Desde que escuché que Carora es una especie de Macondo particular para algunos intelectuales caroreños, decidí volver a leer la novela Cien Años de Soledad, del premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez, buscando indicios de similitudes entre esos dos espacios de locura, ficción, realidad y soledad que constituyen Macondo y Carora. Treinta y cinco años después de su primera lectura volví a deleitarme en su envolvente mundo, esta vez viéndolo desde la óptica de que Macondo queda en Carora y de que Gabriel García Márquez se crió en el barrio Torrellas y no en Aracataca.
En el ámbito geográfico parecen coincidir en algo; los dos son pueblos de provincia ubicados al norte de Suramérica, calurosos, polvorientos, bordeados por un rio y con una sierra a uno de sus lados. Aureliano Segundo se hizo rico y despilfarrador criando ganado igual que lo han hecho muchos caroreños. La compañía bananera que llegó a explotar un producto nuevo en Macondo bien se asemeja a la compañía que llegó sembrando vides y produciendo excelentes vinos en Carora, aunque afortunadamente esta última no ha tenido que asesinar tres mil caroreños como sí ocurrió con la compañía bananera en Macondo.
Si la familia Buendía es el eje de Macondo en Cien Años de Soledad, en Carora se pueden escribir varias novelas con las historia de la familia Zubillaga. Desde la llegada de don Agustín Luis Zubillaga Irady con la Compañía Guipuzcoana en la época de la colonia, comenzó una saga de insignes personajes que con su valía le han dado renombre a la región, destacando como intelectuales, ganaderos, profesionales, comerciantes, deportistas y en todo lo que tenga que ver con el progreso; fundaron ganaderías, periódicos, revistas, un centro de inseminación artificial de ganado y hasta contribuyeron firmemente en la creación de la raza Carora de ganado bovino. Es esta la razón por lo que el apellido Zubillaga lo encontramos hoy nombrando plazas, calles, un hospital pediátrico, el parque de feria, un matadero industrial y otros sitios públicos. No en balde podemos decir que el faro intelectual de Carora durante todo el siglo XX fue Chío Zubillaga, siguiendo el camino comenzado en el siglo XIX por su tío Antonio María Zubillaga, que en uno de los baúles traídos de España por su padre Agustín Luis Zubillaga Irady, comenzó la creación del valioso e importante Archivo Zubillaga. Años después Amaranta Úrsula se iría a estudiar a Bélgica con un viejo baúl similar al de don Agustín, que su madre Fernanda del Carpio trajo desde Bogotá y que finalmente regresaría a Macondo hasta el final de los días.
Si José Arcadio Buendía caminó dos semanas y varios días por la selva buscando el mar y encontró, a doce kilómetros de la costa, un viejo y esquelético galeón español, no es difícil imaginar a Chío Zubillaga remontar el rio Tocuyo buscando una salida al mar y encontrar por los lados de Siquisique un viejo y destartalado buque fluvial de rueda de madera de los que surcaban el caudaloso rio en el siglo XIX.
Cuando los diecisiete hijos que tuvo el coronel Aureliano Buendía con diferentes madres, coincidieron juntos en Macondo para visitar y conocer a su papá, resulta inevitable pensar en Salvador Álvarez pasando lista en la plaza Bolívar de Carora a las docenas de hijos que tuvo con otras docenas de madres, y que dio origen a la rama de los Álvarez “listeros”
Cuando José Arcadio Buendía fundó Macondo no planificó ningún cementerio porque allí nadie se moría. El cementerio fue inaugurado con la muerte de Melquiades. Desde entonces en dicho cementerio están enterrados Melquiades, Pietro Crespi, José Arcadio Buendía padre e hijo, los Buendía, los Zubillaga, los Herrera, los Álvarez, los Oropeza, los Montes de Oca, los Riera, los Ferrer, los Crespo, los Meléndez, los Piña, y muchos otros. No es el único cementerio que existe en Carora, el otro es el Cementerio de Voces del escritor Leonardo Pereira Meléndez, que aunque no narra cien años de soledad, si narra la soledad en que quedó el poeta desde la muerte de su hermano Luis.
Melquiades murió en Singapur, pero como no soportó la soledad regresó a Macondo para morir por segunda vez e inaugurar el cementerio. Parece que su segunda muerte tampoco le gustó y regresó nuevamente del más allá para esta vez residenciarse en Carora. Ahora sigue escribiendo sus pergaminos desde el barrio Torrellas, y aunque a veces sus escritos siguen siendo tan indescifrables como los pergaminos originales, no hay duda que serán fuente obligatoria de consulta para los cronistas del futuro.
El coronel Aureliano Buendía hizo treinta y dos guerras que perdió. En Carora vive un descendiente del único hijo del coronel Aureliano Buendía que escapó a la matanza de los que llevaban la cruz de ceniza en la frente. Aureliano Amador escapó por la sierra oriental y se escondió un tiempo en la lejana ciudad de Carora antes de regresar a Macondo para que lo asesinaran con el correspondiente tiro en la frente. En memoria de su abuelo solitario usa el seudónimo de Míster Solo. Afortunadamente, cada vez que un fantasma le atormenta, en vez de irse a la guerra agarra una máquina de escribir y publica un libro. No sabemos si también hace pescaditos de oro.
José Arcadio Buendía funda Macondo huyendo del fantasma de su compadre Prudencio Aguilar, al cual mató por una discusión después de una pelea de gallos, del gallo de las espuelas de oro, que años después retrataría el historiador Guillermo Morón. Los cuatro años, once meses y dos días de aguacero que cayeron sobre Macondo fueron similares a las toneladas de agua que cayeron sobre la antigua Atarigua cuando la represa la inundó, para calmar la sed de los torrenses y la sed de escritura de Juan Páez Ávila.
Si los pergaminos de Melquiades guardan el secreto de la historia de los Buendía, en Carora basta con recopilar todas las excelentes elegías y obituarios que ha escrito Gerardo Pérez González para tener la historia más completa de todos los personajes difuntos de la comarca.
Úrsula Iguarán estuvo más de un año usando un pantalón de castidad para evitar salir embarazada de su marido por el temor a que un hijo le naciera con cola de cochino debido al parentesco que tenia con José Arcadio Buendía. Si nos dejamos llevar por los famosos palos u horcones sembrados en los patios traseros de algunas casas de Carora podemos concluir que algunos niños con rabo de cochino debieron haber nacido por esos lares. En Carora no he sabido de nadie que haya usado un pantalón de castidad, pero si he sabido de algunos y algunas que utilizan una ropa interior y medias tan matapasiones que les garantizan castidad eterna.
Cuando el fundador José Arcadio Buendía falleció, cayó sobre Macondo una lluvia de minúsculas flores amarillas durante toda la noche hasta cubrir totalmente las calles y techos del pueblo. En Carora ha llovido granizo justamente a la hora de los entierros. Habrá que averiguar el acta de defunción del enterrado de ese día tormentoso para rastrear su partida de nacimiento en Macondo.
Los amores de Meme Buendía con Mauricio Babilonia fueron delatados por decenas de mariposas amarillas que revoloteaban estos dos personajes. En Carora existió un mecánico del central azucarero que era perseguido por zancudos fosforescentes cuando visita un amor prohibido, justamente entre siete y ocho de la noche.
En Macondo hubo una epidemia de insomnio que duró varios años. El insomnio degeneró en olvido y todos sus habitantes se olvidaron de todo. Afortunadamente reapareció por el pueblo Melquiades con un antídoto para la epidemia y logró que todos los macondianos recuperaran el sueño y la memoria. En Carora hay una peste igual desde hace más de veinte años; muchos habitantes sufren de insomnio esperando que llegué el agua por las tuberías y ese insomnio ha degenerado en amnesia para olvidar quieren son los responsables de la mala vida. Ojalá Orlando Álvarez Crespo encuentre en sus pergaminos la cura para esa peste y la empiece a distribuir mezclada en los helados que vende.
Úrsula Iguarán vivió más de cien años; prometió y cumplió no morirse hasta que no escampara el aguacero que duró cuatro años, once meses y dos días. En Carora hay más de una matrona que ha prometido no morirse hasta no ver el fin de este régimen que amenaza la destrucción de Macondo. Dios quiera y vivan para contarlo.
Hay tres personajes que se le escaparon a Gabo o tuvo que omitirlos intencionalmente para no sobrepasar las quinientas páginas en la novela. Emma Rosa Iguarán, prima hermana de Úrsula, que desde su soledad de la zona colonial conoce todas las historias que le contaba a Melquiades en el camino de la ciénaga. El poeta Gorkín Camacaro, empeñado en difundir la cultura y la discusión política de Macondo desde la revista Carohana y su grupo Selecto, y Fernando Álvarez Briceño, que por andar investigando y curioseando con los gitanos no pudo ver el ascenso al cielo de Remedios, la bella.
Si Aureliano Babilonia, sin salir de Macondo, ni de su casa, aprendió sánscrito, ingles, francés y algo de latín y griego, en Carora el chueco Rafael Oropeza y Juan Ure aprendieron cuatro idiomas (sin contar caroreño), sin haber salido nunca del municipio Torres. Ure hasta se dio el gusto de discutir de cerveza con un alemán en idioma alemán.
Carora ha sobrevivido más de cien años a la soledad, a la sequia, al viento, a la guerra, al diablo, a la maldición del fraile, a las inundaciones, las pestes y hasta a los terremotos. La fortaleza y pujanza de sus habitantes ha permitido su pasado esplendoroso, pasado glorioso que duró hasta el mandato de aquel alcalde que descubrió que Macondo no existe, que Carora es sólo una invención de Chío Zubillaga, y que entonces había que hacer una constituyente municipal para darle forma jurídica a lo que hasta entonces sólo era una novela de Gabriel García Márquez.