Por Mariana Vivas Verna

© Todos Los Derechos Reservados, Mariana V. Verna, V-30.136.631, 23 de Marzo 2021, Según Art 7 de la Ley Sobre el Derecho de Autor Venezolana.

Monte Carlo, Casa de verano de Amelia “Ángel” Cavallieri.

17 de julio de 1956, 5:48 pm. 

— Hora de muerte, 4:55 pm. — dijo el médico forense, luego de examinar el cadáver, que yacía con los brazos extendidos en la tina de mármol blanco con agua teñida de rojo por la sangre que corría desde el cuello de la mujer —. Causa de muerte, Suicidio.

Tres reporteros pasaron al baño sin parar de tomar fotografías. El flash de las cámaras iluminaba la habitación al capturar las imágenes. Caminaban por el espacio tomando fotos de todos los ángulos posibles. El único ruido emitido en la casa era el disparo de las cámaras.

— Señores, por favor, tengan un poco de distancia, se los agradezco. — dijo el médico al ver que uno de los fotógrafos se acercaba para tomar una mejor foto de la mujer, exponiendo de cerca las heridas y el estado de la joven desnuda en la tina —. Un poco de respeto con la dama. No queremos un escándalo más para la población de Monte Carlo.

— ¿Cuántos fallecidos van, señor? — preguntó uno de los reporteros, bajando la cámara y dejándola colgar en su cuello.

— Por lo menos cinco de los más famosos de la industria del cine y de la música… Dios… Y todos de la misma manera.

El médico, frustrado, sacó del bolsillo de su traje médico una caja de cigarrillos, sacando uno y prendiéndolo con el yesquero que traía consigo en el otro bolsillo.

— ¿Cinco? Es imposible… ¿En sólo un mes? — Preguntó el segundo reportero, de traje marrón y cabello rubio.

— Aunque usted no lo crea… los cinco están muertos. Lo curioso es que todos murieron de la misma manera… no hubo en ninguno de los casos un homicidio u otro indicio de muerte distinta al suicidio…

— ¿Tal vez querían ocultar algo? — dijo el ultimo reportero.

— Sea lo que fuere, ya no lo sabremos.

— ¿Tiene idea de quienes eran estos cinco? ¿Tenían algún… no sé, proyecto juntos o algún club al que pertenecían, mafia u organización?

— Claro que se quienes, eran todos… Los conocí en persona, en múltiples ocasiones que fui a verlos en el Hotel de La Bahía de Monte Carlo. Amelia, James, María, Carlos, y Luciana… Tan jóvenes y con vidas por delante… ¿Quién sabe qué fue lo que causó que decidieran desaparecer en plena temporada de estrenos y filmaciones?

— ¡Ahí están! Por todos los cielos, ¿Qué están haciendo? — dijo el ex novio y compañero de trabajo de Amelia, Frank Robinson, entrando al baño cansado de correr por la villa de verano de Amelia. Estaba exhausto, con el corazón a punto de estallar, afligido todavía de haber sido el primero en ver el cadáver.

— Se llama evidencia fotográfica, señor Robinson. — aclaró el médico.

— Pues ya son suficientes los reporteros que hay abajo para tener evidencia fotográfica — reafirmó Frank, molesto y a punto de romper en llanto al ver a su alguna vez amada novia muerta —. El resto del equipo está subiendo, así que mejor apártense, si es que no quieren dañar sus trajes.

Al llegar los enfermeros, retiraron con cuidado el cuerpo de Amelia del agua, colocándola en la camilla. Frank, se acercó para ver a ésta por última vez.

No pudo contener las lágrimas, el olor a muerte lo hicieron apartar su cabeza, volviéndose sólo para ver la cara petrificada de Amelia, con sus ojos azules como zafiros abiertos, piel pálida y cabello color marrón rojizo empapado por el agua.

— ¡Llévensela de una vez! ¿Qué están esperando? — Exclamó Frank, apartando la mirada nuevamente del cadáver, tirándose al piso una vez los médicos y reporteros se habían ido de la habitación.

— Será mejor que llame al ama de llaves, no querrá que el baño contenga el olor putrefacto de la sangre. — dijo el médico forense al salir del baño.

Frank no podía parar de llorar, observaba una y otra vez la tina ensangrentada. Miraba la habitación y sus alrededores, sintiéndose culpable de no poder haber detenido lo sucedido o de no poder siquiera regresar dos horas antes y poder cambiar lo que habló con ella.

Montecarlo, Casa de verano de Amelia “Ángel” Cavallieri.

17 de julio de 1956. 11:30 pm.

El teléfono de la estancia privada del segundo piso no paraba de sonar, haciendo eco en toda la villa. En la mesa del medio de la sala, yacían alguno que otro guion de película y copas de cabernet a la mitad o vacías… Los sofás Luis XVI color turquesa tenían abrigos, vestidos y ropa interior de mujer tirados en ellos.  Cámaras, brochas, paletas de maquillaje, e incluso partituras, estaban regadas entre los sillones y el piso del salón.

A un lado de esta sala, estaba el piano. Tenía encima más partituras, un violín y una flauta trasversa probablemente hecha de plata.

Los ventanales que daban hacia los dos balcones italianos, estaban abiertos de par en par, dejando correr el cálido aire de verano de la costa de Monte Carlo, dejando ondear las delicadas cortinas transparentosas con la brisa, haciendo volar ciertas hojas de los sillones y del piso marmoleado de ajedrez.

En uno de los sofás, se encontraba la famosa cantante y actriz de cine y telenovela, Amelia Cavallieri, conocida como “Ángel”, al tener rasgos delicados y finos; considerándola como creación del mismísimo Miguel Ángel, o incluso de Botticelli. El apodo surgió por su belleza y el color de su voz, siendo la más dulce y melodiosa que se había oído para la época, bendiciendo los oídos de todo aquel que la oyera cantar en el escenario.

Dormía profundamente en el sofá en una posición bastante incómoda, siendo cubierta por un chal color crema hasta las piernas, siendo despertada por el teléfono de ruleta negro que estaba en la mesita al lado del sofá, sonando sin cesar.

Inmediatamente, al sonar el teléfono por quinta vez, esta mujer estiró el brazo para levantarlo.

— ¿Diga? — dijo Amelia, con voz ronca al acercar el auricular a su oído para escuchar.

“¿Dónde estás? La producción lleva horas buscándote y tenemos que grabar hoy la escena del risco con Robinson.” dijo el manager de Amelia, que estaba en el set de la película “Las barreras de la Eternidad”, la cual se estrenaba la semana entrante según las fuentes más veraces de la ciudad.

— Aja…

Se estaba durmiendo con el teléfono en mano, el cansancio la tenía agotada. Miraba a su alrededor, preguntándose qué pasó el día anterior como para que hubiera tanto desastre en el salón.

“Amelia… ¡Amelia!”

— ¿Ah? ¿Qué?

“Escúchame, Amelia, son las 11: 35 de la mañana, tenemos hasta las cuatro de la tarde para grabar esta escena; si no estás aquí en menos de 30 minutos, vamos a tener que posponer el estreno para la semana siguiente.”

— Si… dame… media hora…

Veía borroso y la cabeza le giraba. El cansancio y las copas de anoche no le hicieron bien. Miró una vez más la mesita del teléfono, viendo una clase de polvo blanco que estaba regado hasta hacer un montículo. probablemente esa era la razón del agotamiento y estar tan mareada; los oídos le pitaban haciéndole perder el hilo de lo que le decían por teléfono.

“Amelia… ¿Me estas oyendo?”

— Si…

“Escucha… sé que no te debes de sentir bien, trataré de calmar a la producción, y… por favor te ruego que vengas, es por el bien de la película”

— Mhmm… si, ya… luego los veo.

“Amelia” dijo el manager antes de colgar.

— ¿Sí? — preguntó Amelia al ser cegada por la luz de mediodía que entraba por los balcones

El dolor iba in crescendo, y la luz reflejándose en los amplios espejos del salón, no ayudaban a pasar el dolor.

­­­“Luego de esto, tenemos que conversar acerca del guion para la producción musical de “Mujercitas”; y, además, creo que John quiere verte, seguramente quiere hacerte firmar un contrato permanente con “MonteCarlo Records”, aunque él sabe que estas de vacaciones aquí…”

— Mhmm, si… luego lo hablamos.

“Y… Amelia”

— Diga — dijo Amelia fastidiada.

“Si ves paparazzis, al menos… Sonríe, sé que tus amigos acaban de fallecer, pero es importante demostrarle al público que estás bien, no necesitamos más drama”

— Si… como quieras — dijo Amelia colgando la llamada.

Amelia restregó su cara en el chal que le cubría, quitándose las lagañas de los ojos. Se estiró lentamente, bostezando varías veces, la cabeza seguía dándole vueltas, pero tenía que avanzar e ir a arreglarse, sin importar que no quería ir a los estudios para filmar la fastidiosa cinta con su ex novio.

No recordaba nada de lo que pasó en la noche anterior y no entendía el desastre de ropa ni las brochas… Era como si hubiera tenido una fiesta con sus queridos amigos.

— Muertos… Sólo queda una… — dijo Amelia a sus adentros. Trataba de mantener la compostura y de concentrarse en lo que iba a hacer. El dolor de cabeza no desaparecería sólo mirando un punto fijo para poder recuperar el equilibrio al levantarse y caminar en el salón.

— No… no me van a atrapar esta vez, esta sí que no. — dijo ella luego de tomar un trago de una de las copas que estaban la mesa.

Se volvió de nuevo hacia la mesita del sofá, agachándose para poder coger la pequeña lamina de metal para poder apilar de nuevo el polvo blanco e inspirarlo por el billete enrollado que tenía al lado de la lámina.

Se dirigió a la puerta que tenía a sus espaldas tambaleándose. Entró a su cuarto y abrió su lujoso Vestier, buscando algo más “decente” para vestir que una simple bata rosado pastel hecha de seda italiana que le llegaba hasta sus muslos, dejando al descubierto sus largas y blancas piernas de porcelana y sus caderas amplias y definidas. Cualquiera que la viera en traje de baño, se desmayaría al ver el cuerpo tan esbelto y definido de esta muchacha. Aunque no la consideraban una modelo, muchos la vieron como una clase de ejemplo a seguir… Pechos medianos, cintura definida y caderas amplias…Era todo lo que un hombre podría desear.

Sin embargo, Amelia siempre se sintió acosada por el cómo los hombres le vitoreaban en la calle cada vez que salía sin importar como vistiera, viéndola con deseo y lujuria. Nadie se atrevía a tocarla, al haber tenido tan buenos amigos, tuvo una protección parecida a la de una reliquia invaluable en exposición por museos de arte, sin ser robada o alterada. Pero, con sus amigos en el más allá, se sentía vulnerable, desprotegida y desamparada, condenada a sufrir acosos del insaciable público que la adoraban y deseaban consumir como si fuera una droga o un juguete.

Aturdida de lo sucedido en la noche anterior, buscaba entre sus mejores vestidos de uso diario, sin percatarse del sonido de un motor que se apagaba en la entrada de la casa. Un Rolls Royce Silver Cloud, lo último del mercado europeo en cuestión a carros, se había estacionado.

— Espera aquí, por favor, no tardaré mucho. — dijo este chico de traje negro y fedora, que hacía juego con el traje, haciendo resaltar sus rasgos americanos. Piel blanca a medio broncear por el intenso Sol de Monte Carlo, ojos oscuros como el café que se siembra en el Sur de las Américas; y el cabello marrón claro tirando a rubio, estilizado como el recién fallecido, James Dean, que marcó tendencia a nivel mundial con su película “Rebelde Sin Causa”.

— Mas te vale no tardar, Frank. La última vez, Cavallieri te lanzó un jarrón encima en uno de sus ataques de… histeria femenina.  —  dijo el amigo de Frank Robinson, John DeLuca, dueño de MonteCarlo Records, y reconocido productor musical. Estaba sentado del otro lado del carro, al volante, jugando con el reloj de bolsillo de plata que tenía en mano.

— No empieces tú y tus… diagnósticos sin base. Ella está bien.

— ¿Eso crees? Te recuerdo que ella estuvo desde hace unas semanas… un poco, fuera de sí. Ya sabes, llorando, odiando a todos…

— John, acaba de perder a sus únicos amigos, es obvio que estaría mal. A ti no te gustaría verme muerto ¿no?

— Touché…De todos modos, ten cuidado, no creo que se haya recuperado de la muerte de Luciana.

— Si, es lamentable. Y es extraño sabes… Todos se suicidaron, unos con pastillas para dormir, otros con armas blancas… ¿Acaso fue voluntario?

— Sea lo que sea, algo debió de pasar para que tomaran esa decisión en conjunto, fue uno tras otro. Es curioso, ¿No crees?

— Si, claro… como digas.

Frank se dirigió hacia la puerta de la casa, esperando conseguir a Amelia, ahora, su ex novia desde hace 6 meses, preparada para grabar las tomas finales de la producción. Se sorprendió al encontrar que la puerta principal estaba abierta. Siempre la cerraban con llave, dejando las puertas traseras abiertas por si surgía alguna emergencia.

Pasó por la estancia principal, dejando su sombrero en la mesa de la entrada, como es de costumbre. Contempló la bella escalera de mármol blanco que hacía juego con el ambiente de la estancia, asimilándose al de un palacio. Notó que la casa estaba demasiado solitaria; la servidumbre no estaba, pero la pregunta que se hacía al subir las escaleras era:

¿Qué habrá pasado la noche anterior para que la casa parezca como si no habitara ni un alma en ella?

Cruzó hacia el pasillo de la izquierda dirigiéndose a la última puerta, la cual estaba abierta de par en par, algo le indicó que las cosas no andaban bien…

Al entrar, se sobresaltó al encontrar tal desastre, no se imaginaba lo que pudo haber pasado en la noche anterior. Caminó unos metros con cuidado de no pisar alguna copa o paleta de maquillaje que pudiera estar en el suelo, viendo a la pálida muchacha recostada de la pared frente a él, mirando hacia el horizonte. La brisa ondeaba su cabello marrón rojizo a medio peinar, radiando las hebras rojas con la intensa luz solar. Fumaba uno de los cigarrillos de la caja que había en la mesa redonda Se veía un poco fuera de sí, su energía proyectaba una tensa calma en ella. Llevaba puesta una falda simple por debajo de la rodilla de color beige y una camisa blanca arremangada a medio abotonar, con un nudo a la mitad para ajustarla, dejando al descubierto su pecho desnudo.

— Amelia — dijo Frank parado en el medio de la sala, anonadado por encontrar a su ex novia en tal provocador y sencillo atuendo.

Amelia volteó la mirada hacía él, indiferente, haciendo caso omiso al por qué estaba ahí.

— ¿Qué haces aquí? — dijo Amelia volviendo a poner su mirada hacia el horizonte, Contemplando la bella costa que tenía en frente.

— ¿Qué haces vestida así? Tenemos que ir a grabar ahora mismo a los estudios… ¿Qué te sucede? Te noto… distante, fría.

— Ese es el punto, Frank, no quiero seguir con esta mentira…

— ¿De qué hablas? Amelia es sólo esta última escena y ya. Luego harás otro proyecto.

El joven empezó a acercarse poco a poco. Le volvía loco la idea de encontrarla prácticamente al descubierto, sin un corsé o sostén de por medio. Muy pocas veces llegó a verla así, y con pocas veces, se refiere a ninguna en toda su relación de 2 años y medio.

El cigarrillo de Amelia iba botando lentamente las cenizas que se producían por el gasto de tabaco. Seguía sin mirar a Frank en ese momento de silencio relajante, al oír las olas que rompen en la orilla y la brisa que mecía a las palmeras costeras.

— Amelia, ¿De qué mentira estás hablando? — interrumpió Frank, estando a menos de dos metros de distancia entre ambos. Cierta preocupación surgió al verla en tal estado. Tan pálida, lívida y fuera de sí… temía creer que se había vuelto loca por la muerte de sus cuatro mejores amigos.

— De esta, ¿Acaso no la ves? Tú y yo… fingiendo estar juntos, ser la pareja perfecta… esta vida de lujo en solitario, sin nadie más con quien compartir — dijo Amelia, concentrada en el sonido del mar y la preciosa vista, ignorando el hecho de tener a Frank enfrente suyo —. ¿Qué sentido tiene? Después de todo, ya no nos volveremos a ver después de esta película… tu estarás muy lejos con tu familia.

— Amelia, por favor, se coherente con lo que dices. Estamos grabando una película, no es la vida real.

— He ahí el dilema… la cuestión… ¿Ser real o no ser real? No quiero seguir viviendo una farsa de película contigo. — dijo Amelia por fin dirigiéndole una mirada gélida a Frank con sus ojos resplandecientes como zafiros, haciendo temblar a Frank de miedo y éxtasis…

¿Cómo puede el miedo y el deseo combinarse en los ojos de solo una persona?

Esto se lo preguntó Frank muchas veces a si mismo, al ver las expresiones tan marcadas de su ex novia durante su noviazgo.

— Además, habíamos acordado que no quería volver a verte desde esa última escenita tuya en el set.

— Ya te dije que fue un accidente, solo era una chica cualquiera, no hay nada de malo en eso… fue solo un beso.

— Mhmm… un beso, una nalgada… la desvestiste y andabas comiendo como un bebé de sus enormes pechos … Claro, solo un beso.

Amelia empezó a perder la paciencia, el pensar que Frank, días antes de su ruptura, ya andaba detrás de otra chica más “bonita”, le hacía hervir la sangre por romper la promesa hicieron, salvándola del escándalo de haber dicho amar a ambos géneros.

— Ey, aguántate ahí, yo nunca le quite el corsé a ella… creo.

— Si, no te acuerdas porque después de grabar esa escena conmigo, te fuiste a beber como adicto al alcohol con tu amigo John.

— Amelia, fueron unos días duros… algo tenía que hacer ¿no crees? No podía soportar el hecho de no tener a… de no tenerte conmigo.

— ¿Insinúas que nuestra relación fue en vano? — dijo Amelia, acelerando el paso, asumiendo que Frank, estuvo 2 años y medio con ella sólo por la promesa y lo sexy que era, siendo otro hombre que la ve para tener relaciones sexuales.

— ¿Qué? Por Dios, Amelia, No… claro que no — dijo Frank acercándose más a la chica. Empezaba a sentir ese impulso sexual de tenerla de nuevo entre sus brazos, y poder sentir su cuerpo una vez más contra el suyo. Él, aunque dijera que ya la había “superado”, la quería de vuelta, esta vez, no por placer o deseo, sino por la cierta conexión emocional que tuvo con ella, la cual esta mujer no sentía con él después de lo sucedido en la relación y de lo ocurrido en el set de filmación —. Es decir… tu y yo teníamos algo, y era bastante lindo, solo que… Creo que no iba a funcionar más por… bueno, muchas razones que nos impedían el seguir como… pareja.

Frank intentó posar su mano en el hombro de ella, estaba herido de corazón, y el dolor que sentía en el set, no era por lastima, sino por amor. La mujer, al percatarse que este trataba de hacerla entrar en razón o consolarla por la pérdida de todos sus amigos, se hizo a un lado bruscamente, viendo a Frank una sucia rata callejera; ya no lo veía como el caballero de armadura que conoció en  el año nuevo, donde se hicieron “amigos”.

— Ni te atrevas a tocarme.

— Solo quería…

— Nada. Viniste sólo porque tengo que grabar la ridícula escena del beso contigo, y me niego a hacerlo.

— Amelia ¡¿Dónde está tu profesionalismo?! Es solo un beso.

— Si, un beso que tal vez deba repetir en 20 tomas para que una sea escogida. Un beso que pasará a la historia como “El beso más icónico de todos los tiempos” — dijo ella dando vuelta por el sofá donde se quedó dormida, seguía sin recuperar la estabilidad completa al andar. El cigarro que tenía en mano lo dejó reposando en la mesa auxiliar de la pared, consumiéndose solo—. ¡Un beso que nos fijará de por vida como una pareja normada por la sociedad, teniendo que forzarnos a casarnos y vivir miserablemente como pareja disfuncional!

— Por favor, que exagerada estas hoy… de por sí ¿Qué carajos sucedió anoche? La servidumbre no está por ningún lado de la casa — dijo Frank girando los ojos y tratando de pasar por alto el hecho que Amelia no estuviera bien, cambiando de tema, para no seguirle el juego y caer en la desgracia de perder el día de grabación por una simple discusión.

— ¡Al diablo lo que pasó anoche! No te interesa saber en qué lio me metí.

— ¿Lio? ¿De qué hablas ahora? Amelia pareciera como si estuvieras…

Frank observó nuevamente los ojos dilatados de Amelia, extrañado pensó que podía estar bajo el efecto de una droga. En efecto, bajó la mirada y vio el polvo de cocaína regado en la mesita del teléfono, conjunto al billete enrollado.

— ¡Con que esto fue lo que hiciste anoche! ¡Diablos, Ángel! No creí que llegarías a estos extremos sola… Todo esto es por culpa de tus amigos ¡Ellos te corrompieron!

— ¡NO METAS A MIS AMIGOS EN ESTO! ¡Y NO ME LLAMES ÁNGEL DE NUEVO! — gritó Amelia en crisis, aun no sabía que era lo que ocurrió anoche, ni con quién estuvo, pero el recordar a sus amigos, hacía que le doliera el corazón tres veces más de lo que ya le dolía al ver a su ex, regodeándose para que lo perdonara y que lo besara como si no pasara nada —. Ellos no tienen que ver con esto, llevo tiempo consumiéndola y tú no te diste cuenta hasta ahora. Y creer que tú pudiste haber en… No, es imposible, no hubieras encajado.

— Amelia, tus amigos te pusieron en esta posición, sólo… ¡Mira este desastre! Pareciera como si hubieras tenido una fiesta con todos ellos, haciendo sus… locuras y cosas raras… — Frank puso una cara de repugnancia al pensar que pudieron haber hecho los inseparables amigos de Amelia. Nunca descartó la posibilidad de haber formado una orgía, según rumores que surgían comentando sobre haber algo más que sólo una simple amistad.

— Escúchame, mis amigos me enseñaron todo lo que sé ¡Me hicieron la persona que soy!  — dijo Amelia sollozando de la ira contenida, rompiendo en llanto por frustración al no poder descargarse como debía. Quería partir algo, como aquella vez que le lanzó un jarrón a Frank la última vez que la fue a visitar —. Gracias a ellos, me di cuenta de que lo nuestro no iba a funcionar. ¡Por eso ya no quiero vivir una farsa!

— ¡ES UNA MALDITA PELICULA, AMELIA! NO ES REAL — exclamó Frank, perdiendo la poca paciencia que le quedaba. Ya estaba retrasado, eran casi la 2:30 de la tarde, y debían de haber estado en el set a las 12:30. La absurda discusión lo hizo retrasarse más de la cuenta, pudiendo costarles a ambos una semana más de trabajo en aquella película.

— Si fuera solo una película, Frank, ¡NINGUNO DE MIS AMIGOS ESTARÍA MUERTO! — Gritó de nuevo Amelia, esta vez, entre llantos y sollozos —. ¿Tienes idea de que es vivir todos los días una mentira que solo se hace más y más grande con el paso de los días? ¡No! No la tienes. Solo míralos… James está muerto, María igual, Carlos… Y Luciana, mi amada y querida Luciana ¡TODOS MUERTOS! Todos estaban viviendo una mentira constante. ¿Y sabes qué pasó? Decidieron que esa mentira ya no iba a seguir persiguiéndolos, y se suicidaron. Todos, uno por uno… Ahora sigo yo ¿No crees?

— Amelia, me haces perder mi tiempo al oírte hablar de tus problemas y de tus amigos que solo te arruinaron la vida. NO me interesa que demonios tú y tus amigos escondían tanto para que me digas que todo es una maldita mentira, ¡Ya supéralo! Murieron, y no puedes hacer nada al respecto, si les vas a seguir el juego, ¡Es mejor que avises al menos para llevarte a un psiquiátrico de una vez por todas! Increíble… y pensar que eras lo bastante “profesional” para soportar estas crisis. — dijo Frank molesto, cansado de estar tolerando la “histeria” de Amelia con respecto a lo que sentía por la pérdida reciente sus amigos y de cómo sentía que la usaban en la industria, como medio de entretenimiento y de deleite para los demás espectadores. Consideraba que ella era lo bastante profesional como para afrontar situaciones de este estilo y poder llevar su vida en el set como cualquier actor normal, y no como una loca que solo piensa en que todo es falso y que la muerte es la solución a sus problemas —. Te voy a dar 2 horas, espero que estés lista para ir al set. Si no, te sacaré a la fuerza de aquí así sea desnuda. Ahora será mejor que empieces a ver que te pones y dejas la lloradera de una vez.

— ¡Tienes suerte de que no te he lanzado nada! Ya estaría llamando a la enfermera para que te curara — dijo Amelia un poco más calmada, aunque internamente seguía encolerizada por incomprensión.

Se quedó parada en el medio del salón, viendo salir a Frank, que había perdido la última gota de paciencia que le quedaba para conversar, pisando las hojas que estaban regadas por el piso.

Salió de la estancia con los dientes prensados, queriendo partir una pared de la furia que tenía al ver a su ex novia tan sensible, fría, pedante y obstinada, sin ver lo dolido que estaba.  Su incapacidad de expresar lo que sentía por palabras más simples le condenaba a recibir ese trato, omitiendo decir “te extraño” o “te necesito”, e incluso “me siento dolido”. Pero lo peor de esta visita, fue el verla consumir drogas y pensando en suicidio, dejándolo aún molesto y preocupado por la salud mental de la pelirroja.

John estaba de pie afuera en la entrada, recostado del capó del carro, esperando a la pareja para poder ir a los estudios.

— ¡Al fin! Ya creía que te la habías montado encima y que no ibas a levantar cabeza en todo el resto del día.  — dijo John, viendo salir a Frank de la casa. El cabello rubio rizado de John brillaba con la luz de sol. Sus ojos verdes esmeralda relucían con la luz, siendo irresistible a toda mujer que se acercara, poniéndolas en trance al mirarle —. ¿Qué pasa? Te veo molesto.

— Nada, enciende el carro, vamos a dar una vuelta — dijo Frank bajando las escaleras de la entrada. No tenía la capacidad de ocultar sus emociones en esta vuelta. Como no estaba en el set, no jugaba un papel importante el desempeño de expresar sus sentimientos hacia la pantalla de plata.

— ¿Dar una vuelta?  ¿Y Amelia?  ¿No piensa bajar?

— No esta lista. Esta delirando y diciendo cosas sin sentido… — dijo Frank al llegar al carro. Se detuvo antes de abrir la puerta, mirando al suelo. Suspiró con desgano, no sabía cómo expresar sus sentimientos en la vida real, pero si podía hacerlo en el set —. ¿Qué estoy haciendo mal, John? Ni siquiera pude decirle que la extraño.

— Oye, Amelia está pasando por algo… bastante rudo ¿Ok? No es lo mismo perder a tu madre de joven a que perder a tus únicos amigos… — dijo John apoyándose del hombro de Frank —. Se debe sentir mal, tú mismo lo dijiste. No creo que este en capacidad de tomar una decisión sana para ambos.

— No lo sé… Tal vez tengas razón. De todas formas, ella tiene que tener fuerza para seguir… me preocupa que—

— Shhhh… Vas a ver que si puede. Ahora ¿Por qué no vamos a buscar unos tragos y regresamos a buscarla?

— Tengo trabajo que hacer, no puedo estar bebiendo.

— Un trago no te hará mal, Robinson, así pasas el sabor amargo con alcohol y sales de eso — respondió John, dándole unas palmadas en la espalda, para darle ánimos a Frank.

— Esta bien, sólo uno, borracho andante — dijo Frank burlándose de John, que siempre lo incitaba a beber hasta que el alma ya no pudiera más.

— Ese es mi muchacho, ahora sube, dejemos que “Ángel Cavallieri” se arregle, ya sabes cómo son las mujeres.

John sacudió a su amigo para tratar de sacarle la ira que cargaba encima, procediendo a dar la vuelta y alcanzar el asiento del piloto.

John al voltearse no se percató que Amelia, estaba mirándolos desde el balcón, viendo cómo se montaban en el carro y marchaban en dirección opuesta, camino al hotel de La Bahía. Decepcionada pero no sorprendida, Amelia notó que Frank antes de montarse en el carro, le miró de reojo, con cierta melancolía al principio siendo consumida por su orgullo varonil, haciéndolo quitar su mirada del balcón y entrar al carro.

Una vez el carro se perdió en la lejanía de la plana carretera, Amelia regresó un momento al salón, cogiendo otro cigarrillo de la mesa, para encenderlo y seguir fumando por ansiedad. Para el colmo suyo, se sirvió otra copa de vino, ahogando su pena y sufrimiento en los sorbos que le daba lentamente a este en silencio, saboreando su amargo sabor, trayéndole a la cabeza todos esos recuerdos con sus amigos, y especialmente, las citas que tuvo con Frank o con su Amiga Luciana.

El silencio de la casa se interrumpió al sonar el teléfono nuevamente. Amelia se volvió con disgusto. Pensó que era su manager de nuevo, llamando para amenazarla otra vez con perder los contratos y atrasar la grabación de la película. Estaba cansada de recibir órdenes de todos… De su manager, de su ex novio, del set, de John… No soportaba el vivir una vida donde únicamente hacía lo que se le ordenaba, donde estas bajo las cuerdas de otros, y eres controlada por gremios y poderes por encima de ti.

De repente, le rondó en la cabeza algo que su amiga Luciana le dijo unos días antes de que fuera encontrada muerta por sobredosis.

“Sabes?… Me gustaría desaparecer, en serio. Dejar de existir en este mundo en el que vivimos, rodeados de cámaras, fotos, noticias, pretendientes acosadores, rumores falsos… Quiero escaparme de aquí, y no volver al menos en 2 años, y vivir una vida simple y normal como cualquier otro… y más contigo, pero eso es difícil en un mundo donde las cámaras nos tienen bajo vigilancia constante… Sería perfecto desaparecer para siempre de aquí a tu lado”.

Mucha razón tenía Luciana en ese entonces, pero nadie, ni si quiera Amelia, esperaba que, con desaparecer, se refería a quitarse la vida.

El teléfono no paraba de sonar, Amelia no tuvo remedio que ir a contestar. Al levantar el teléfono con la derecha, sostenía con la izquierda, la copa con vino con el cigarrillo entre sus dedos que prendió con un yesquero que tenía el escudo de armas de la corona de Mónaco grabado.

— ¿Diga?

Creo que ya es hora de pagar el precio, Señorita Cavallieri” dijo la persona al teléfono.

Amelia quedó paralizada, fría, al escuchar la voz de la persona. Sabía de quién se trataba y por qué la llamaba. Al congelarse, dejó caer al piso la copa de vino, Partiéndose en pedazos, salpicando el vino en varios recuadros del piso de ajedrez, quedando el cigarro entre los dedos de la chica. Las piernas empezaron a temblarle, sentía que el ambiente que la rodeaba, se ponía tenso, con la sensación de estar vigilada por todos lados.

— Usted…. Usted es quien hizo esto. — dijo Amelia con voz temblorosa. Las palabras le costaban salir de su boca, el miedo que le recorría por el cuerpo le daba escalofríos. Se le hizo un nudo casi indesatable en la garganta al saber por qué la llamaban. No tenía nada que ver con la película, ni con Frank quizá, pero se trataba de algo que ocurrió en el transcurso del año pasado, antes de todo el escándalo de las muertes inexplicables de personas famosas y millonarias alrededor del mundo…

“Morir, será la mejor aventura y la última que viviremos juntos” Amelia recordó esas palabras de James, la cuales eran escalofriantes al oír decirlas con seguridad esa última reunión en el hotel de La Bahía.

Yo no diría eso… Al contrario, yo diría que fue por… voluntad propia” la voz se había proyectado con un tono malicioso y hostil. Cualquiera pensaría que la persona estaba al otro lado del teléfono con una macabra sonrisa tallada en el rostro. “Además, sabes muy bien el por qué están muertos… Ahora es tu turno.”

—Fue… fue un accidente nada más, no había que matar a nadie.

Ay, señorita Cavallieri ¿Acaso no se dio cuenta? Usted y sus amigos no fueron los únicos en querer revelar al mundo lo que hemos hecho.” dijo este individuo, soltando una risa vil y malvada. “Ustedes serán los últimos en haber intentado revelar el secreto.”

— No si lo impido. El mundo merece saber lo que han hecho y como nos han tratado. ¡No se saldrán con la suya tan fácil!

“¿Eso crees? Por favor, una mujer de 25 años… ¿Quién te va a creer? Todos saben que hablarás por hablar, buscando echarle la culpa a un tercero sobre lo que les pasó a tus amigos.” respondió con tono burlón “Acéptalo, estas sola y desprotegida, ni siquiera tu ex novio te va a proteger… ese chico, Robinson… tiene el porte para pertenecer a la mafia de los sicilianos, con todo y que sea… un sucio y petulante americano.”

— Encontraré la manera, le diré a la prensa, a las televisoras, a los actores… todos sabrán de ti y tu asquerosa y vil Sociedad Secreta.

“Niña, eres tan inocente que ni recuerdas el trato… ¿Por qué crees tus amigos se suicidaron? No fue pura casualidad.”

— ¡No me interesa el cómo murieron! ¡Te voy a detener, y te veré tras las rejas! — exclamó Amelia, llenándose de valor para continuar hablando entre miedos que le recorrían.

“Que ingenua… inocente como todo Ángel. Estas rodeada, no tienes escapatoria, Mis hombres se encargarán de buscarte de nuevo, y apenas estés en sus manos, te matarán… A menos que hagas como tus amigos y te salves de que inculpe a ese Frank Robinson por tu muerte.”

Amelia se volvió a paralizar, lágrimas de horror brotaron de sus ojos. Jamás había sido amenazada de tal manera, y menos con el querer involucrar a un inocente en un problema que le pertenecía a ella y sus difuntos amigos.

La sensación de estar vigilada crecía, como si alguien estuviera al acecho en la casa. El miedo comenzó a apoderarse de ella por completo, haciéndola crear escenarios mentales en como Frank estaría siendo presentado en la corte por un acto que ni siquiera cometió.

— No… no lo harías. Todo menos eso… Por favor, no metas a Frank en esto, no lo merece. — sollozó Amelia a modo de súplica, dejando caer el cigarrillo en el piso, deshaciéndose por completo en el vino derramado —. Por favor, haz lo que quieras, pero no lo involucres…

Amelia perdió el equilibrio, las piernas ya no soportaban el estar de pie; se sentía débil, indefensa. Terminó arrodillada en el suelo, clavándose alguno que otro pedacito diminuto del vidrio partido en las pantorrillas y rodillas.

“Pues si no quieres que lo involucre o que mueras a mano de otro… Ya sabes que hacer.” dijo este ser al teléfono, de nuevo con el tono hostil y amenazador con el que había hablado al principio de la llamada. “Tienes dos horas; Si Robinson te recoge y aceptas ir con él, date por muerta en mano de inocentes. Deberás de escoger. Hasta entonces, Fue un placer haberla conocido, fue una delicia haber podido compartir momentos tan… gratos y llenos de pasión con usted, Ángel Cavallieri.”

La persona trancó de golpe el teléfono, dejando a la mujer llorando de temor y desesperación. Amelia dejó el auricular en el piso, poniendo sus manos en su cabeza, tratando de hacer parar las voces fantasmas de sus difuntos amigos que le retumbaban en los oídos constantemente desde que había tomado la llamada.

Pegó un grito al aire retumbando en las paredes, tratando de drenar todo lo que sentía. fue inútil, no se podía calmar, no había nada que la calmara ahora. Debía hacer lo que ni en un millón de años hubiera cometido bajo obligación o amenaza, pero no iba a dejar que su ex novio, aunque lo despreciara por orgulloso y pedante, fuera llevado a juicio siendo inocente… No tenía opción, había caído en un callejón sin salida, atrapada y sin escape.

Amelia se levantó del suelo, sacudiéndose los pedazos de vidrio, temblando de miedo camino a su cuarto. Al entrar, revisó la peinadora que tenía justo frente a su cama, buscó entre sus botellas de perfume, consiguiendo la llave que abría el cajón de la peinadora. Al abrirlo, revolvió entre los miles de sobres y papeles que tenía, consiguiendo, el cuchillo afilado que había guardado para defensa personal en eventos grandes.

Inmediatamente, se dirigió al baño que tenía en su habitación, completamente hecho de las más finas cerámicas, con el piso de porcelanato blanco. Al final de este, estaba la tina de mármol blanco pulido, con detalles de oro en los bordes que la adornaba haciéndola más clásica y sofisticada. Se acercó hasta la tina, dejando el cuchillo a un lado, abriendo la llave de agua caliente, para llenar la tina y tomar un último baño antes de cometer el mayor acto de egoísmo que un humano pudiera cometer según la iglesia.

Con la decisión tomada, se desvistió frente al espejo de cuerpo completo que tenía en la esquina de su habitación, quitándose prenda por prenda, llorando en silencio, haciendo que el proceso fuera más lento, tomándose el tiempo para pensar lo que iba a hacer exactamente. Una vez desnuda, se miró por completo en el espejo, recorriendo con su mirar su esbelto cuerpo por última vez.

Al retroceder, tropezó con el tocadiscos que tenía en el cuarto, dejando caer la aguja que activó el mecanismo, reproduciendo el disco de Opera favorito de Amelia, la grabación de la Soprano más famosa del siglo XX, María Callas. No le importó que la música la acompañara en el doloroso camino que le correspondía tomar, ya que toda su vida, la música fue parte de ella, desde la niñez hasta ahora, siempre fiel y constante como una buena amiga que está en malos y buenos momentos.

Finalmente, regresó al baño, dejando las puertas abiertas, para airearlo y no sofocarse del calor. Cerrando el chorro de agua, se sumergió en el agua caliente, relajando sus músculos de tanta de tensión que llevaba consigo.

De repente, frente a sus ojos pasaron todos los recuerdos que tuvo en su estadía en Monte Carlo, los momentos alegres, de tristeza, de pasión y lujuria… Ya no había vuelta atrás, era hora de acabar con su sufrimiento de una vez, y así, reunirse con sus amigos en el más allá, donde sea que estén, sin sentir culpa de que, por su muerte, su ex novio sería condenando a ir a prisión.

— Oh, Dulce daga, ¡dadme muerte! — recitó Amelia, pasándose el cuchillo por la garganta, abriéndose una herida que expulsaba la sangre a chorros. La sangre dejó salpicaduras en la tina a como en la pared, el agua se fue tiñendo de color rojo oscuro por la sangre que caía. Amelia, dejó caer el brazo fuera de la tina, soltando el cuchillo ensangrentado en el piso de mármol. Sus últimas palabras evocaron un fragmento arreglado del primer papel que interpretó en la obra de Shakespeare, Romeo y Julieta.

Pasaron unos 2 minutos, y la muchacha perdió el estado de conciencia, sumiéndose en el eterno sueño de la muerte.

Ya estaba hecho, el secreto de esa Sociedad Secreta había quedado sellado para siempre. Ya no había nadie que lo divulgara o comentase sobre aquello, por los momentos.

Nuevamente en la casa, volvió aquel ambiente de tensa calma; no había ninguna señal de presencia de la servidumbre, la casa estaba en completa soledad. Lo único que se oía en los alrededores de la casa, era el eco de la música que provenía del segundo piso.

— John, mejor bájate conmigo, por favor. Si Amelia se rehúsa tendremos que cargarla hasta aquí. — dijo Frank al abrir la puerta del carro, de nuevo estacionado en frente de la casa —. Ya sabes… por si se pone… eufórica.

— ¡Ja! ¿Quién diría que me pedirías ayuda para poder cargar a una mujer tan testaruda? Creí que podías con cualquiera… — rio con tono burlón el amigo de Frank, bajándose del carro, acomodando su traje que se había arrugado por estar sentado tanto tiempo.

— Puedo con cualquiera, solo que se hacen las difíciles…

— Mmmm… eso no fue lo que me dijiste ayer después de esa cita con Valerie Desmond.

— Ella es un caso… pero puedo con cualquiera, ninguna termina resistiendo tanto tiempo, siempre caen a mis pies, a rogarme perdón…

— Si, Claro, Don Juan.

— Mejor cállate, Casanova.

Los dos entraron a la casa, encontrándose en la estancia principal. Una sensación de abandono recorría los pasillos, y esta vez cargaba consigo un aire de misterio y dolor.

— Que extraño… No hay servidumbre — dijo John un poco consternado al ver la casa tan solitaria.

— Así me sentí cuando entre la primera vez — dijo Frank subiendo las escaleras.

— ¿No quieres que te acompañe?

— Prefiero que te quedes aquí, Amelia no soportaría verme entrar contigo, la pondrá peor… cualquier cosa pegare un grito ¿Sí?

— Como digas, Don Juan.

Frank no soportaba que su amigo lo llamara así, no siempre se comportaba de manera salvaje y violenta con las mujeres, solo que siempre lo retrataron de esa manera al ver como todas las mujeres se desmayaban al verlo y ser tratadas con tanto deseo.

— Amelia, es hora de irnos ¿Estás lista? — preguntó Frank una vez entró a la estancia del segundo piso. No hubo respuesta alguna, el ambiente se sentía muerto, ya no había vida en el lugar, como si el entorno hubiera perdido su vibración y color.

Lo único que se escuchaba en la habitación, era la pieza del Dueto de la Flor, de Lakmé, pieza preferida de Amelia desde que se adentró en el mundo de la música clásica y sus alrededores artísticos.

Frank entró al cuarto con precaución, para evitar encontrar a Amelia desnuda, hundiéndolo en vergüenza y cierto deseo hacia ella al imaginarse la escena.

— ¿Amelia?

No fue hasta que se volteó a ver el baño, que tenía las puertas abiertas de par en par, pudiendo acercarse unos metros hacia la puerta, quedándose horrorizado al ver a Amelia petrificada, sumergida en sangre.

El grito de horror y dolor de Frank hizo eco en toda la casa, llegando a los oídos de John, que subió lo más rápido que su cuerpo le permitió.

— ¡¿Qué ocurre?! Dios mío… — preguntó John al entrar al cuarto y ver a Frank tirando en el piso jalándose su cabello horrorizado. Al percatarse que Amelia yacía muerta en el baño, se tapó la boca para evitar vomitar o pronunciar palabra alguna… Algo en su expresión, lo hizo tragar duro, ocultando una verdad que debió de ser revelada antes. Inmediatamente recuperó su postura, conteniendo las lágrimas y se rebajó a la altura de Frank abrazándole lo más fuerte que pudo para calmarlo.

— Ya Frank, Por favor, cálmate… no podemos hacer nada…

Frank no paraba de gritar, se había puesto las manos en la cara para que no lo viera llorar, siendo inútil su habilidad de actor, llorando sin control alguno de sus emociones.

— Voy a llamar a emergencias ¿Sí? Por favor, Frank… Intenta Calmarte.

— ¡¿COMO QUIERES QUE ME CALME?! ESTA MUERTA Y POR MI CULPA, DIOS MIO, PERDÓNAME. — gritó Frank entre lágrimas, tratando de emitir algo más que sólo gritos y sollozos.

John se dispuso a buscar el teléfono, pero al acercarse a la mesita, vio una parte de la escena del crimen; la copa de vino rota, el vino derramado con el cigarrillo deshecho, el auricular descolgado…

John tragó duro, deshaciendo el nudo de su garganta al ver lo ocurrido. Entendió por qué Amelia estaba muerta, y gracias al cielo, no fue por culpa de Frank y la discusión que tuvo con ella antes de esa llamada inesperada.

Para no tocar nada de la escena, fue a la estancia principal, donde había otro teléfono y llamó desde ahí, dejando a Frank solo en la habitación gritando despechado y sin consuelo.

— ¿Hola? ¿Doctor Dwight? Si soy yo, Por favor venga lo más pronto posible a casa de Cavallieri, algo… muy inesperado ha sucedido. Si puede vaya avisándole a su equipo, y a los demás médicos forenses… tenemos que movernos rápido. Seguramente ya alguien de la calle nos delatará por escuchar los gritos de Frank.

Monte Carlo, Casa de verano de Amelia “Ángel” Cavallieri.

17 de julio de 1956, 6:38 pm. 

Una multitud de gente rodeaba la casa de Amelia. Paparazzis, periodistas, reporteros de noticias, radio locutores… Todos se habían enterado de la noticia, siendo divulgada por los mismos médicos y amigos de estos. La sirena de la caravana de emergencias resonaba en la calle.

Una camilla cubierta por una gruesa sábana blanca salió por la entrada de la casa siendo trasladada por 5 enfermeros. Detrás, los tres fotógrafos que pudieron tomar las fotos de la catástrofe, y mucho más apartado de ellos, iba el Médico Forense, el Doctor Robert Dwight, encargado de reportar y examinar los últimos 4 casos de suicidio de Monte Carlo. Los disparos de luz de las cámaras encandilaban a los que salín de la villa, las preguntas a los médicos que iban delante y a los enfermeros comenzaron, respondiendo algo breve, o simplemente diciendo “Sin Comentarios que agregar por el momento”.

Mientras iban rodando la camilla a la caravana de emergencia, varios reporteros se le acercaron al Doctor Dwight.

— ¡Doctor Dwight! ¿Es cierto que este es el quinto suicidio en el mes?

— ¿Hay Algún testigo que presenció el acto de muerte?

— ¿Qué deducciones sacó usted al ver las coincidencias con las otras muertes?

— ¿Los últimos cuatro muertos era amigos de Ángel Cavallieri?

— ¿Hay Alguna relación entre ellos cinco que los haya echo tomar esta decisión?

— ¿En qué estado encontró a la joven dama?

— Eh… Señores… esto es información confidencial que pasará a manos de El Estado, tengo prohibido divulgar conclusión alguna sobre esta, así que, con permiso. — respondió el Doctor, aturdido de todas las preguntas, haciendo señas a la gente para que se calmara y se distanciaran para que lo dejaran pasar.

Siguieron insistiendo en preguntarle, los fotógrafos no paraban de tomar fotos, dejando encandilado a equipo médico que se tapaba la cara para no seguir recibiendo tanta luz.

— Vaya… ¿Así que esto es lo que se siente ser famoso? Lo detesto — aclaró uno de los enfermeros que estaba cerrando las puertas de la caravana —. Nunca me hubiera gustado estar en la posición de estos muchachos…

— Bueno querido compañero, así es Hollywood y todos los gremios… El show nunca para, siempre debe continuar, cueste lo que cueste. — respondió el doctor pasándose la mano por los ojos que le empezaron a arder de tantas luces parpadeantes que había enfrente suyo.

Antes de que el doctor entrara a su carro para conducir hasta el hospital, un chico que parecía tener como unos 14 años, se le acercó al doctor.

— ¡Oiga señor! Creo que esto se la acaba de caer — dijo el niño que iba vestido con unas bragas marrones y una gorra del mismo color, entregándole un sobre al doctor.

— Oye, muchacho, creo que te has equivocado de persona… ¿Eh? — respondió el doctor al percatarse que tenía el sobre en mano, pero el niño se había desaparecido —. ¡Oye! ¿Dónde estás?

no podía ver más allá del gentío, entre las luces de los fotógrafos, los reporteros y sus preguntas abrumantes, el sonido de la sirena de la caravana de emergencias y la gente cuchicheando en la calle, no le permitieron ver hacia dónde se había ido el niño.

Al ver el sobre, quedó confundido al leer la inscripción de esta:

 Para el Doctor Dwight.  M. C. J. L. A.

SS.

Mariana Vivas Verna
Mariana Verónica Vivas Verna, Nace en Caracas, Venezuela en el 2003 (19 años), graduada de Bachiller en Ciencias del Colegio Mater Dei, actual estudiante de Diseño Interior en el IUDLM. Fue integrante de El Sistema Nacional de Orquestas y Coros de Venezuela desde los 6 años hasta los 13 años. En el trascurso de su vida ha recibido clases de piano complementario, artes escénicas, diseño gráfico y escritura. Actualmente es miembro de Rotaract San Antonio de los Altos, Venezuela. Contacto: Mvivasverna@gmail.com.

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