Autor del relato y de la pintura: Nelson Ures Villegas.
Había un viejo, al cual le colocaré como nombre “Facundo”, si, Facundo, esto es lo que me permite el recuerdo y la imaginación en truculenta alquimia. El niño del relato, soy yo.
El viejo, con su ropa desgastada por el trajín del trabajo y sucia por el sudor, el polvo y el hollín generado por la quema de la caña de azúcar en las haciendas asentadas en el valle de el rio Turbio, tenia un aspecto fantasmal, reforzado por los miedos que las personas mayores nos infundían a los niños, para que ya, cercana la noche, dejáramos el bochinche de la calle y nos metiéramos en nuestras casas.
Se oía cuando venía con su carreta destartalada arrastrada por una cansada, y tambien vieja, yegua, desde las haciendas que bordeaban por los costados del inmenso valle por donde bajaba el río.
¡Métanse pa’ dentro que alli viene Facundo y se los va a llevar en su carreta! decía mi madre y el grupo de muchachos zagaletones corríamos,mientras sentíamos que aquel mamotreto rodante, cargado de caña, nos alcanzaría después de alcanzar la altura del camino que luego, en bajada, pasaba frente a nuestras casas.
La curiosidad se sobreponía a nuestros miedos y por algún resquicio de las paredes empañetadas con barro y cañabrava nos asomábamos a ver como Facundo y su carruaje pasaba frente a nosotros.
Tal vez su rostro es el que recuerdo; de barbas como cocuizas chamuscadas, frente y mejillas arrugadas y encarbonadas, y mirada chispeante…tal vez el niño mirando la carreta que se perdía en las sombras del atardecer tendrá esa noche un sueño para completar este cuento.
Si, y no fue sueño. Aquella tarde cuando me enfrenté un poco más a mis miedos, cuando Facundo venía pasando frente a la bodega de Encarnación, me encaramé en un trocón donde se sentaban los muchachos a piropear a las muchachas que iban por agua a la pila comunal, y pude ver, entre el cargamento de caña que llevaba Facundo en su carreta, a un niño tendido boca arriba. ¡ Va muerto!… pensé
¡alli lleva a uno de los que se portan mal! Me dije.
Facundo me miró y se sonrío conmigo.
Al tiempo, cuando estudiábamos en la misma escuela y en el mismo grado, Fernando, mi amigo, me contó que su abuelo Facundo lo paseaba en su carreta cuando llegaba de la hacienda, si le hacía los mandados a su mamá y le daba de comer a los cochinos. Él se acostaba boca arriba a ver cómo llegaba la noche y a veces se quedaba dormido con el olor a caña envolviendolo como si el fuera un alfeñique.
Nota: La ilustración es de mi autoría hecha para este relato.
Barquisimeto, Venezuela.
Abril 2025