Por: Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gmail.com
Japón es un país lejano, insular y exótico que ha llamado mi atención obcecada y persistentemente desde la niñez. El imperdonable ataque nuclear ordenado por el presidente estadounidense Harry Truman a las indefensas ciudades de Hiroshima y Nagasaki en 1945, así como el suicidio del poeta Yukio Mishima en 1970, fueron terribles acontecimientos que produjeron largas y fatigosas cavilaciones juveniles mías. Los rutilantes Juegos Olímpicos de Tokio en 1964, a mis doce años de edad, me dijeron que ese país existía. Hogaño es Japón una realidad cultural de alcance planetario que nadie puede poner en duda, y de donde proceden los más asombrosos fenómenos sociales y culturales.
Hace algunos años le dediqué al célebre escritor Kenji Nakagami (1946-1992) un artículo subtitulado Ese otro Japón (2016) La represión que domina la vida en Japón la llama este literato nipón la “barrera invisible”, forjada por siglos de aprendizaje nacional que ha encerrado a cada japonés en un código represivo que les indica lo que debe hacerse y lo que no: El emperador es, se atreve a decir Nakagami, el símbolo de la esclavización. Las elites, dice este afamado novelista, desconfían de todo lo que venga del pueblo llano japonés. Prefieren inspirarse en el extranjero: Japón siempre ha importado. Es el caso del budismo que viene de China y Corea, la ciencia y la técnica de Estados Unidos, el Código Civil de Francia, el orden militar de Alemania. Y lo que es peor, Japón solo exporta a Occidente objetos, no contenido.
Pero ha sido la reciente lectura del libro Belleza neurótica. Un extranjero observa Japón, (2015) del estadounidense e historiador de la cultura Morris Berman, residente en Cuernavaca, México, quien ha destapado de nuevo ese mi interés personal por el archipiélago nipón y su magnífica y milenaria cultura. Hablaremos de este interesante libro que podemos leer en internet en el presente ensayo.
Japón no es una cultura tan original como suele pensarse, pues es hija de la milenaria cultura china, así como la cultura nuestra es hija de la de España. Su escritura deriva de los caracteres continentales chinos. Practican el budismo, una religión nacida muy lejos de allí, en la India, así como el confucianismo chino. Una gigantesca tormenta salva a Japón de una masiva invasión continental mongola de Kublai Khan en 1274 que lo hubiera hecho cambiar radicalmente, sin duda. Permaneció el archipiélago cerrado al mundo por muchas centurias, hasta que a punta de cañonazos estadounidenses se incorpora a la cultura de Occidente en 1854. Comienza de tal manera una discordia radical entre tradición-modernidad que sufren hasta la actualidad los nipones.
Se moderniza violentamente Japón y asume la ciencia occidental en pocas décadas, un proceso que costó a Europa varios siglos. Ha llegado a ser lo que es, una gran potencia, gracias a su traumático vínculo con los Estados Unidos. La modernidad ha asumido extremos en Japón, dice Morris Berman, que Occidente jamás ha soñado: El culto a la tecnología, la patología consumista, la adicción al trabajo y el dinero, el ahorro y el hedonismo, encuentran en ese excepcional país de Oriente, su cénit. Pero no todo en Japón es así́. De hecho, aún en los restaurantes modernos, en las fábricas y en los gadgets, encontramos rasgos del Japón milenario: el cultivo de la paciencia, la disciplina, la noción de que el espíritu vale más que la materia y el grupo más que el individuo.
En Belleza neurótica, Morris Berman (1945) estudia con minucia y admirable erudición la fascinante cultura japonesa, para comprender su lugar en el mundo actual, y como espejo en el que la propia cultura occidental ve reflejados sus más profundos miedos y obsesiones. A partir de una nueva interpretación de eventos cruciales como la bomba atómica detonada en Hiroshima y Nagasaki, así como anclado en un erudito repaso a la literatura de y sobre Japón, Berman recorre un amplio espectro que abarca la historia sociopolítica japonesa, su complicada psique, al igual que fenómenos culturales como los adolescentes que se encierran en sus habitaciones a lo largo de una década, el famoso fenómeno hikikomori. El resultado es una original mirada sobre una de las más emblemáticas culturas milenarias, que conduce a Berman a las primeras alternativas para las sociedades poscapitalistas que probablemente emergerán en los siglos venideros.
Los hikikomori.
Son muy variados los fenómenos refinados de la cultura japonesa: el suicidio y el jisei no ku o poema de despedida del suicida, el teatro noh, el ikebana o arreglo floral, los monólogos humorísticos rakugo, el origami o plegado de papel, el teatro kabuki, las marionetas bunraku, el laqueado japonés, los baños termales onsen, las damas de entretenimiento o geishas, los grabados ukiyo-e (que influyeron en el posimpresionismo europeo), el movimiento metabolista en arquitectura, la novela de Genji, las Sendas de Oku, que tanto admiró Octavio Paz. Pero nos referiremos esta vez a un curioso fenómeno socio cultural nuevo que destaca Morris Berman: los hikikomori.
Los hikikomori, llamados los ermitaños del siglo XXI, fenómeno que comenzó en Japón desde los años 1990 y que se ha extendido más de lo que podríamos pensar, pues numerosos casos se han registrado en Asia continental, Corea del Sur, Hong Kong, Europa occidental, España, Alemania, Italia, Estados Unidos y ¡Venezuela! Se trata de jóvenes, en su mayoría varones, que se encierran en sus habitaciones por largos periodos de tiempo, abandonan la vida social, una como fobia social, y se refugian en los videojuegos e internet. Normalmente, dice Wikipedia, no tienen ningún amigo, y en su mayoría duermen a lo largo del día, y ven la televisión, navegan por internet o juegan videojuegos durante la noche. Todo esto hace de ellos un caso extremo de solteros parásitos (expresión japonesa para nombrar a aquellos que viven de las sopas instantáneas, viviendo en casa de sus padres para disfrutar de mayor comodidad).
El término hikikomori se refiere, dice la BBC de Londres, tanto a la condición como a quienes la padecen y fue acuñado por el psicólogo japonés Tamaki Saito en su libro Aislamiento social: una interminable adolescencia. (1998). Las rígidas normas sociales, las altas expectativas de los padres y la cultura de la vergüenza hacen que la sociedad japonesa sea un caldo de cultivo de sentimientos de incompetencia y el deseo de que uno quiera esconderse del mundo», dice el psiquiatra Takahiro Kato. Intentar cumplir con las expectativas de la sociedad japonesa también se ha vuelto más difícil. Los exámenes de admisión en las universidades públicas son un verdadero infierno. El estancamiento económico desde 1990 y la globalización están haciendo que las tradiciones colectivistas y jerárquicas de Japón entren en conflicto con la visión más individualista y competitiva de Occidente, dice Kato.
Pero lo sorprendente es que el hikikomori está asociado al síndrome psiquiátrico taijin kyōfushō, endémico de Japón, un trastorno de ansiedad y fobia social muy marcado en el archipiélago nipón. Podría ser, opino yo, que el novedoso hikikomori no sea más que una prolongación en tiempos de globalización capitalista y de internet del ancestral Taijin kyōfushō. Existe desde principios del siglo pasado la Terapia Morita para combatirlo. En la actualidad, la ciencia de los medicamentos se emplea para tratar con algún éxito este mal. El milnaciprán, un inhibidor de la recaptación de serotonina y noradrenalina (IRSN), actualmente se utiliza en el tratamiento del taijin kyōfushō y ha demostrado ser eficaz también para el trastorno de ansiedad social.
De tal manera comprendo la reflexión del estadounidense e historiador de la cultura Morris Berman, cuando afirma que Japón es como espejo en el que la propia cultura occidental ve reflejados sus más profundos miedos y obsesiones. El suicidio y la fobia social son dos de ellos.
Foto: Cortesía de Raul Briceño