Según el Censo de los Estados Unidos, existen 37,5 millones de hogares estadounidenses en los que hoy se habla español, y todo indica que ese número irá en aumento en los próximos años. Si bien la estadística luce impactante, es evidente que, en lo que respecta al crecimiento del idioma, este avance es menos estable que el de la población hispana. ¿Por qué? Porque en general en estos hogares la lengua dominante es el inglés. Me refiero particularmente a familias de inmigrantes compuestas por segundas o terceras generaciones que no tienen un verdadero dominio del español. En algunos casos lo comprenden, pero no lo hablan; en otros lo hablan con un vocabulario básico; y en algunos otros casos, en especial los de la tercera generación de inmigrantes, no lo hablan ni lo comprenden.
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Desde el punto de vista lingüístico, las estadísticas señalan que el español es una lengua de herencia, es decir, la lengua más débil de hablantes bilingües que pertenecen a familias de inmigrantes. Los hijos o nietos de hablantes nativos de español no son verdaderos usuarios del idioma. Puede ser que lo comprendan o lo hablen precariamente, pero no llegan a dominarlo como para considerarlo un verdadero bilingüismo. En este sentido, no se diferencian demasiado de cualquier aprendiente de español como lengua extranjera.
Hasta aquí los hechos contundentes de una realidad lingüística en USA. En mi opinión, esta situación podría mejorar si nosotros, como hispanos, fuéramos más conscientes de la importancia de mantener y hacer crecer la propia lengua en nuestros hijos y nietos, para darles una herramienta que, por herencia, ya poseen, pero que si no la cuidan ni la cultivan, la perderán.
De nosotros depende que el idioma español, y junto a él la cultura, crezca en la misma medida en que crece la población hispana en los Estados Unidos.
Fuente: Edición 25 Aldea Magazine