Por: Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gmail.com

Escribe el eminente psiquiatra autodidacta caroreño Rafael Domingo Silva Uzcátegui en su Historia biológica de Bolívar, que la constitución emotiva ciclotímica del Libertador Simón Bolívar sufrió una terrible sacudida derivada de la insubordinación, juicio y posterior fusilamiento del general curazoeño Manuel Piar en 1817. Y cosa parecida podríamos decir del General Pedro León Torres, quien había sido ascendido a General de Brigada por recomendación del desgraciado General Piar, tras mostrar gran audacia y estrategia en la crucial Batalla de San Félix de 1817 que libera la muy estratégica Guayana venezolana, lugar donde se asienta la Tercera República de Venezuela, con capital en la ciudad de Angostura (Ciudad Bolívar), donde Bolívar pronuncia el inmortal Discurso de Angostura, y lugar de arranque de la Campaña de Liberación de Nueva Granada, Colombia.

Pero el caudillo de dos colores, como lo llama el novelista Francisco Herrera Luque, impulsado por sus éxitos militares que lo elevan a General en Jefe, y el apoyo de otros militares de rango, encabeza una peligrosa insubordinación que impugna la jefatura suprema de Simón Bolívar, un mantuano blanco que debe ser sustituido, alegan los complotados, quienes desean fundar un régimen dirigido por los pardos, una pardocracia. Una peligrosa guerra de colores asomaba en el horizonte.

Es detenido Piar y se le somete en Angostura (Ciudad Bolívar) a juicio militar, proceso dirigido por el General Carlos Soublette, que lo condena a muerte en la horca. El Consejo de Guerra que lo acusa tiene entre sus miembros al General Torres, en quien Piar confía para reclamar una posible clemencia del jurado, pues es su hechura: fue Piar quien asciende a General de Brigada a Pedro León Torres. Sin embargo, la condena habrá de ejecutarse el 16 de octubre de 1817, previa degradación militar del sedicioso General Piar, degradación a la que con gran hidalguía y valor se opone el joven General caroreño. Criterio que finalmente se impuso y que el Jefe Supremo, Simón Bolívar, acepta.

Pero el General Torres acompaña finalmente a Bolívar y no a los sediciosos a pesar de ser “predilecto” del General Piar. Nuestro General Torres avizora que su amigo y benefactor, caído en desgracia y a punto de ser pasado por las armas, carece de la preparación del Libertador Simón Bolívar, que la Republica obtenida después de tantos sacrificios se hubiese perdido de caer en manos del General Piar.

Años más tarde, en otro escenario muy distante, en 1822, durante la Campaña del Sur, Colombia, los generales Bolívar y Torres protagonizaran un fuerte encontronazo, producto de un malentendido a unas ordenes, previas a la sanguinaria Batalla de Bomboná, que le da el Libertador al General Torres. Antes de almorzar la tropa, le dijo Bolívar a Torres, tomara las alturas que dominaban el campo, pero Torres entendió mal, dispuso que la tropa almorzara, y entretanto el enemigo ocupó aquella posición. Encolerizado Bolívar le ordena entregar el mando al coronel Barreto, que seguramente cumplirá mejor que usted. “Libertador -le contesta Torres- si no soy digno de servir a mi Patria como General, la serviré al menos como soldado,” y tomando un fusil salió a alinearse en las primeras filas. Inmediatamente, escribe Oropeza Vásquez, el Libertador desmontó de su caballo, corrió a abrazarlo y lo repuso en el mando. Es muy probable que el General caroreño haya pensado en esos instantes en la degradación, que, como él, tuvo a punto de sufrir su amigo y protector, el General en Jefe Manuel Piar años antes, en Angostura en 1817.

Resulta una paradoja histórica que los restos mortales del General Manuel Piar reposen en el Panteón Nacional venezolano desde el 28 de abril de 2022, y que los de su amigo y protegido General Torres no hayan logrado este honor merecidísimo. Apenas una placa simbólica ha sido colocada en el Panteón Nacional el 16 de agosto de 1889, en tanto que su osamenta espera aun por nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio, ser repatriados desde Yacuanquer, República de Colombia, después de largos y prolongados 200 años. Estamos en el momento en que estos dos hombres que la fatalidad y la tragedia golpeó de diferentes maneras, se encuentren en ese recinto sagrado de la posteridad, lugar de la memoria donde se edifica la Nación venezolana.

Luis Eduardo Cortés Riera
Venezolano, nacido en Cubiro, Estado Lara. Doctor en Historia por la Universidad Santa María de Caracas, 2003. Docente del Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Barquisimeto. Cronista Oficial de Municipio Torres, Carora. Miembro de la Fundación Buría. Ganador de la Segunda Bienal Nacional de Literatura Antonio Crespo Meléndez, 2014, con el ensayo: Rafael Domingo Silva Uzcátegui, más allá de la Enciclopedia Larense, Psiquiatría y literatura modernista. Colaborador de las revistas literarias: Archipiélago, de México; Letralia; Carohana; Mayéutica, CISCUVE; Columnista del diario El Impulso de Barquisimeto. Autor: Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937, La gallarda serpentina de El Negro Tino Carrasco; Ocho pecados capitales del historiador; Enciclopedia Temática del Estado Lara; Iglesia Católica, cofradías y mentalidad religiosa en Carora.