Por Luis Eduardo Cortés Riera. ctonistadecarora@gmail.com

Hace algunos años mi hijo mayor, José Manuel Cortés Mujica, recibió de su maestra de quinto grado de educación primaria de su Colegio Católico, en Carora, Venezuela, una interesante tarea escolar que consistía en hacer una lista de algunas especies animales con sus respectivos dibujos y una reseña breve sobre las especies zoológicas escogidas y preparar una bien presentada carpeta.

Durante días estuvo mi primogénito empeñado con gran emoción en la tarea asignada y en la cual mi esposa Raiza y quien escribe, estuvimos asesorándolo con pasión de padres amorosos. Entre los animales destinados a la tarea escolar se hallaban, recuerdo, el tigre siberiano, el okapi africano, el cachicamo de Venezuela, el ajolote de México, el canguro marsupial, el Dragón de las islas Komodo, de Indonesia, un país tropical muy distante, ubicado en Oceanía.

Esperamos con ansiedad el resultado y la calificación del muestrario animal, resultando para nuestra satisfacción mi hijo con la máxima calificación, lo cual nos alegró muchísimo. Pero hubo una observación de la bienintencionada docente que nos dejó asombrados: “Excelente trabajo, pero debe eliminar al Dragón de Komodo porque ese animal no existe.”

Aquel curioso punto de vista de la educadora de aquel excelente y disciplinado Colegio Católico, me deja pensativo y caviloso durante algún tiempo. Me preguntaba cómo pudo pasar inadvertido aquel gigantesco y altivo animal, toda una estrella mediática en la mente de una docente egresada de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador de Barquisimeto, Venezuela.

Lo otro no es menos importante. Fue un suceso académico que pone de relieve lo que hogaño se llama “Aula Invertida”, proceso cognoscitivo del que me he referido en anteriores ocasiones.  Es una metodología que consiste en invertir el orden tradicional de la enseñanza, de modo que los alumnos acceden a los contenidos fuera del aula y realizan actividades de aprendizaje dentro del aula, una verdadera revolución educativa. Se centra en el autoaprendizaje y en cómo los muchachos forman su propio proceso de aprendizaje de un tema.

Lo que revela este novísimo método basado en la revolución de internet, las redes sociales, las computadoras y los teléfonos de última generación, es poco menos que asombroso: el aula de clases ya no es el lugar en donde deberemos asistir a buscar el conocimiento que, hasta entonces, monopoliza el profesor. Los muchachos están, consecuencialmente, en el sorprendente modo y disponibilidad de poseer más y mejores conocimientos que sus maestros.  El Dragón de la diminuta isla de Komodo fue una aleccionadora e imprevista manera en que se expresó el aula invertida ante nuestros ojos.

Mi primogénito sabía con creces y de antemano de aquel reptil en peligro de extinción que habita una pequeña y remota isla. Es el lagarto mayor del mundo, me dice José Manuel, que puede llegar a medir hasta tres metros. Son unos superdepredadores en los pequeños ecosistemas donde habitan.  En estos escenarios se manifiesta el llamado gigantismo insular o gigantismo isleño, que es la respuesta evolutiva que se da en animales que colonizan islas apartadas, donde las especies afectadas aumentan su tamaño paulatinamente. Es el proceso contrario al enanismo insular, me dice mi hijo.

Un insavable aislamiento geográfico provocó aquel portento de saurio en una isla tan pequeña de apenas 291 kilometros cuadrados, habitada por 1.800 seres humanos. Estos monstruos del mundo moderno son los Dragones de Komodo, cuyo nombre científico es Varanus komedoensis, de Indonesia. Viven en las islas de Rinca, Gili Motang, Nusa Kode, Flores y Komodo.

Pero hay más. El dragón es un animal que arroja fuego, escamoso de piel, alado y es parte vital de la mitología china y europea. El hecho de que sea una bestia de ficción, legendario y habitante consuetudinario de la literatura religiosa, no quiere decir que no exista. Existe de otra manera no menos importante: existe de manera ficcional, como en la famosa ópera Sigfrido, o en el Apocalipsis de San Juan, que describe a Satanás como un temible dragón.  Otra forma de existencia, literaria, tan licita y real como la otra, la existencia biológica.

Pero volvamos al Colegio caroreño y a sus amables y dedicados docentes. Es posible -y es mi explicación- que un acentuado parroquialismo haya conformado la mentalidad docente de mis paisanos y colegas, que carecen de sensibilidad comparativa. No campea entre ellos una mirada universal y holística de los mundos natural y humano, se conforman con unos pocos conocimientos con los que imparten una buena docencia, debo reconocer, pero limitada de horizontes epistémicos, límite que tanto daño ocasiona en un exigente mundo globalizado y posmoderno.

El analfabetismo tecnológico se agrega al asunto del dragón y de otras circunstancias que sería larguísimo enumerar, pues ataca todas las áreas del humano saber.  Es muy probable que nuestros docentes no estén conectados a internet, un servicio con una tarifa elevadísima de 30 dólares mensuales en Venezuela, que con los menguados salarios de hogaño se hace casi imposible cancelar. El analfabetismo digital se refiere al nivel de desconocimiento de las nuevas tecnologías, que impide que las personas puedan acceder a las posibilidades de interactuar con estas. En un sentido estricto hace referencia a la imposibilidad de navegar en internet, acceder a contenidos multimedia, socializar mediante las redes sociales, crear documentación o discriminar información relevante.

La carga docente se arrima como otro grave problema. Un educador con 38 alumnos por aula está como poco motivado a leer y examinar con detenimiento y pausa 38 trabajos sobre zoología exótica, como es el caso de la elaborada por mi hijo, que desanimó a la docente a leer las doce o quince líneas manuscritas que hizo mi hijo que dan cuenta de la existencia real del Dragón de Komodo en una apartadísima isla, de un inmenso archipiélago de 17.700 islas que conforman la gigantesca y desperdigada República de Indonesia, país islámico de 270 millones de habitantes, una información que rápidamente se puede “bajar” de internet.

Un mundo globalizado como el que se abalanza precipitadamente sobre nosotros, reclama docentes y educadores colocados en la cresta de la ola posmoderna, marejada indeteniblemente que llegó para quedarse. Pero debemos tener sumo cuidado con la hipercomunicación, como advierte el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, exceso de información, sobre todo imágenes, apabullante y que aturde, en tiempos del llamado capitalismo digital, fenómeno palpitante y actual del cual hablaré en una próxima oportunidad.

Carora, Estado Lara, República Bolivariana de Venezuela.

Jueves 11 de abril de 2024.

Foto cortesìa del autor

Luis Eduardo Cortés Riera
Venezolano, nacido en Cubiro, Estado Lara. Doctor en Historia por la Universidad Santa María de Caracas, 2003. Docente del Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Barquisimeto. Cronista Oficial de Municipio Torres, Carora. Miembro de la Fundación Buría. Ganador de la Segunda Bienal Nacional de Literatura Antonio Crespo Meléndez, 2014, con el ensayo: Rafael Domingo Silva Uzcátegui, más allá de la Enciclopedia Larense, Psiquiatría y literatura modernista. Colaborador de las revistas literarias: Archipiélago, de México; Letralia; Carohana; Mayéutica, CISCUVE; Columnista del diario El Impulso de Barquisimeto. Autor: Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937, La gallarda serpentina de El Negro Tino Carrasco; Ocho pecados capitales del historiador; Enciclopedia Temática del Estado Lara; Iglesia Católica, cofradías y mentalidad religiosa en Carora.