¿Qué cuál era mi edad en ese momento? Bueno tenía la que tienen los niños cuando dialogan con seres imaginarios que los adultos no podemos ver. Cuando juegan y comparten sus juguetes con esos duendes poseedores de alma y ternura semejante a la de los niños. Cuando pasan horas y horas sumidos en conversaciones sin necesitar compañero real alguno, pues esa ausencia es llenada por esas misteriosas criaturas que habitan en su fantástico mundo. Es la edad cuando los niños se sumergen en las profundas aguas de ese mundo de belleza indescriptible sólo por ellos visitado y que de él, nosotros los adultos, sólo podemos conformarnos con el borroso recuerdo de cuando éramos niños.
A veces ante nuestra imposibilidad de acompañarlos en su viaje cuando franquean ese umbral que los comunica con ese universo fascinante y por haber quedado fuera, calificamos tal acontecimiento con términos que expresan una especie de frustración como la que manifiesta el perdedor de una carrera.
Como todos, tuve mi juguete favorito, era un camión de volteo. Fue construido por mi padre y no sé qué encanto le infundió. Alrededor de él había un aura invisible que me hacía viajar por las sendas de los sueños y hoy su recuerdo, que aún fulgura en lo profundo de mi mente, me traslada a los lejanos tiempos de la infancia.
El amor con que fue construido fue tan grande, que no era para menos, le quedó impreso ese hechizo que en mi mente perdura todavía. Me acompañó durante toda mi vida de niño y fue tal el tamaño del querer con que fue fabricado, que ese encanto me permitió viajar por sueños y aventuras que aún hoy, aunque imprecisos por la distancia y la intromisión de la niebla del tiempo, en mi mente vivos, se mantienen.
Mi camión, donde quiera que ahora se encuentre, llevará como carga misteriosa, mis recuerdos y el hálito seductor infundido por mi padre al crearlo. Algunas veces me pregunto que al construirlo, cómo pudo él extraer de ese mundo mágico, el no sé qué con el cual modeló para mí ese pedazo de felicidad.
Mi juguete no era de características perfectas como las tienen los de ahora y como cualquier niño desearía. Aunque de esos nunca tuve uno, que perfectos se asemejan a los que realmente en aquel momento transitaban por las calles, sus carencias para acercarlo a la perfección, no fueron sentidas ni anheladas, pues sencillamente, fueron superadas por mi imaginación. Para mí, en aquel momento y todavía hoy, mi juguete sobrepasa a cualquier otro.
Era de madera. La caja del volteo era de color amarillo, porque así era el del recipiente vacío de “FLIT” insecticida usado en aquella alejada época. Fue recortada para darle apariencia de verdadero vehículo de carga. La casilla donde supuestamente viajaba el conductor, fue formada con la parte despegada del envase utilizado. Sus ruedas de madera unidas a un eje del mismo material, fijo el de atrás y móvil el delantero para permitirle el cambio de dirección en su desplazamiento. Lo que le faltaba para llegar a la perfección, mi mente lo suplió con creces.
Con él soñé, fue por mucho tiempo mi compañero de ficción. Después cuando superé los límites de la maravillosa infancia y pasé a la adolescencia, lo abandoné. Claro, ya no podía penetrar en aquel enigmático y fantástico mundo infantil. Yo diría que en nuestro camino hubo una bifurcación, él continuó por la senda de la pureza, la de la tierna inocencia y yo por la otra, la de la vida, la del fragor, la que ha suministrado momentos de inmensa alegría y de profunda tristeza y donde encontré a cada paso la inquina, la mentira, la envidia y el rencor. Él siguió el camino de las almas puras, donde no existen las aberraciones a las cuales nosotros los adultos nos enfrentamos.
No sé qué espíritu maléfico oscureció a mi mente y por mucho tiempo borró de ella la idea de aquel juguete que nunca más volví a ver, pero que hoy, como recuerdo traído por la suave brisa que sopla en las tardes de la vida, vuelve a mí y en mi pensamiento permanece.
Él seguramente continuó abandonado y solitario transitando por los caminos imaginarios que juntos tantas veces recorrimos. Transcurrió el tiempo y alguna mano indiferente destruyó a mi juguete inolvidable, pero por insensible no pudo derribar ni a su embrujo ni al cúmulo de sueños y fantasías que como preciosa carga, llevó hasta el último momento. Sí, tiene que haber sido muy desentendida y desprovista de sensibilidad, para cometer atrocidad tan grande.
No se sabe porque en la mayoría de las veces, los niños tienen preferencia por el juguete que no siempre es el más sofisticado o costoso. Algunos padres con equivocada convicción creen medir el tamaño del amor hacia los niños, con el costo del regalo. Casi nunca es así, el niño elige al juguete que calza las mágicas medidas que juegan en su mundo, las cuales para nosotros los adultos, son ocultas. Por ese extraño sortilegio, muchas veces prefieren el envoltorio en vez del juguete contenido.
NOTA DEL AUTOR
R É P L I C A
Este camión es una réplica del que construyó mi padre cuando yo era niño. No sé qué encanto le infundió pero tenía un embrujo y una aureola invisible que, para mí, lo hacía el mejor de los juguetes. Bueno, no era para menos, así sería de grande el amor con el que mi padre lo construyó. Hoy esta réplica me acompaña como recuerdo de aquel que tuve cuando niño, cuyo destino desconocido fue seguramente su destrucción. No importa, su recuerdo en mí perdura. Él, por su parte, con su carga de mis sueños e ilusiones, seguro siguió triste y solitario por los caminos imaginarios que tantas veces juntos recorrimos. Y yo, en el desarrollo de la vida, pisando los movedizos terrenos de la adolescencia y luego transitando los períodos que siguen, me alejé sin volver la mirada hacia aquel juguete maravilloso, hasta perder su imagen para siempre.
Hoy escribiendo estas cosas me detengo a pensar: ¿No será que a través de ese juguete veo a mi padre? Fue el hombre que después de Cristo, ha tenido más influencia en mí y a quien amé y amo todavía a pesar de verlo ya muy lejos por el camino de la eternidad que emprendió hace unos años. Allá en el Cielo estará construyéndome otro juguete, con la esperanza de ofrendármelo, si alcanzo yo esa instancia.
TOMÁS GONZÁLEZ PATIÑO