Por: Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gmail.com
Conocido fundamentalmente por su monumental Enciclopedia Larense, editada en 1941, y no por el resto de su polémica y desconocida obra, este curioso personaje de la literatura venezolana nació en un apacible caserío del semiárido venezolano, la población con fisonomía andina de Curarigua de Leal, ubicada en el Distrito Torres del Estado Lara, Venezuela, el 25 de julio de 1887. Tuvo una larga existencia, murió en Caracas a la provecta edad de 93 años. Digamos que sufrió una especie de fijación emotiva a su terruño natal a pesar de que lo abandonó a la corta edad de 10 años, no dejó nunca de visitarla con frecuencia hasta muy entrado en años.
Siempre estuvo ligado a la tierra y a las labores agropecuarias. Pasó su infancia en la finca La Sabanita, propiedad de su padre, el caroreño Rafael María Silva Riera, quien había desposado a Isabel Uzcátegui, hermana del Arzobispo de Caracas Críspulo Uzcátegui (1845-1904). Su padre toma la decisión de vender esta finca ribereña al río Curarigua, y se traslada en 1899 a la población de Agua Viva, Distrito Palavecino del Estado Lara, Venezuela, donde adquiere otra finca para continuar sus labores del campo.
A comienzos del siglo XX se traslada a Caracas a estudiar el tradicional bachillerato nuestro en el célebre Colegio Santa María, y se aloja en casa de uno de sus tíos, el jerarca de la Iglesia Católica, Arzobispo de Caracas (1884-1904) Críspulo Uzcátegui, quien décadas atrás había dado cobijo y protección a otro joven caroreño, el bachiller Ramón Pompilio Oropeza Álvarez, futuro rector fundador del Colegio La Esperanza o Federal Carora en 1890. En dicho Colegio caraqueño, fundado en 1859 y cuando el dios de la guerra sacudía al país, entra en contacto con uno de sus mentores más importantes, guía de su existencia en lo sucesivo, como me lo ha aclarado el profesor M.Sc. Carlos Giménez Lizarzado, el Dr. Agustín Aveledo (1837-1926), quien fue uno de sus fundadores.
Es polifacética la vida del caraqueño Dr. Agustín Aveledo, prohombre del saber y del conocimiento de nuestro accidentado siglo XIX, apóstol del civilismo y de la paz, fue ingeniero, educador, político, ilustre humanista, filántropo. Graduó de ingeniero en la Academia de Matemáticas y doctor en filosofía por la Universidad de Caracas. Ministro de Fomento. Redactor de la afamada Revista Científica,
En aquel colegio de secundaria donde enseñaron, en distintas épocas, el escritor Juan Vicente González, el sabio alemán, introductor del positivismo en Venezuela, Adolfo Ernst, el patriota cubano José Martí, Marco Antonio Saluzzo, Luis Espelosin, Luis Sanojo, Manuel María Urbaneja, Rafael Seijas y el propio Dr. Aveledo, se nutre el joven larense de la ciencia y de la cultura de nuestro siglo XIX, dominado por el paradigma positivista de signo francés, una herencia que dejó en nuestra cultura el presidente Antonio Guzmán Blanco. Es necesario destacar que R. D. Silva Uzcátegui dedicará su polémico libro Historia Crítica del Modernismo en la Lengua Castellana, editado en 1925, a este extraordinario educador venezolano del siglo XIX quien estaba a punto de fallecer en aquella ocasión.
Comienza a estudiar medicina en la Universidad de Caracas, pero sucede un hecho inesperado que marcará profunda huella en su existencia: la muerte de su tío, el Arzobispo de Caracas, Críspulo Uzcátegui Oropeza, ocurrida el 31 de mayo de 1904, por lo que debe abandonar la capital prontamente. Son los años del violento ataque a la soberanía nacional por las potencias europeas, Alemania e Inglaterra, que el presidente Cipriano Castro enfrentó con gran dignidad y patriotismo. A todo ello habrá que agregar las terribles y desastrosas consecuencias de la última guerra civil sufrida por Venezuela: la llamada Revolución Libertadora. Ante tal cuadro de inestabilidad y descomposición, el joven R. D. Silva Uzcátegui se vio determinado a venirse a su casa paterna en Agua Viva, a la espera de que se aclarara el confuso panorama político del país de comienzos del siglo pasado.
Fatalidad la que Persigue al joven Curarigüeño. Tampoco podrá seguir estudios médicos en Barquisimeto donde existía una escuela para formar facultativos en el Colegio Federal de Primera Categoría de Barquisimeto, una deficiente universidad que fue clausurada por el escritor Dr. Eduardo Blanco, Ministro de Instrucción del presidente Cipriano Castro en 1900. Ni podrá el mozuelo curarigueño coronar sus aspiraciones de hacerse en el oficio hipocrático en Maracaibo o Valencia, universidades declaradas en suspenso en 1903 por el autor de Venezuela Heroica, quien alegaba la existencia de exceso de médicos y abogados, lo cual crearía un verdadero «proletariado intelectual» en el país, tal como decía el laureado escritor romántico caraqueño.
Años después, en fecha no precisada, y acosado por las dificultades que ante sus aspiraciones universitarias sufre en Venezuela, viaja a Francia, faro luminoso de la ciencia médica por aquel entonces, con la firme intención de recomenzar su formación médica, pero un hado impide por segunda vez que el joven R. D. Silva Uzcátegui comience sus estudios. Otra muerte, esta vez la de su padre, le conmina venirse al estado Lara, a encargarse de la finca familiar, y la rebautiza con el nombre de Santa María, en honor al Colegio caraqueño donde hizo su «trienio filosófico» de nuestra educación secundaria de entre siglos.
Conviene destacar la enorme frustración que ha debido producir en el muchacho larense estas dos dolorosas e inesperadas circunstancias, ajenas y colocadas fuera de su control. Un par de veces se inicia en la ciencia de Hipócrates y otras dos veces, fuera de su voluntad, debe abandonarlas. A mi modo de ver, esta eventualidad crea en el futuro escritor un mecanismo psíquico compensador ante aquel par de frustraciones: comienza a estudiar por su cuenta y en su finca de Agua Viva, cercana a la ciudad de Cabudare, la especialidad médica de la psiquiatría. Se transforma de tal manera en uno de los autodidactas más sólidos e importantes de Venezuela del siglo pasado.
Contrae matrimonio con una jovencita tocuyana de apenas 13 años, Otilde Rodríguez, con quien procreó siete hijos: Rafael Nicanor, Otilde Elena, Carlos Rafael, quien fue Ministro de Educación en Venezuela, designado por el presidente Carlos Andrés Pérez en 1977, y en 1979 presidente del Banco Central de Venezuela, Otmaro, Lourdes, Isabel María y Alicia.
En 1917, emblemático año de la Revolución Bolchevique, inicia su larga y fecunda carrera escritural con un folleto impreso en Barquisimeto: Notas de un viaje. Director y redactor de la revista Educación Sanitaria del Ministerio de Sanidad. Diputado por el Estado Lara (1939-1943). Colaborador del diario caraqueño El Universal, y de los larenses El Eco Industrial y El Impulso. Su muy celebrada Enciclopedia Larense verá la luz en 1942 en dos tomos. En 1954 publica Historia Biológica de Bolívar. En 1955 dará a conocer Historia del Estado Portuguesa. Miembro correspondiente por el Estado Lara de la Academia Nacional de la Historia. Presidente de la Junta del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación. Falleció en 1980 este extraordinario escritor autodidacta, uno de los más destacados del siglo pasado.