Por Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gmail.com

Debí de haber leído y examinado al británico Gerald Bernan y su extraordinario libro El laberinto español, editado por vez primera en 1943, antes que a su paisano historiador marxista Hugh Thomas (1931-2017), y su magnífica obra La guerra civil española, que ve la luz en 1962, pero sucedió al contrario, pues en 2003 Thomas estuvo entre mis manos. Acá dice de su paisano que El laberinto español, un libro brillante que para muchos ingleses ha servido de iniciación para el estudio de la España moderna. Es Brenan un autor excepcional que muy poco se le conoce en América Latina, lo cual constituye una omisión imperdonable, pues es también agudo conocedor de la América hispana.

Los británicos Gerald Brenan y Hugh Thomas se agregan a los notables hispanistas que he conocido y estudiado: el francés Pierre Vilar y su Cataluña en la España moderna, Washington Irvin (Leyendas de la conquista de España), Ian Gibson (Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca), Paul Preston (El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después), Henry Kamen (La inquisición española), Irving Leonard (Don Carlos de Sigüenza y Góngora), Lewis Hanke (La imperial ciudad de Potosí), Marcel Bataillon (Erasmo en España), Noel Salomon (la vida rural castellana en tiempos de Felipe II), Magnus Morner (Actividades políticas y económicas de los jesuitas en el Río de la Plata), Earl J. Hamilton (El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650), Raymond Carr (Estudios sobre la República y la Guerra Civil española), entre muchísimos otros…

Este año de 2024 que comienza descubro por casualidad la deslumbrante obra y vida de Brenan, pues fue un libro editado por Ruedo Ibérico en París, 1975, año en que muere el general Francisco Franco, dictador que lo prohibió durante su larga autocracia. Lo recibí de regalo el pasado mes de enero. La lectura de tan extraordinario autor me ha dejado poco menos que maravillado, ello por la prodigiosa penetración histórica y psicológica del genio español que exhibe el británico. Por su profundidad de análisis y comprensión histórica lo coloco al lado de don Miguel de Unamuno o de Américo Castro, aunque sea hijo de la cultura de la “Pérfida Albión.”

Quizás sea porque nació en 1894 en la isla de Malta bajo dominio británico, “dulce como la miel”, como la llamaron los griegos de la antigüedad, la razón por la cual este impenitente viajero y aventurero inglés se enamora tan profundamente de España, extraño y exótico país al que ofrendó sus últimos alientos en 1987, celebrado como uno de sus hijos ilustres, rodeado del fervor de jóvenes y viejos. Nació en una aldea pesquera maltesa llamada Sliema y expiró en Málaga, a orillas del mare nostrun.

Su estadía en esa Península Metafísica, que es como me gusta llamar a España, se inicia en 1919, después de que fue desmovilizado como capitán del ejército tras el fin de la horrorosa e inútil Primera Guerra mundial. Será como una suerte de huida del convencionalismo de la cultura de occidente, a la cual rechaza vehementemente desde su adolescencia. Vivió en Suráfrica, India, la muy católica Irlanda e Inglaterra. En 1912 huye de su hogar con el deseo de establecerse en Asia, lejos de occidente “civilizado”. Regresa a su patria insular tras llegar a Bosnia balcánica. Será de tal modo una suerte de Gauguin británico.

El Círculo de Bloomsbury.

A su regreso a casa se relaciona con el afamado Círculo de Bloomsbury, un grupo de intelectuales británicos que brilla a comienzos del siglo pasado. Influyente grupo de escritores liberales humanistas, intelectuales, filósofos y artistas ingleses, entre cuyos miembros más conocidos estaban Virginia Woolf y Leonard Woolf, Roger Fry, John Maynard Keynes, E. M. Forster, Lytton Strachey, Vanessa Bell, Duncan Grant, T. S. Eliot.

Una auténtica aristocracia intelectual que rechazaba la moral victoriana, el realismo decimonónico y la religión. Los principales objetos de la vida eran para el Círculo el amor, la creación y disfrute de la experiencia estética, el arte por el arte, y la búsqueda del conocimiento. Con el estallido de la Gran Guerra de 1914, el pequeño mundo de Bloomsbury quedó irremediablemente destrozado, aunque siguieron brillando en el universo intelectual europeo. La tragedia y el suicidio acompaña a este selecto grupo, no así a Brenan, quien morirá apaciblemente de muerte natural en España.

Gerald Brenan llega a España.

Buscando la paz y el sosiego que no consigue en su acartonada patria victoriana, huyendo del Círculo de Bloomsbury y sus excentricidades, entra a la pintoresca España por La Coruña en 1919. El 13 de enero de 1920 se instaló en el pueblo de Yegen, habitada por unos 700 moradores, Sierra de Granada, a pocos kilómetros del Mediterráneo, donde posteriormente tendría una hija, Miranda Helen, con una criada de quince años llamada Juliana. Esa misma primavera recibió en su casa la visita de sus amigos de Bloomsbury:  Ralph Partridge, Dora Carrington y Lytton Strachey. En 1923 lo visitaron Leonard y Virginia Woolf.

Así describe Brenan en sus memorias la aldea que le da cobijo: El lugar tenía algo que me resultaba atractivo. Era una aldea pobre, elevada sobre el mar, con un panorama inmenso a su frente. Sus casas grises en forma cúbica, con un mellado estilo Le Corbusier, en rápido descenso por la ladera de la colina y pegadas una a otra, con sus techos de greda planos y sus pequeñas chimeneas humeantes, sugerían algo construido por insectos.

Durante su larga estancia en España se interesó por el místico San Juan de la Cruz, el asesinato del poeta García Lorca, hizo duradera e íntima amistad con el antropólogo Julio Caro Baroja, escribió en 1951 una Historia de la literatura española, en 1962 su autobiografía Una vida propia, La faz de España, Al sur de Granada, en 1943 publica el libro que nos ocupa en el presente ensayo El laberinto español, un estudio minucioso sobre los antecedentes geográficos, económicos, político, sociales y culturales de la Guerra Civil española 1936 a 1939, como antesala de otro inmenso conflicto: la Segunda Guerra Mundial. Es una obra que muestra un sentido global de la historia, como explicaré en lo sucesivo.

Estructura de El laberinto español.

Es un libro de 301 páginas que tiene por subtitulo su propósito: Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil. Tiene dos magníficos prólogos en donde se entrevé una formación intelectual de primera línea de su autor. Uno de 1950 de dos medulosas cuartillas; en tanto que el de 1943 constará de otras ocho interesantísimas cuartillas. Las comentaremos después.

El texto del Laberinto español está dividido en tres partes, a saber:

Parte I. El antiguo régimen, 1874-1931: La Restauración; la cuestión catalana, los liberales y la Iglesia, el ejército y el sindicalismo en Barcelona; la Dictadura de Primo Rivera.

Parte II: La situación de la clase trabajadora: La cuestión agraria en Galicia, Asturias, País Vasco, Castilla, Cataluña, Levante, Granada, Castilla, La Mancha, Extremadura, Andalucía; Los Anarquistas, Los anarcosindicalistas, Carlistas, Socialistas.

Parte III: La República: Las Cortes Constituyentes; el Bienio Negro; El Frente Popular, Epílogo: La guerra civil.

Consta de dos apéndices, uno sobre Comunas y cooperativas campesinas; otro sobre Tendencias socialistas en España en el siglo XVII. Las notas adicionales ocupan las páginas 257 hasta la 281; así como de una muy amplia y variada bibliografía que ocupa 17 páginas.

Los prólogos de El laberinto español.

El prólogo de 1950, mucho más breve que el primero, de 1943, comienza diciendo que “Este libro se escribió durante la guerra civil e inmediatamente después.” Se trata de un relato asombrosamente imparcial, dice Raymond Carr, pues Brenan debió luchar contra fuertes prejuicios que albergaba su pecho, que hacían difícil ver con objetividad los asuntos españoles. No era su propósito justificar su apoyo a los republicanos, “sino más bien explicarme a mí mismo y explicar a los demás por qué las cosas ocurrieron así.” Los hombres de izquierda eran de su máximo interés, pues eran más honrados y justos, pero, víctimas de sus ilusiones cometieron grandes errores.

Acá destaca Brenan el papel clave de la Iglesia española en la estructura social del país, muy distinta a la iglesia anglicana de su país insular. Es una institución que tiene una cierta capacidad insospechada de resurgimiento y expansión. En España una mentalidad destructiva y escéptica va unida, a menudo en la misma persona, a un ansia profunda de fe y certeza (p. VII).  Allí dice el británico que “La Iglesia española tiene una vitalidad que no se revela en su conducta. Cuando uno ha terminado de referirse a su estrechez de espíritu, a su obstinación, a su talento para crearse enemigos, así como su incapacidad para adaptarse a los tiempos modernos, queda todavía mucho por decir. Ella es el poder cuando han pasado las guerras y las revoluciones, cuando todo lo demás ha fracasado, ella es la que está en la posición del padre al que, de mejor o peor gana, regresa el hijo pródigo.” Una iglesia así, tan rígida e intransigente, no se concibe en Francia o Italia.  Los liberales españoles y sus intelectuales la ven como obstáculo para la inserción del país en la modernidad europea. Pero, dice el británico, que la principal virtud de España reside en su intratabilidad, si la miramos de este lado de los Pirineos” (P. VIII) A la muerte por monotonía, uniformidad, despersonalización (del mundo anglo sajón y protestante, infiero que quiere decir Brenan) opondrá España, este bonito mundo nuevo, una prolongada resistencia.

Y cierra Brenan este pequeño prólogo así: “Con un poco de paciencia, las derechas hubieran conseguido sin guerra mucho de lo que querían, pues el Frente Popular se estaba desmoronando rápidamente a causa de sus discordias internas, y las izquierdas habían ya intentado su revolución, que había fracasado (La Revolución socialista de Asturias, 1934). Pero los jefes nacionalistas, deslumbrados por la Alemania nazi, no se conformaban sino con una victoria total por aniquilamiento de sus enemigos; y sus seguidores, que en todo caso no podían elegir, estaban atemorizados. El resultado ha sido una guerra civil que ha arruinado a España para medio siglo.”

El prólogo de 1943.

Este primer prologo es mucho más extenso y penetrante que el segundo, del año 1950, y que acabamos de comentar. Escrito durante los terribles años de la Segunda Guerra mundial en 1943, cuando los soviéticos atrapan el Sexto Ejército alemán en Stalingrado, los Aliados desembarcan en Sicilia, Benito Mussolini es depuesto del poder, nos coloca ante un autor de sólida formación histórica, que ha comprendido el complicadísimo problema español que condujo a la guerra civil de 1936 a 1939, que finaliza con el triunfo de los nacionalistas de Franco apoyados decisivamente por Alemania nazi e Italia fascista  de Mussolini.

Una cita de Karl Marx.

Comienza Brenan así: “Hace casi noventa años observaba Karl Marx que, en su tiempo, el conocimiento de la historia de España era en general imperfecto. “Acaso ningún otro país, excepto Turquía -escribía-, es tan poco conocido y tan mal juzgado por Europa como lo es España.” (El laberinto español, p. IX). Las historias corrientes de la Península dan una impresión falsa de los sucesos que describen. La razón principal es la siguiente: España, tanto económica, como psicológicamente difiere en tal grado de los países de Europa occidental, que las palabras con que se hace principalmente la historia-feudalismo, aristocracia, liberalismo, Iglesia, ejército, parlamento, sindicato, etc.- tienen sentidos muy distintos de los que se les presta en Francia o Inglaterra.”

La “Patria Chica” española.

Lo primero, dice Brenan, que hay que observar en España es la fuerza del sentimiento regional y municipal. España es el país de la “patria chica”. Cada pueblo, cada ciudad, es el centro de una intensa vida social y política. Un hombre se caracteriza en primer lugar por su vinculación a su ciudad natal, a su familia, a su grupo social, y sólo en segundo lugar a su patria y al Estado. España es un conjunto de pequeñas republicas, hostiles e indiferentes entre sí, agrupadas en una federación de escasa cohesión. Una existencia separada y egoísta. Esto es lo que le ha dado su carácter espectacular a la historia de España.” (p. IX).  Esta reflexión está sin duda alguna influenciada por el filósofo José Ortega y Gasset, quien escribe en 1921 su famosa obra España invertebrada. Allí examina los particularismos, los movimientos separatistas catalán y vasco, una realidad que nos alcanza en el siglo XXI. Resulta interesante señalar que, para Ortega, “cuando una sociedad se consume víctima del particularismo, puede siempre afirmarse que el primero en mostrarse particularista fue precisamente el Poder central”. Y esto, afirma, es lo que pasó en España: “Castilla ha hecho a España y Castilla la ha desecho.”

“España es un país difícil de gobernar que Castilla, militar y autoritaria, ha querido centralizar. La causa principal del separatismo español ha sido la apatía industrial y comercial de los castellanos, sostiene el británico.” (p. X)

De espaldas a la modernidad europea, España ha conservado un tipo de vida que era corriente en la Edad Media y en la antigüedad: su independencia de carácter, su reacción rápida y completa ante cualquier situación social, su integridad emotiva, su don de palabras, su crónica indisciplina. Los españoles han continuado viviendo la ciudad–estado griega, la tribu árabe, el municipio medieval. La tertulia y el café ocupan el lugar del ágora. En política quien pierde, paga. Así se explica la agudeza política y la ineficacia española.  Esto ha hecho de los españoles el pueblo más vigoroso y humano de Europa, pero que los ha condenado al estancamiento político y a la inoperancia.

El problema regionalista es superior a la estratificación y la lucha de clases:  el anarquismo y el trotskismo catalanes, el marxismo rígidamente autoritario y centralizador de los castellanos, el liberalismo de Andalucía, los cacicazgos locales. (p. XI).

La geografía de España.

Seguidamente establece una relación entre la estructura política y la geografía de España: “En el Este y en el sur se produjo el nacionalismo catalán entre las clases medias y el anarcosindicalismo entre los obreros industriales y agrícolas. En Castilla habrá un conservadurismo autoritario y católico basado en la posesión de la tierra y un marxismo igualmente autoritario cuya fuerza radicaba en el hambre de tierras. En el norte había movimientos autonomistas vinculados a una doctrina ultracatólica y agraria llamada carlismo.

¿Por qué estas distintas partes de España se mostrarán incapaces de entenderse entre sí?, se pregunta nuestro autor. “La misma que explica que las naciones de Europa les resulta tan difícil vivir en armonía. España es una miniatura de Europa, y los españoles tiene gran apego al poder.” La exacerbación regionalista tiene una base económica. España es el país clásico de las insurrecciones. (P. XII). Todavía, en 23 de febrero de 1981, tras la muerte del generalísimo Francisco Franco, el teniente coronel malagueño Antonio Tejero protagoniza un fallido golpe de Estado, y que el general Sanjurjo se alza contra la República en 1932.

La influencia de la religión.

De entrada, escribe Brenan que “La España moderna debe su existencia como nación a la Reconquista, un proceso larguísimo de 800 años que fue su vocación, ímpetu del cruzado, que da forma al carácter nacional, ímpetu que continuó España con la guerra a los protestantes, con total descuido de los propios intereses.” (P. XII). Recordemos el Concilio de Trento del siglo XVI dominado por España, y la fundación de la orden militar de los jesuitas en esa misma centuria por un español. “Sufrimos aún los efectos del Concilio de Trento”, afirma el venezolano Mariano Picón Salas.

La doctrina liberal, “lejos de afirmar la supremacía moral del Estado, sustenta el punto de vista cristiano de que todo ser humano, cualquiera sea la capacidad e inteligencia, es un fin en sí mismo, y de que el Estado existe únicamente para servir esos fines. La necesidad de la fe o ideología interiores, ideal religioso que ha arraigado en España más profundamente que en otros países europeos, ello se debe en gran parte seguramente a la influencia de ideas musulmanas sobre una sociedad cristiana.  Y remata Brenan diciendo de forma rotunda: “Las más profundas capas del pensamiento y del sentimiento políticos españoles son orientales.” (p. XV). Estas ideas las ampliará desde el exilio Claudio Sánchez Albornoz, historiador republicano que en 1956 publicará España, un enigma histórico. El régimen de Franco rechazaba las tesis de Américo Castro de la confluencia de las culturas cristiana, islámica y judía en la formación de España y marginaba el siglo XIX, excepto la guerra de la Independencia (1808-1813), porque se trataba de un siglo de liberalismo que desembocó en la Republica “marxista y masónica”.

El fin de una cultura en España.

La guerra civil de 1936-1939 y el triunfo del general Francisco Franco, dicen Matilde Alonso Pérez y Elíes Furió Blasco, “supusieron el fin de la cultura que España había vivido durante los años 30 en la que se acumularon las llamadas generaciones del 98, del 14 y del 27. Muchos intelectuales y artistas (Miró, Juan Ramón Jiménez, Pau Casals, José Gaos, Claudio Sánchez Albornoz, María Zambrano, Pedro Salinas, Luis Cernuda…) apoyaron a la República y optaron por el exilio. No faltaron intelectuales de la derecha que apoyaron a Franco, como Ramiro de Maeztu, asesinado en 1936 y Eugenio d’Ors, o que se incorporan a la España nacional, como Marañón, Zuloaga y luego Salvador Dalí. El asesinato de García Lorca fue un símbolo de lo que Franco tenía reservado para la cultura bajo su régimen.”

La España del presente.

Hace Brenan, como el que hizo brillantemente más tarde Hugh Thomas, y el francés Pierre Vilar, un balance positivo de la cultura de España, “pueblo singular”, de esta manera: “España ha producido el arte de Pablo Picasso, en ingeniería el autogiro (Juan de la Sierva), en medicina una invención nueva y sorprendente (Severo Ochoa), por lo menos.” Sin embargo, le reclama a España que en su contribución a las ideas sociales “no hay nada concreto.” Y continúa diciendo: “Bajo la insensatez y el frenesí de la política española, hay una actitud firma. Fijémonos, en dos productos típicos del país: el anarquismo y el carlismo. Como sistemas políticos, no es posible considerar seriamente a ninguno de ellos: uno trata de realizar un sueño del futuro remoto, otro de resucitar un pasado idealizado.” (p. XV). Pero es de destacar el mérito hispánico de la creación de la voz liberal y liberalismo, afirma José Luis Abellán, que comenzó a usarse en Cádiz en 1811, y de allí pasó a Inglaterra, Francia, hecho reconocido por la literatura anglosajona.

Hace poco, en 2013, el hispanista irlandés Ian Gibson decía: “Tengo la sensación de que si no estuviéramos en Europa aquí no habría garantía de estabilidad. Este país da la sensación de que se puede deshacer en cualquier momento. Si no hubiera sido por Europa, no hubiera sido tan democrático. Porque la derecha española es la peor del continente: no perdona, no acepta responsabilidades, no admite errores, expresa desdén hacia los otros…”

Epílogo. La guerra civil española.

Ha pasado apenas menos de un lustro cuando Brenan publica en 1943 El laberinto español, por ello cree que es difícil establecer una visión objetiva del proceso extremadamente sangriento que acaba de ocurrir en la Península entre 1936 y 1939. No es el centro de la investigación el conflicto, aclara, “está fuera del alcance de este libro” (p. 237).

“Los alzados en armas pensaron equivocadamente, dice Brenan, que podían ocupar España, excepto Barcelona y quizás Madrid, en pocos días. Ellos tenían a su disposición la mayor y mejor parte de las fuerzas armadas del país la guardia civil, la legión extranjera, una división de tropas moras del marrueco español, cuatro quintas partes de los oficiales de infantería y artillería, levas carlistas, la promesa de tanques alemanes e italianos. El gobierno republicano tenía solamente a la guardia de asalto y una pequeña y mal armada fuerza aérea. Pero el plan de los rebeldes fue desecho por el tremendo coraje y entusiasmo conque el pueblo se alzó apara defenderse a sí mismo y por la libertad de la marinería, que en ese momento crítico les privó de la soberanía de los mares. Como cada lado poseía el control de una mitad de España, la guerra civil resultó inevitable.”

“Adoptaron los “rojos” o “leales” una actitud nacional y patriótica en defensa del país. El Partido Comunista pro soviético poseía la mayor influencia. Los nacionales se sentían cada vez más bajo la influencia germano-italiana y se servían de la fuerza política de los falangistas, indisciplinados e irresponsables, para ganar apoyo popular. El resultado de la guerra fue decidido por la ayuda extranjera. La ayuda alemana e italiana fue mucho más poderosa que la de Rusia y por esta razón las fuerzas de Franco obtuvieron la victoria.  El sostén de las masas, entusiasmo y espíritu de sacrificio estuvieron de parte de la República. Derrotaron a los franquistas en Barcelona y Madrid los trabajadores organizados en sindicatos. Se convirtieron en los auténticos conductores del país y en los organizadores de la guerra (p. 238). Fue la fase soviética de la revolución española. Algo semejante a cuando las tropas francesas de Napoleón Bonaparte invaden la Península en 1808.”

El Terror Rojo y Terror Blanco.

“Fue un movimiento espontáneo que ocurre en los dos primeros meses del conflicto. Se consideraba al enemigo de adentro (quintas columnas) como las de afuera. Los sospechosos eran seleccionados por trabajadores y ejecutados por pequeños grupos de hombres que los sacaban de sus casas de noche. Los fascistas sospechosos eran sacados de las cárceles por las turbas en represalia por algún raid aéreo alemán.”

“Los actos más típicos de terrorismo de masas ocurrieron a manos de la Columna Durruti de Aragón o por las milicias de Madrid. Fue por sus implicaciones psicológicas algo semejante a las matanzas de 1792 en Francia revolucionaria. (p.238). el gobierno republicano trató de detener el terror, condenando las ejecuciones irregulares, y de cierto modo lo logra. El terror logra desacuerdos hondos entre los miembros de los partidos antifascistas.” (p.239).

“El terror blanco es peor que el rojo. En el norte cualquiera que se sospechase vinculado a los republicanos era fusilado sin piedad. Desgraciadamente la Iglesia, que debía representar un elemento moderador, aplaudía estos horrores. (p. 241). Por cada persona ejecutada en el territorio del gobierno, dos o tres fueron ejecutados en la zona rebelde. El método de ejecución delos blancos era similar al del lado republicano. Los jóvenes falangistas y carlistas sacaban a las personas de sus casas y los fusilaban antes del amanecer. Nada es tan semejante, dijo Galdos, a un alzamiento de españoles revolucionarios a un alzamiento de españoles reaccionarios. Las autoridades republicanas eran fuertemente opuestas al terrorismo y pusieron fin al mismo tan pronto como les fue posible. La voluntad de exterminar a sus enemigos nunca faltó a los nacionalistas”. (P. 242), lo que nos recuerda al Estado de Israel frente a los palestinos de hogaño.

Las colectivizaciones.

“Los comités se apoderaron de tierras, fábricas y negocios de los reaccionarios, que corrió a cargo del Frente Popular con Largo Caballero, el Lenin español, a la cabeza. Las verdaderas colectivizaciones las realiza la Unión General de Trabajadores, sobre todo en La Mancha y Castilla la Nueva. (p.239) los anarquistas tenían su propia dea de la colectivización de la tierra y la industria, primer paso para una revolución social. La guerra no era una simple lucha contra el fascismo, veían en ella una oportunidad para crear un nuevo tipo de sociedad. Era una prueba de que venía un mundo nuevo y mejor. Estas colectivizaciones tuvieron e algunos casos éxitos sorprendentes. (p.240), tales como las que adelantaron los anarquistas catalanes. No así en Andalucía donde fueron emprendidas de mala gana por la CNT. Al final de estas grandes colectividades industriales no fue tan feliz como al principio. Los anarquistas que no eran lo suficientemente fuertes no pudieron abolir el Estado, explica el fracaso de las colectivizaciones. Ningún gobierno, ni mucho menos en tiempos de agitación, puede permitir que las grandes empresas se gobiernen a sí mismas.” (p. 240)

La intervención extranjera.

“El factor decisivo en la guerra fue la intervención extranjera. (p. 242). Alemania e Italia sostuvieron a los rebeldes desde el principio. Stalin solo se decidió a intervenir en septiembre de 1936.” Recordemos que el líder soviético tenía una situación muy difícil en su patria, las depuraciones, la mayoría de mariscales y generales son fusilados en los procesos de Moscú, guerra contra Japón y Finlandia, el peligro inminente de invasión de Alemania nazi. Una nación envilecida por el terror poco podía hacer por la República española. “Stalin escribió a largo caballero y le recomienda atraerse a los campesinos y a la pequeña burguesía, tranquilizar el capital extranjero, unos consejos extremadamente sensatos”, apunta Brenan.

Toma partida Brenan por las democracias y por su patria al decir que “la guerra se perdería o se ganaría en Londres. Rechaza seguidamente a “Rusia país totalitario gobernado por una burocracia. La mentalidad de sus dirigentes…es cínica y oportunista. Toda la construcción del Estado es dogmática y autoritaria. Esperar que semejantes hombres puedan dirigir una revolución social en un país como España, en donde el más ardiente idealismo está combinado con una gran independencia de carácter está fuera de lugar” (p. 243). Y como adelantándose en décadas a la acerba crítica de la Unión Soviética que determina su desplome en 1991, dice: “Los rusos pueden, es verdad, pedir mucho idealismo a sus admiradores extranjeros, pero con él solamente pueden llevar a la creación de un Estado burocrático de hierro en donde todos piensan igual y en donde cada uno obedece las ordenes de su superior.” (p. 243).

Más adelante realiza el británico una disección de las izquierdas españolas: “Los comunistas sentían un odio inmenso y una gran reserva a lo que ellos llamaban trotkismo, al pedante marxismo del POUM, al entusiasmo de los anarcosindicalistas y a las izquierdas socialistas. El momento de aquellos partidos ya había pasado. En España una revolución triunfante no puede ser llevada a buen término por obreros y labradores sin la ayuda de la clase media.” (p. 243).  Gracias a los rusos dio a los comunistas una posición que no habrían tenido nunca de otro modo en España. Puso a los anarquistas en sus manos. Durante dos años fueron el corazón y el alma de la resistencia antifascista.  Crearon de la nada un magnifico ejército que obtuvo victorias contra poderosos enemigos. P. 244. El prestigio de las Brigadas Internacionales que salvó a Madrid (20 de julio de 1936), fue otro factor.

Los comunistas dieron la espalda a la gran cantidad de sentimientos que acompañan a una revolución. Ponían mal gesto en todos sus impulsos, tanto los creadores como los crueles y aplicaban un espíritu severamente práctico a todas sus manifestaciones. Ello chocaba con la gran espontaneidad de palabra y de acción, única en Europa, tan diferentes de la restricción y de la reglamentación. P. 245. Los comunistas españoles no eran un producto nativo, sino que eran un producto de importación, ya preparado, que venía de afuera y que actuaba bajo las ordenes e intereses de un dictador extranjero, Stalin. (P.245)

Los falangistas.

Muy fuerte criterio de Brenan frente a los falangistas españoles, pues escribe que ellos “nunca fueron más que una pálida imitación de sus maestros italoalemanes, tenían una creencia fija de su superior conocimiento y capacidad, siendo incapaces de una discusión racional. Cuidadosos en no arriesgar sus vidas sus vidas en las batallas. Les salía por los poros su espíritu rígido y totalitario. Su sed de poder y de mando era insaciable, con una carencia absoluta de escrúpulos. La Falange nunca consiguió ser un partido fascista coherente, sino que siempre fue una manada de cazadores de gangas unidos a una vociferadora y poco respetable guardia de hierro” (p.247)

La guerra del lado de la República.

Casi terminando su libro, Brenan hace estas observaciones del bando republicano: “A fines de 1936, el periodo de los comités y de la revolución social había pasado. Comunistas, trotkistas y anarquistas se enfrentaron en Cataluña. En Barcelona cae el gobierno de largo caballero por disputas por el control del ejército, pues los comunistas esperaban imponer una dictadura militar” (p. 246). Si no se hacía así, dijo La Pasionaria, no llegaría la ayuda de Rusia. La política anglofrancesa de no intervención les facilita tal cometido. Romper con Stalin era la pérdida inmediata de la guerra. Los comunistas se hicieron indispensables. Su influencia comienza a disminuir cuando “Stalin se retira de la aventura española y que no habría más envíos de armas” (p. 246).

La guerra del lado del general Franco.

Los primeros seis meses pasaron sin la menor traza de entusiasmo y alborozo que habían sido vistos entre los republicanos. La atmosfera estaba cargada de odios y recelos en Burgos y Salamanca. (P. 247). Manuel Hedilla, jefe falangista, cae en desgracia, bajo la acusación de conspirar contra Franco. Carlistas, tradicionalistas y monárquicos se oponían a Franco. La muerte en accidente de aviación del general Mola, el más inteligente de todos los militares, fue duro golpe contra ellos, ya que abrigaban las esperanzas de que suplantara a Franco, un general que se hizo del poder de manera accidental y al que le faltaban cualidades que deben adornar a un verdadero caudillo. P.247.   En verano de 1938 el general falangista Juan Yague pronunció un discurso en que trató a los alemanes e italianos de pájaros de presa y ensalzó el valor de los soldados republicanos.

“Hubo motines en varios lugares. El médico canario y presidente del gobierno Juan Negrín del PSOE, hizo un llamado a la reconciliación a través de unos “trece puntos”, un momento favorable para el gobierno inglés de repudiar la estúpida y cínica farsa de no intervención y anunciar a los alemanes que no se consentirían nuevos envíos de armamentos.”

Finaliza Brenan su libro criticando severamente a su país y a la Unión Soviética, de esta acre y corrosiva manera: “Pero, la política de apaciguamiento estaba en su cenit y Chamberlain, primer ministro británico, no vio nada de extraordinario ni de perturbador en la perspectiva de una victoria de alemanes e italianos. Incluso hizo una presión fuerte sobre el gobierno francés para que cerrase sus fronteras con España. En estas circunstancias (Rusia había retirado ya su ayuda) fue realmente milagro que el gobierno pudiera seguir resistiendo hasta marzo de 1939”. (p. 248)

Como sabemos, Chamberlain fue extremadamente débil frente a la agresiva campaña expansionista del Tercer Reich de Adolfo Hitler, así como de Italia de Mussolini, y hubo de renunciar a favor de Winston Churchill en mayo de 1940. Nos parece bastante llamativo, además, que Brenan no haga ninguna mención al Congreso de Intelectuales Antifascistas de julio de 1937, realizado en Madrid, Barcelona y Valencia, en donde asistieron Pablo Neruda, Octavio Paz, Elena Garro, Antonio Machado, Jacinto Benavente, André Malraoux, Rafael Alberti, César Vallejo, Tristán Tzara, entre otros. Igualmente omite al muy famoso cuadro Guernica, pintado en 1937 por el genial pintor español Pablo Picasso. Finalmente diremos que el conflicto español guarda semejanzas notables con la actual guerra de Ucrania y Rusia.

Bibliografia consultada.

Alonso Pérez, Matilde y Elíes Furio Blasco. La transformación cultural de la España contemporánea. La cultura, la industria cultural y la industria de la lengua. HAL Id: halshs-01226123 https://shs.hal.science/halshs01226123.

Brenan, Gerald. El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil.

España Contemporánea, Editions Ruedo Ibérico. París, Francia, 1975.

Grey, Ian. Stalin. Biblioteca Salvat. Grandes Biografías. Barcelona, España, 1986. 2 vols.

Thomas, Hugh. La guerra civil española. Grijlbo Mondadori. Barcelona, España,1995. 2 vols.

Vilar, Pierre. Historia de España. Crítica, Barcelona, España, 2005.

Carora, Estado Lara, República Bolivariana de Venezuela.

23 de enero de 2024.

Fotos cortesía del autor

Luis Eduardo Cortés Riera
Venezolano, nacido en Cubiro, Estado Lara. Doctor en Historia por la Universidad Santa María de Caracas, 2003. Docente del Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Barquisimeto. Cronista Oficial de Municipio Torres, Carora. Miembro de la Fundación Buría. Ganador de la Segunda Bienal Nacional de Literatura Antonio Crespo Meléndez, 2014, con el ensayo: Rafael Domingo Silva Uzcátegui, más allá de la Enciclopedia Larense, Psiquiatría y literatura modernista. Colaborador de las revistas literarias: Archipiélago, de México; Letralia; Carohana; Mayéutica, CISCUVE; Columnista del diario El Impulso de Barquisimeto. Autor: Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937, La gallarda serpentina de El Negro Tino Carrasco; Ocho pecados capitales del historiador; Enciclopedia Temática del Estado Lara; Iglesia Católica, cofradías y mentalidad religiosa en Carora.