Por Nelson Ures Villegas
(Contenido en el libro: “Relatos de Semana Santa” del Laboratorio Permanente de lectura y escritura Zuaas)
Sí, la santa semana, para aquel joven formado en una familia humilde, pero muy católica, era de estrictas normas «para no lastimar las llagas de Cristo». ¡No pise tan duro, va a lastimarle las llagas a Cristo! ¡Nada de picar con cuchillo el pan, bendito por las manos de Cristo! ¡Nada de malcriadeces ni de malos pensamientos!
Y de arrejuntamientos pecaminosos en la Semana Mayor, ¡ni pensarlo!: «Recuerde que se peca de palabra, pensamiento y obra», le decían. Andaba, el pobre muchacho, como atontado en esos sagrados días, quietecito, temiendo que el ojo de Dios, el que mira todo desde un triángulo, lo pillara.
No iba a todas las misas, pero sí el día que le correspondía hacer de soldado romano en la representación teatral que organizaban en su barrio las señoras de la Legión de María. Una de ellas le dijo un día que eso le enseñaría más sobre la compasión, como aquel soldado que se menciona en las Sagradas Escrituras, quien terminó convirtiéndose al cristianismo.
—Ese muchacho tiene condiciones para ser cura —le dijo la señora legionaria a la mamá del joven.
—¡Dios sabrá! —contestó la madre.
Una Semana Santa de aquellas, el muchacho se fue de vacaciones al campo, de donde era su mamá. Allí se conmemoraba con mucha devoción, pero tenía un ingrediente diferente que él no conocía.
El jueves se iba con sus tíos y primos al río. Allí disfrutaba con más libertad y su adolescencia se fue enrumbando hacia lo mundano. Se enamoró de una linda muchacha y esa era la principal motivación para irse al pueblo cada Semana Santa.
Una frase, entre aquellos campesinos, le llamó mucho la atención, pues, entre bromas y risas decían: «¡Epa, muchacho! Espere el sábado pa que quiebre la olla». Él, sin entender nada de aquello, se reía para seguir la corriente. Hasta que un día le preguntó a su primo mayor:
—¿Qué es eso de quebrar la olla?
—¡Es por ser Sábado de Gloria!
Siguió sin entender.
—¿Pero eso qué tiene que ver?
—Ah, pues. ¿No vas a saber? Ese día se le puede dar gusto a la carne. Algo así: podemos quebrar la olla en la que guardamos todo lo que no está prohibido comer en los días santos y darle gusto al cuerpo.
—¿Aliñar?
—¡No, chico! Se puede hacer el amor, quebrar la olla, terminar la espera.
El joven quedó pensativo y se imaginó (que Dios lo perdone) quebrando la olla con la muchacha que, en el río, le puso el corazón como tarabita.
De su representación teatral de soldado romano pasó a cristiano, pero a su manera. Las tradiciones lograron mantenerse en las costumbres de un joven que comprendió que no servía para cura, pero sí para una persona de bien, de respeto y buenas intenciones.
Un Sábado de Gloria besó a la muchacha del río, un Sábado de Gloria le pidió la mano en matrimonio y descubrió en aquel cuerpo de mujer su paraíso, un Sábado de Gloria se casó con ella; pero fue un domingo, el día de su luna de miel, cuando conoció la resurrección.
Eso sí, un segundo después de las doce de la noche de ese sábado, la olla se despedazó brindando los mejores manjares que por un buen tiempo había imaginado.