Por  Mercedes Soledad Moresco
Cuando uno vive lejos de su tierra suele suceder que se avivan sentimientos patrióticos antes tal vez aletargados y nos encontramos entonces entonando con fervor el himno nacional o mirando con nostalgia la bandera de nuestra patria.

 

A mí, personalmente, me sucede que, más allá de idealizaciones y realidades de una Argentina que añoro, he encontrado     en el idioma español un lugar de pertenencia. Así, podría decir sin lugar a dudas que mi patria es la lengua española y por     eso mismo me he abogado a conservarla y defenderla de los malos usos y abusos que se cometen contra ella a diario.

En el artículo de la edición pasada de Aldea escribí sobre las nuevas reglas ortográficas que la Real Academia Española    publicó a fines del año pasado.

Muchos comentarios negativos ha suscitado esta nueva edición entre hablantes que ven en ella una amenaza a la libertad    de expresión en su lengua materna. Y creo que se equivocan al sentirse tan molestos.

“La ortografía también es gente” escribe Fernando Pessoa, poeta portugués para quien su idioma también es su patria. “la palabra es completa vista y oída”, agrega el afamado escritor para quien las palabras pueden ser personas.

Pero ocurre que las personas son a menudo perezosas. Escribir con propiedad exige cierto esfuerzo que no todos están dispuestos a afrontar.

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Cada vez que veo una publicidad mal escrita, o un error de ortografía en un cartel de cualquier tienda me enfurezco pensando cómo es posible que ese aviso haya pasado por tantas manos sin que nadie advirtiera el error. ¿Es que no nos interesa cuidar nuestro idioma? ¿Es que nos da igual escribir sueño que suenio?¿Será los mismo descansar junto a un arroyo por la tarde que sufrir un arrollo en la calle a pleno día? También están los signos de interrogación inicial, que parecen esconderse de todas las pantallas. Para no hablar de las tildes, cuya ausencia es ya casi una cuestión de discriminación. Las excusas varían, pero en general coinciden todos en culpar al idioma inglés bajo cuya sombra se fabrican los elementos de la actual tecnología. Y esto tampoco es cierto. Todos los dispositivos modernos tienen opciones de idiomas que, al ser colocados correctamente, permiten la inserción de tildes, eñes y demás exquisiteces del idioma español.

Por todo esto, respetémonos a nosotros mismos respetando primero nuestro idioma. La palabra que nos nombra y nos pronuncia, nos distingue también. Hagamos de esta distinción nuestra diferencia esencial.

Mercedes Moresco, Profesora en Letras y Directora de la escuela de español Educando a América.

Fuente: Edición 7 Primer Aniversario Aldea Educativa Magazine