Dice Cuquis Sandoval Olivas, compiladora de Letras entrelazadas, que “es una antologia de narrativa y cuentos, producto de un largo proceso que se gestó en el sexto campeonato internacional de Escritores Consignas, convocado por Alejandro Segnini.”
Dice que “no fue la casualidad lo que unio a este conjunto de literatos, sino la causalidad, el amor por la literatura, por compartir, aprender y crecer.”
Entre los participantes de este evento está un colaborador de esta revista el Dr Francisco Zambrano Gómez, quien publicó dos trabajos, uno de ellos es el siguiente:
Largo camino a casa
Nadie sabe cuándo ni cómo llegó al patio de la casa de los Martínez Fonseca. Incluso ignoraban de su existencia hasta que el jardinero la encontró hace tres meses removiendo la tierra de un matero. Cuando la vieron por primera vez la niña de la casa salió corriendo creyendo que era una inmensa culebra venenosa, pero el veterano jardinero la calmó explicándole que no había nada que temer porque no era tan grande como una culebra, no era venenosa, y de paso era ciega. La señora de la casa, un poco asustada también, pidió que la mataran inmediatamente. El viejo jardinero —amante de la naturaleza y conocedor de muchos de los secretos de los jardines—, sugirió que la dejaran vivir, que no le hacía daño a nadie y que por el contrario era muy beneficiosa porque producía abono orgánico. Incluso llegó a Letras entrelazadas conjeturar que la belleza de las rosas que florecían en ese matero eran producto de su silenciosa colaboración.
El niño de la casa —un poco mayor que su hermana—, brincó a revisar en internet sobre la historia, características, beneficios y maleficios del animal descubierto; una hora después salió muy solemne de su habitación, se dirigió a la cocina y declaró: — De ahora en adelante tenemos nueva mascota en esta casa—. Algunos se rieron, otros se preocuparon por el nuevo hobby, pero al final prevaleció la opinión del papá: — Lo difícil es que la encuentres fácilmente para jugar y cuidarla—. Y efectivamente, desde que la vieron la primera vez no la volvieron a ver.
Pero el niño no se amilanó. Empeñado en tener una nueva mascota extraña, única y exclusiva – distinta a la de sus amigos-, se dedicó a jurungar los materos y porrones del jardín en busca de su nueva mejor amiga. No podemos decir si fue amor a primera vista porque ciertamente ella era ciega, pero sí que fue un capricho problemático para la señora de la casa; muchas de sus primorosas matas se vieron afectadas por la búsqueda implacable del primogénito.
La gran sorpresa fue que la nueva mascota no resultó ser tan exclusiva y única como el niño esperaba. Rebuscando entre los materos del jardín encontró unas cuantas mascotas más muy similares a la de su obsesión. Todas eran oscuras y muy parecidas.
En la visita siguiente del jardinero —adelantada por los estragos producidos en el jardín-, este fue interrogado minuciosamente por el niño con la sospecha de ser el responsable de la presencia de las nuevas habitantes de la casa. El viejo obrero, —cuentacuentos y conocedor de las leyendas populares-, aprovechó para inventarle una historia insólita:
—Allá arriba, en aquella montaña del fondo, hay un riachuelo de aguas frías y transparentes, donde nadan libremente miles de culebras como estas. El caso es que una de ellas, la más joven de la familia, un día decidió aventurarse a conocer las tierras bajas de la montaña, y sin despedirse de nadie una noche se marchó. La joven culebra comenzó su lento descenso por tierras cada vez menos húmedas y más soleadas. El calor reinante aquí abajo le fue absorbiendo toda su humedad y con ella su tamaño. Poco a poco la claridad tan intensa del mediodía y la falta de un riachuelo cercano terminaron por cegarle la vista. Ya ciega no supo cómo regresar a la montaña y tuvo que refugiarse en esta casa, sabiendo que había niños que seguramente la protegerían. Su familia vino en su búsqueda y corrió la misma suerte. De modo que este jardín se ha convertido en un refugio de seres mitológicos escapados de la montaña sagrada.
El niño quedó estupefacto con lo escuchado. Impresionado miraba la cima de la montaña y el piso de su patio exterior. En ese vaivén de la mirada duró varios minutos y se fue vacilante a su habitación.
Convencido de que ahora su casa era un templo sagrado —vivienda de seres ancestrales—, decidió mantener todo el silencio posible cuando andaba por el jardín. Él mismo comenzó a sacar la manguera todas las noches para regar todo el patio y mantenerlo húmedo. Ya no rezaba el Padre Nuestro a la orilla de su cama como lo hacía todas las noches, sino en la puerta del jardín. Todos en la casa –y hasta los mismos vecinos- se sorprendieron al ver lo frondoso y florido que se transformó el patio en tan poco tiempo.
Pero los seres ancestrales no eran los únicos que con sus excrementos contribuían con el verdor del jardín. Decenas de pájaros también visitaban aquel oasis citadino atraídos por las semillas de pimentón, ajíes, tomates y otras frutas que desde la cocina de la casa lanzaban sus habitantes humanos. Estas aves también ayudaban con sus desechos al abono orgánico del jardín, por lo que también eran respetadas como seres beneficiosos.
El misticismo y los rezos del niño un día se vieron recompensados. Una paloma gris —de las que frecuentaban la casa— tumbó un pequeño matero de barro colocado en el alféizar de una ventana. Al trasplantar la malograda planta encontraron en su tierra uno de los seres ancestrales. El niño soltó increíblemente su celular y corrió a proteger a su ídolo. Delicadamente lo bañó con agua templada para eliminar la tierra de su cuerpo y lo colocó en una tapa plástica para que se secara al sol y depositarlo en otro matero. La madre lo llamó enfurecida para reclamarle el haber dejado el smartphone tirado en el piso y el niño fue a recogerlo. Cuando regresó al jardín solo pudo ver como volaba hacia la montaña del fondo un pájaro azul brillante con algo frágil y oscuro colgado al pico.
Foto cortesía de Leandro Vivas