Por TOMÁS GONZÁLEZ PATIÑO
Plácidamente transcurría la vida en aquel pueblo. Todo estaba normal,
no ocurrían hechos extraordinarios. Veranos, épocas de lluvia, días
calurosos, otros frescos. Días nublados que reflejaban pesadez o de sol
radiante que transmitían alegría. Era cuando las ramas de los árboles
con su color verde amarilloso, movidas por la brisa, creaban una
extraordinaria combinación de colores con el azul del cielo.
Juan Bautista El Gajo, bueno así es, “El Gajo”, ése era su sobrenombre
quizás por su apariencia. Era un espigado habitante de aquel poblado,
contextura delgada que rondaba los inicios de la tercera edad. En
cuanto a su estabilidad emocional, se tenían ciertas dudas. Casi a diario
y siempre con su rostro inexpresivo, realizaba por las calles del pueblo,
una caminata durante la cual, pregonaba en voz alta, lo que veía en su
traslocada cabeza.
Calle arriba y calle abajo
Hablo a todos sin maldá
Soy Juan Bautista El Gajo
Y siempre digo la verdá
Era ya un espectáculo común, oír lo que El Gajo decía en su diario
paseo por las calles de aquel tranquilo y apacible poblado. Era tal la
pasividad, que su pregón era esperado y hasta se echaba de menos
cuando por algún motivo, faltaba su improvisada poesía. Aquellos
versos y las estrofas siempre expresaban un mensaje, alguna verdad
contenían, no eran totalmente vacíos.
Las noticias que rompían la monotonía eran las producidas localmente.
De las que tenían origen en otras tierras, sólo llegaban a través de la
radio y generalmente lo hacían con el suficiente retardo para suavizar
su impacto. Existía un aislamiento de hecho, derivado de la deficiencia
de los medios de comunicación con los que contaba aquella comunidad.
En el ámbito de aquel conglomerado, por ejemplo, la noticia de un
acontecimiento que se regó con extraordinaria velocidad por todo el
pueblo, fue la que ocurrió un día cuando se llevaron a la hija de Don
Ramón, el de la bodega. Parece, según decían, que fue un “rapto”
convenido entre la niña y su novio. Esa noticia generó toda clase de
suposiciones y comentarios.
Así era, cuando existía resistencia de los padres, la novia, se fugaba
con el novio a paradero desconocido. Permanecían ocultos por algún
tiempo y en algunos casos hasta sólo después de años es cuando
regresaban al seno familiar. En ese momento ya cargados de hijos y
dispuestos a oficializar su unión, casi siempre regresaban a la casa de
los progenitores de la novia.
Era la hora de los arrepentimientos. Por una parte de los jóvenes, por
haber violentado el normal desarrollo de los acontecimientos y por la
otra de los padres, por haber impedido aquella relación. En fin, la vida
continuaba y los padres recibían en su seno con agrado, a la nueva
rama familiar. Actos de este estilo ocurrían muy pocas veces en el
pueblo, razón por la cual cuando ocurrían, se convertían en noticia.
En aquellos momentos en Europa estaba en boga el tema del aborto.
Este asunto en el pueblo no era de diario tratamiento, es más, parte de
aquella gente sencilla no tenía idea clara de la cuestión. Sólo aquellos
más sobresalientes de la comunidad, participaban en tal debate que
dicho acontecimiento generaba. Algunos de los que tenían conocimiento
sobre la cuestión, sostenían que el aborto podría estar permitido sólo si
se realizaba en un determinado período de tiempo después de haberse
iniciado la gestación. Decían que ese período en el cual estaba
permitida la interrupción del embarazo, podría ser de sólo hasta doce
semanas. Es decir, sostenían la absurda idea según la cual, hasta el
último día de ese plazo, es decir, el séptimo día de la semana doce
hasta las doce de la noche era legal matar a la criatura, pero un
instante después, ya transcurridas las campanadas anunciando el
nuevo día, realizar tal actividad era considerada un crimen.
Se hablaba también del derecho que tenía la mujer de disponer de su
cuerpo y tomar la decisión de realizarlo o no. Por lo visto no
contemplaban los derechos de la indefensa criatura que también
formaba parte de ese cuerpo y era la otra parte involucrada.
En fin, el tema causaba acaloradas discusiones entre los que sostenían
opiniones diferentes pero siempre prevalecía la opinión de los que eran
contrarios a tan abominable práctica.
Bueno, estas noticias y otras de acontecimientos esporádicos ocurridos
en lugares alejados, generaban interminables debates que
momentáneamente desplazaban las diarias estrofas del popular cronista
Juan Bautista. Una vez superada la conmoción causada por esas
noticias extraordinarias, todo seguía transcurriendo con la normalidad y
la apacibilidad típica acostumbrada.
Continuaban desarrollándose noticias locales las cuales aun sin ninguna
importancia, mantenían el nivel noticioso del pueblo.
Una de ellas, por ejemplo, era que la empresa de autobuses que
atendía a la población, había puesto en servicio una nueva unidad
mucho más moderna; otra, que un torrencial aguacero derribó una casa
situada en las afueras del pueblo. Así noticias como esas eran las que
normalmente circulaban por aquel poblado.
Esa monotonía noticiosa de asuntos locales y la deficiencia de
información sobre acontecimientos nacionales y mundiales era lo que
hacía que El Gajo se perfilara como un personaje importante de aquella
comunidad, pues él llenaba el vacío dejado por la desinformación.
Él por su parte continuaba con sus paseos matutinos pregonando a voz
en cuello, sus alocadas ocurrencias que siempre organizaba en estrofas
como ésta, respetando siempre la rima serventesia y que en el fondo,
llevaban algo de verdad:
Yo soy Juan Bautista El Gajo
El hijo de Soledá
Dicen que de Luis Badajo
Pero no hay seguridá
Caracas Julio 18 de 2022