Autor: Edecio R. Riera M.
Un buen grupo de los estudiantes del sector de la zona baja de la escuela “Simón Planas” de San Francisco, acudían a recibir sus clases e iban muy entusiasmados porque las secciones de los tres últimos grados, realizarían una excursión en la Quebrada de Pedernales. El objetivo de la misma era celebrar el Día de la Alimentación en un ambiente muy natural, fuera del aula de clases. La planificación contenía: realizar una sopa de gallina en ese lugar, efectuar un compartir con todos los niños, observar algunos petroglifos que estaban grabados en unas grandes rocas. Observar el paisaje geográfico, describir un poco la fauna y la flora de ese lugar y realizar una composición. Nada más significativo, por cuanto, el 18 de este mes de noviembre se celebra el día de la alimentación y el 29, el día del escritor en homenaje Don Andrés bello.
La emoción era indescriptible, extraordinaria. Todos comentaban lo agradable que significaban ese tipo de actividades fuera del salón de clases.
Alguien gritó muy fuerte. _ ¡Un loco! ¡Corran muchachos! Los más pequeños corrieron despavoridos. La mayoría se detuvo a observar al personaje, pues, no habían visto nada igual, ni en la imaginación a algo parecido. Para ellos esa persona, esa figura simbolizada en ese ser muy extraño, desconocido y con una apariencia que les causaba: temor, miedo, tristeza, desprecio, rechiflas, carcajadas y para otros, rabia, indignación, impotencia. Inclusive indiferencia.
¿Cuál pudo ser la apreciación observada en ese señor? ¿Un mendigo, un indigente, un andrajoso, un orate.
Ya en la escuela los niños, luego de entonar el Himno Nacional y cada quien a su aula respectiva, continuaban comentando lo que habían visto en el trayecto hacia el plantel escolar. Es un señor adulto mayor, de aproximadamente unos cincuenta o más años de edad, bastante alto, con abundante cabellera, despeinado y mal oliente. Con bigotes grisáceos muy grandes. Igual que la barba. Llevaba puesta una blusa de color ocre, muy bastante sucia sin abotonar y sobre dos o tres camisas. Se podía divisar a él con una contextura bastante fuerte. También llevaba colgado en la cerviz un sombrero de cogollo, roto en varias partes y atado por una tira de tela que pasaba por su cuello. De igual modo su pantalón de color marrón; quizá por el mugre pegado en su ropa y con varios huecos por todas partes. Simplemente un traje de harapos. En sus pies un par de alpargatas negras, rotas y muy sucias.
Colgando en su hombro derecho, solía llevar un saco, de cocuiza, lleno de muchas cosas que pudieran ser ropa, utensilios de cocina y otros bienes que sólo a él le interesaban. Varias latas amarradas con cabuyas que se tendía en el hombro izquierdo, con la intensión de que varias colgaran hacia adelante y otras hacia atrás de su cuerpo. Estas latas fungían de sonajas cuando caminaba. La gente lo identificaba por el sonido.
Como compañía tenía como diez perros de todos los tamaños y de varios colores. Lucía un aspecto muy deprimente; característico de un ser condenado a la indigencia, a la miseria. Se notaba triste, cansado, cabizbajo, encorvado; a lo mejor por el peso que llevaba encima.
¿Cómo llegó este personaje a San Francisco? Nadie lo vio llegar. Posiblemente llegó del estado Zulia o Falcón y entró al pueblo por la vía de Las Mamitas, desde Quebrada Arriba. Quizá entró por la noche o de madrugada, se instaló en una casa que estaba sola y abandonada. Los dueños se habían marchado a la ciudad de Carora.
En el patio de la escuela se reunieron los docentes con los niños que participarían en la excursión. Los educadores fueron interrumpidos por los alumnos que venían de la zona baja. Comentaban que vieron un loco en el trayecto hacia La escuela. No paraban de describir al personaje aludido y los maestros; aprovecharon el momento para orientar a los educandos. No se deben meter con ese señor. Deben respetarlo porque es un ser humano y no se sabe si es agresivo y puede causarles algún daño, algún inconveniente a ustedes o a sus padres. No queremos quejas. Respeten para que los respeten. ¡Atención a todos! La excursión planificada para hoy, lamentamos no se va a poder efectuar, debido a que uno de los tres vehículos que realizarían el viaje se accidentó en Carora y no ha llegado todavía. No obstante, ya se comunicó con nosotros, y llega por la tarde. Menos mal que no es grave el accidente. Mañana a primera hora saldremos todos desde aquí. Por favor informen a sus padres lo acontecido y las cosas que se les solicitó para el compartir, guárdelas hasta mañana. No olviden de traer una: taza, cucharilla, agua. También el que tenga un sombrero o una gorra se la ponen ya que el sol está muy fuerte en estos días. Es bueno recordarles que deben llevar un cuaderno y lápiz a objeto de tomar notas de los aspectos observados. Traten en lo posible de estar a la hora acordada con el fin de no retrasar el viaje. Es importante salir como está pautado para que regresemos temprano. Qué no vaya a pasar lo de hoy, ya que muchos llegaron bastante retrasados y sí el vehículo no se hubiese accidentado, es posible que se hubieren quedado algunos.
Volvamos de nuevo a las aulas y esperemos el sonido de la campana para ir al receso.
El tapa hoyos comenzó un proceso de recorrido por las casas de los vecinos, a fin de ofrecerles sus servicios como soldador de ollas, sartenes, pailas, baldes, tinas o cualquier objeto como latas de galletas y de manteca, en fin, bienes que estuvieran rotos o con huecos. En los primeros días le fue difícil conseguir clientela. La mayoría lo ignoraba; no le daban importancia, no le hacían caso. Tal vez por su aspecto físico. Otros en cambio más humanos, le daban algo de comer, le enviaban comida y agua. Esa relación comenzó a dar sus frutos. Aparentemente no era agresivo, hablaba lo necesario y lo poco de lo que le daban los vecinos, lo compartía con sus perros.
Una vez una señora le fue a llevar algo de comida y le entregó una olla de aluminio para que se la soldara. En un fogón de leña colocó el martillo de soldar, sacó una barra de estaño, cuando la herramienta estuvo al rojo vivo la limpió en una piedra y la zona donde estaba rota la pieza, también la limpió con un pedazo de lija. La señora le dio las gracias, le preguntó por el costo de su trabajo. No le dijo nada y le hizo una seña con su mano derecha, que se la llevara.
Esta acción sirvió para que la señora le sirviera de vehículo de promoción y de publicidad. Fue a partir de ese día que otros vecinos se dignaran en proporcionarle algunos alimentos al nuevo vecino, a la vez le entregaban objetos para que se los soldara.
En varias oportunidades las personas que sacrificaban chivos y marranos siempre compartían con él y aprovechaban para que les soldara algún bien, que ya no era usado porque estaba roto y con sus servicios podían ser recuperados.
A pesar del tiempo que llevaba conviviendo en San Francisco, nadie supo su nombre, ¿cómo llegó?, ¿quiénes son sus familiares?, ¿cuál es su procedencia?, ¿cómo aprendió ese oficio? Fueron muchísimas las preguntas que se hacían los pobladores y no obtenían respuestas. No obstante, lo llamaban ¡Tapa joyo! Así lo bautizaron. Continuó en el pueblo prestando sus servicios como soldador, por un buen tiempo.
Una conducta distinta a la conocida no se evidenció, al parecer estaba en sus cabales, no agredió a nadie, no perjudicó a ningún vecino en cambio sirvió a ese pueblo.
Alguien comentó, luego de su partida, que así como llegó se marchó y que pudo haber sido un ángel enviado por Dios, para probar la actitud, la solidaridad, el compañerismo, la humanidad de los habitantes de ese pueblo.
CUENTOS DE MI COMARCA SAN FRANCISCO Nº5.