandina. Un periplo era viajar desde Chejendé o de Churuguara, localidades distantes a unos 200 kilómetros, hasta la remota ciudad de Carora a la búsqueda de conocimientos y prestigio social que daba el bachillerato entonces. Cabe recordar que el Colegio La Esperanza fue en sus inicios un instituto de carácter particular y que por consiguiente no era gratuito. Apenas es necesario decir que tales jóvenes debían residir en Carora y por consiguiente pagar habitaciones y sustentos alimentarios durante su estancia acá.
Sobre los materiales de estudio, libros, cartillas y cuadernos empleados en el Colegio caroreño, es poco lo que sabemos, pero es de seguro que los docentes y algunos doctores, licenciados y bachilleres caroreños, se los proporcionaban en préstamo a sus pupilos. Es una investigación que está por realizarse. Sí sabemos en cambio que los llamados “gabinetes de Física” llegaron de Francia, producidos por la prestigiosa Casa Fils y Emile Deyrolle de París y que llegaron en barcos a vapor a Puerto Cabello.
Fue una educación un tanto anacrónica y un tanto arcaica, por afincarse ella en las humanidades clásicas, una herencia colonial hispánica, educación a la que se incorporan con cierta dificultad las ciencias naturales impulsadas por el positivismo comteano y spenceriano. Era más útil entonces la retórica y la elocuencia, la frase latina bien dicha que el experimento en ciencias naturales y sus gabinetes de fisica. Fue una “Educación de palabras y no de cosas” como pesada herencia colonial, dijo Mariano Picón Salas.
Hemos de decir que algunos de estos muchachos que vinieron a la antigua ciudad de blancos de Carora a educarse y prepararse para la vida a finales de nuestro azaroso siglo XIX, echaron raíces y fundaron progenies acá. Tal es el caso de algunos Cañizález y el mencionado bachiller Rafael Lozada.
Especialísima atención merece Beltrán Perdomo Hurtado, quien nace en 1886 en Barbacoas, Estado Lara, es de los alumnos iniciadores del Colegio La Esperanza en 1891, quien hizo brillante carrera médica en Caracas: dirigió la Cátedra de Clínica Médica en la Universidad Central de Venezuela en 1936, fue de los precursores de la anestesiología al utilizar gases de óxido nitroso en el Hospital Vargas en 1917, en 1920 dirigió la Cátedra de Pediatría en nuestra alma mater. Compartió labores docentes con distinguidos profesores en Ciencias Médicas en Caracas, entre quienes podemos nombrar a José Gregorio Hernández, José Izquierdo, Francisco Antonio Rísquez, Jesús Rafael Rísquez (hijo), Luis Razetti, David Lobo, Leopoldo Aguerrevere, Domingo Luciani y otros. Agregaremos al desgraciado sabio trujillano bachiller Rafael Rangel.
El doctor Beltrán Perdomo Hurtado es un sabio larense inmerecidamente olvidado por la historia y que poquísimas gentes saben que hizo su bachillerato en las aulas del Colegio Federal Carora de donde egresa el 24 de julio de 1894 al recibir su flamante título de Bachiller en Ciencias Filosóficas de manos del Dr. Ramón Pompilio Oropeza, Rector de la institución.
Fuentes consultadas.
Cortés Riera, Luis Eduardo. Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937. Fondo Editorial de la Alcaldía de Torres, Fondo Editorial Buría. Barquisimeto, 1997.
Diccionario de Historia de Venezuela. Fundación Polar, Caracas, Venezuela, 1998.
Grisanti, Ángel. Resumen histórico de la instrucción pública en Venezuela. Editorial Iqueima, Bogotá, 1950.
Libro de Matrícula del Colegio Federal Carora, 1891-1948.
Picón Salas, Mariano. Formación y proceso de la literatura venezolana. Monte Ávila Editores, Caracas, 1984.
Foto del Dr. Ramón Pompilio Oropeza, cortesía del autor