Por Mariana Vivas Verna
— Si hay alguna razón, para que esta unión no sea concedida bajo la palabra de Dios o que haya una persona que se oponga a este matrimonio, que hable ahora o calle para siempre— dijo el arzobispo de Canterbury.
La Catedral estaba abarrotada de la más alta alcurnia de todo el mundo. Todos habían venido a ver la unión más esperada de la Casa de Lancaster, el matrimonio del Príncipe de Wessley y Lady Liliana.
Se sentía un ambiente bastante pesado, cargado de energías, malos y buenos deseos para la pareja, esperanza, nostalgia… Incluso, había cierta clase de hostilidad de parte de algunos miembros de la realeza hacia Liliana, ya que no pertenecía verdaderamente a la realeza o a ninguna casa de acceso directo al trono. Al contrario, Liliana pertenecía a la noble y humilde casa Crismond, una casa de caballeros nobles de corazón que defendieron a la corona en tiempos de guerra y desespero.
En la amplia e imponente catedral, lo único que se oía era la reverberación de la voz del arzobispo y alguno que otro sollozo entre los invitados.
En la primera fila de los invitados de parte del Príncipe de Wessley estaba La Reina Marisabeth, su madre, Frederick, su padre, su hermana Anne y la Reina Madre, abuela de Christian, Lizbeth. Del otro lado, en la primera fila de los invitados de Liliana, estaba su padre, el cual acompañó a su hija al altar, su madre, sus 3 hermanos y su querida abuela materna.
— Christian Philip George — dijo el arzobispo en el momento de hacer la pregunta que cambiaría el rumbo de las vidas de la pareja para siempre —, ¿Aceptas a esta mujer como tu legitima esposa? ¿Para vivir bajo la ordenanza de Dios en sagrado matrimonio? ¿La amarás, la consolaras, la honrarás y protegerás en la salud y enfermedad? ¿Abandonando a todo otro, para quedarse únicamente con ella, mientras ambos vivan?
— Acepto — dijo Christian seriamente. Su rostro no mostraba signo de preocupación alguna, pero hacia sus adentros seguramente debía de estar nervioso hasta los huesos, al tomar una decisión que impactaría en su vida de manera positiva de una vez por todas, dejando de lado el mundo que vivió con todas esas pretendientes que conoció alguna vez en el verano por las costas del mar mediterráneo.
El arzobispo lentamente se vuelve para mirar a Liliana en su gran vestido de tafetán color marfil, bordado con lentejuelas, encaje con volantes y perlas regadas por todo el diseño. La delicada y pálida cara de esta mujer, estaba cubierta por el velo, dejando a la vista la magnífica reliquia familiar de los Crismond, una tiara de diamantes relucientes que remontaba del siglo XVIII.
— Liliana Frances, ¿Aceptas tú, a este hombre como tu legitimo esposo? — preguntó el arzobispo a la novia — ¿Para vivir bajo la ordenanza de Dios en sagrado matrimonio? ¿Lo amarás, lo consolaras, lo honrarás y protegerás en la salud y en la enfermedad? ¿Abandonando a todo otro, para quedarte únicamente con él, mientras ambos vivan?
El momento de la verdad había llegado, el momento que todos esperaban, la respuesta de la novia en la boda. Los ojos de Liliana, que estaban clavados en el ramo de flores, mostraban el miedo que cargaba al saber que una vez dicho “Sí” al arzobispo, estaría renunciando a su libertad incondicional, atándose al deber de ser nombrada “Princesa de Wessley” una vez casada, cargando el peso de mil responsabilidades que sólo la arrastrarían a más al llegar al trono junto a su esposo que sería nombrado Rey en el momento que su madre falleciera.
“Será divertido… Serás Princesa, Liliana, el sueño de toda chica ¿No? No hay nada de malo en ello… además, amas a Christian, y él a ti…” Pensó Liliana, en ese momento tan tenso para la multitud y para ella “No hay nada que temer, no hay nada de malo en ser… feliz”.
Lentamente, levantó la cara del ramo de flores, y miró a Christian, que estaba inmóvil, mirando hacia el frente, esperando la respuesta obvia de ella. Sus ojos azul cerúleo empezaron a brillar, mostrando ese aire de misterio y tristeza hacia el arzobispo cuando se dirigió por fin a verlo para pronunciar su decisión, tragando saliva para quitarse el nudo de la garganta que le impedía hablar.
— Acepto.
Ya no había vuelta atrás, ambos al haber dicho que sí, estaban prácticamente casados, solo faltaban los votos matrimoniales, los anillos y firmar el libro que haría de su matrimonio un hecho grabado en la historia de la Casa de Lancaster.
Detrás de Liliana y Christian, entre la multitud de invitados, se oía el susurro de las personas que hablaban en el momento de entregar los anillos, cada vez regándose más, haciendo eco en toda la catedral hasta hacerse audibles a los oídos de Liliana.
“¿Ya la viste? ¡Que vestido tan horrible!”
“Seguro no aguantan ni un mes… habrá escándalo de bodas, caballeros”
“¡Mira lo flaca que esta esa mujer!”
“Pobre niña, no sabe lo que le espera”
“Esta boda no sirvió de nada, él anda mirando a otra…”
“Vaya, que débil es, llora por todo”
“Para que se haya quedado dormida en un evento real debe de tener problemas en la cama”
“Sabía que se divorciarían”
“Es una desgracia para la familia real, dos hijos, divorciada y saliendo con un ricachón árabe”
“No vivirá para contarlo, la corona debe prevalecer ante la sociedad”
“Pobre Lady Lili, tan joven y tan humilde con la gente, no merecía un destino como este”
“Siempre vivirá en los corazones de cada habitante del reino como la Princesa del pueblo”
Liliana empezó a fruncir el ceño, cerrando los ojos un momento, las voces no se detenían, y parecía que ella era la única que las oía.
Llegado el momento de los votos matrimoniales, hubo un silencio espantoso en la catedral, de asombro tal vez, puesto que el ambiente empezó a volverse sombrío y oscuro, llenándose de incertidumbre y terror… Algo no iba bien.
De la nada, los susurros volvieron, pero esta vez con ciertos suspiros y quejas de horror.
Liliana, abrió los ojos nuevamente, preocupada por todo lo que estaba pasando. Sin darse cuenta, empezó a volverse lentamente a su derecha para ver que ocurría entre el público. Lentamente vio la expresión de horror e incertidumbre de los padres de Christian, La reina Marisabeth miraba a Liliana con horror y decepción, Phillip, intentaba no mostrar asco alguno con lo que estaban viendo.
— Eh… Christian, ¿Qué sucede? — Preguntó Liliana al ver al público horrorizado por lo que sea que estén viendo.
Christian tragó duro, llevaba rato mirando a Liliana, esperando que le entregara los anillos, horrorizado y petrificado al ver ante él un presagio de muerte segura.
— Liliana… — dijo Christian en voz baja.
Liliana se quedó mirando a la multitud, la veían de una manera hostil, como si hubiera cometido un crimen frente a ellos.
— Liliana…
La pobre mujer empezó a temblar, la catedral se empezó a convertir en un lugar frío, sin vida o energía que le diera un aspecto menos escalofriante al momento que estaba viendo ante sus ojos.
— ¡LILIANA!
Rápidamente se volvió hacia su esposo, asustada por su expresión de asco y horror. No entendía que pasaba, ella no veía nada de malo, las flores estaban bien, ella se sentía bien, el vestido estaba intacto… ¿Qué era lo que estaba causando tanto revuelo entre los invitados de la boda?
— ¡Por todos los cielos! ¡¿Qué clase de brujería es esta?! — dijo el arzobispo al salir del trance hipnótico al ver a Liliana de pies a cabeza.
— ¿M… me pueden decir que está sucediendo? — dijo Liliana encogiéndose de hombros sin dejar de mirar a Christian anonadado.
— Liliana… Tu vestido… — dijo Christian tartamudeando, no hallaba manera de recuperarse de ese miedo que sentía, estaba vulnerable, y cualquier cosa que dijera quedaría grabado en la historia de la Casa de Lancaster.
— ¿Qué sucede? No hay nada de malo en él.
— ¡ESTA ENSANGRENTADO!
— ¿¡Cómo?!
Liliana bajó la mirada, quitándose el ramo de flores que le impedía mirar su falda, que estaba poco a poco tiñéndose de lo que parecía sangre desde la cola que venía atrás de su falda, subiendo lentamente hasta llegar a la mitad de la falda.
— ¿Qué? Pero… ¿Cómo diablos pasó esto? — dijo Liliana tratando de no gritar para no hacer de un escándalo la boda, la cual ya estaba empezando a convertirse en uno.
— Tu vestido empezó a teñirse de rojo desde la cola en el momento que aceptaste casarte con él — dijo La Reina desde su lugar, manteniéndose en un estado de indiferencia para no levantar críticas negativas sobre su reacción; pero a la vez su indiferencia se convirtió en enojo con respecto a la situación y este acto de magia inesperada —. ¿Es que acaso no tiene respeto por esta familia, Lady Liliana?
— ¿Qué? ¡No! Yo… yo no he dicho nada, esto no lo hice yo, por favor… No he hecho nada malo.
— ¡BRUJA! Acabas de lanzar una maldición a nuestra familia ¡Enciérrenla! — gritó la Princesa Anne, actuando como una niña de siete años teniendo diecisiete.
— ¡Anne! Compórtate, hija. Ella no tiene la culpa y no es ninguna bruja, sólo trajo un mal presagio a la familia. — dijo Frederick volviéndose hacia su hija que actuó como una rebelde sin causa en plena iglesia bajo una situación de escándalo real.
— ¡Por favor, basta! E–estoy segura que hay una razón obvia para esto, por favor, no hay nada de malo en esto. — dijo Liliana atemorizada por lo que sucedía, no podía dejar de ver la parte del vestido que estaba teñido de sangre, mitad de la falda y la larga cola de ocho metros y medio eran color rojo oscuro brillante, tal cual como la sangre fresca.
— Liliana, hija… ¿Qué has hecho? — dijo su madre que se acercó a verla —. Acabas de firmar tu sentencia de muerte… ¿No ves?
— No… mamá estaré bien, no me voy a morir, esto es solo… no lo sé, un percance nada más.
Liliana sentía que el mundo se venía a sus pies, que todo comenzaba a desmoronarse como una casa en destrucción. El miedo empezó a apoderarse de ella, haciéndola dudar de su decisión acerca de casarse; estaba muy joven todavía, y le llevaba 13 años de diferencia a Christian. Aún tenía mucho que vivir y sentía que estaba tirando su vida al abismo sin fondo para ser una esclava de las reglas impositoras de la realeza y sus creencias.
— Hija… Por favor, escúchanos, estas cometiendo un error… ¿No crees que esto es muy arriesgado? Sólo… mírate, estas en el hueso, no eres feliz con esto — dijo su padre que estuvo a su lado todo el tiempo desde que empezó a teñirse el vestido —. Si no eres feliz ahora, ¿Crees que este… pedazo de mujeriego te va a hacer feliz?
— Papá… yo… no lo sé, yo lo amo, pero—
— ¡CHRISTIAN!
Una mujer gritó desde atrás de las filas de invitados, saltando de su puesto, para ver a este hombre que se volvió inmediatamente al reconocer su voz.
— ¿Catherine? ¿Qué haces Aquí? — dijo Christian en voz alta tratando de ubicarla con su mirada.
Liliana volteó la mirada al oír el nombre de tal mujer, dejando incompleta la respuesta a la pregunta de su padre. Automáticamente, se volvió hacia Christian, esperando a que continuara la boda.
— ¡Traté de advertírtelo Christian! Vine lo más pronto posible para verte — dijo esta Catherine corriendo por el camino al altar, cayendo en los brazos de Christian que la reciben con un abrazo que deja a la familia Real a como a Liliana, sin palabras.
— ¿Qué hace esta mujer aquí? — preguntó La Reina entre dientes – Christian, aléjate de ella, tú ya estas casado.
— Madre… Es solo una Amiga ¿Qué tiene de malo que la abrace?
— Christian… — dijo Liliana, volviendo a caer en eses estado de preocupación, haciéndosele un nuda en la garganta, el cual no pudo deshacer —. ¿Por qué la invitaste?
— ¡Ah! Eh… Liliana ella es Catherine, es una buena amiga…seguro la debes de recodar… Ustedes ya se habían visto antes.
No le prestó atención a Liliana, estaba bajo una clase de hechizo que lo mantenía en su mundo con Catherine, con una sonrisa de oreja a oreja que hacía que su madre se molestara.
— Christian, mi amor, Vámonos de aquí, ella no te hará feliz… huyamos de aquí, lejos, de tus responsabilidades. — le dijo Catherine a Christian en voz baja, para evitar el que otros oyeran, pero Frederick de inmediato se levantó y agarró a Christian por el hombro, separándolo de Catherine para reprocharlo.
— Tú tienes una responsabilidad que cumplir, no puedes tirar tu vida por la borda, tienes un rol importante y decisivo en esta familia así que deja de perder tu tiempo en una simple mujer de tu universidad.
Christian recuperó la compostura, saliendo del hechizo de Catherine y sus encantos, regresando al lado de Liliana para continuar la boda. La sonrisa que se le esbozó cuando cargaba a Catherine en brazos, se había desvanecido en el acto, de nuevo proyectaba esa frialdad y seriedad frente al altar, como si no fuera feliz casándose con Liliana.
— Christian… — dijo Liliana con lágrimas brotando de sus ojos, no comprendía el por qué Christian, se veía tan feliz con esa mujer a quien no estaba segura de quien o que era realmente en la vida privada de él —. ¿Acaso no eres feliz?
Christian no contestó, tenía detrás suyo la mirada de su madre clavada en él para que no pronunciara palabra alguna sobre lo que realmente estaba haciendo.
— Respóndeme, ¿Acaso no eres feliz conmigo? ¿Acaso no es suficiente el amor que te he dado estos últimos meses? ¿Acaso no me amas como amas a Catherine?
— ¡YA CÁLLATE LILIANA! — gritó Christian perdiendo la paciencia, entrando en un estado de cólera al oír tantas preguntas que sólo lo atormentaban y que no le resolverían el conflicto entre su responsabilidad y el amor verdadero —. ¡YO SOY HEREDRO A LA CORONA DE INGLATERRA, ES MI DEBER Y RESPONSABILIDAD EL CASARME CONTIGO!
— … No me amas, ¿Es eso? ¿TE IMPORTA MAS TU ABSURDO REINO QUE TU PROPIA FELICIDAD? — Exclamó Liliana, subiendo de tono su conversa, obstinada de la actitud negligente e indiferente de su futuro esposo hacia ella.
— ¡MI FELICIDAD YA NO IMPORTA AQUÍ! ¡MAS IMPORTANTE ES QUE CUMPLI CON MI DEBER!
— ¿Entonces estás de acuerdo? ¡No me amas!
— ¡NO, NO TE AMO, ¡AMO A CATHERINE MAS QUE A TI!
— ¿Y POR QUÉ NO TE CASAS CON ELLA? — gritó Liliana rompiendo en llanto, su corazón y esperanza se habían quebrado, el sueño de ser una princesa no era tan bonito como ella creía. Por un momento le enseñó a Christian sus brazos marcados con cicatrices de las cortadas que se hizo en sus crisis de depresión —. ¡En vez de destrozarme a mi psicológicamente y a las pocas ganas de vivir que tengo!
— ¡TU DECIDISTE CASARTE CONMIGO, CATHERINE ESTA FUERA DE ESTO! ¿ENTENDIDO?
— Si, Claro ¿Por qué mejor no nos casamos y así te vas con ella? ¿ASI SI SERÍAS FELIZ?
— NO VOY A DISCUTIR EL HECHO DE NUESTRO DIVORCIO ANTES DE TIEMPO!
— ¡No te puedes divorciar! No voy a permitir tal escandalo—dijo La Reina, alzando la voz, sin llegar a gritar, guardando su furia y odio hacia la relación en secreto de Christian con Catherine, la cual ella sabe que no ha terminado —. Tú vas a ser Rey, y no voy a dejar que eso suceda en esta familia.
Christian nuevamente se trató de enfriar al recordar su posición, pero aún seguía molesto, sólo quería huir de ahí con Catherine, aunque ella estuviera casada y prontamente divorciada.
— Arzobispo, por favor, continue la boda — pidió Christian a este hombre que no pronunció palabra alguna al ver a la familia más perfecta discutiendo.
— Eh… eh, si… Continuemos – pronunció el arzobispo que trataba de comprender que había pasado —. Eh… ah, los anillos por favor.
El público estaba mudo, nadie podía creer lo que apreciaron ante sus ojos, todos se quedaron callados, al oír una discusión de tal grado en la familia real, donde nunca se ha cometido un error de tal calibre.
El ambiente de la catedral se hizo más pesado, opacándose con la discusión, haciéndose más y más tenso para Liliana, que ahora estaba a pocos pasos de caer en un punto sin retorno. Aunque la catedral estuviera callada, en la cabeza de Liliana no dejaban de oírse esas voces atormentantes que solo la criticaban y le bajaban las esperanzas de tener un matrimonio feliz.
Entre tantas voces, surgieron unas sobre pensamientos oscuros, cosas que ella nunca hubiera pensado que haría, pero que se ven ahora más tangibles, donde podría tomarlas como un escape. Sin embargo, no podía dejar de lado su vida y lo que sea que le esperaba luego de la boda, así fuese algo malo, aún tenía esa pequeña chispa que le dice que todo estará bien.
— Repite después de mí – dijo el arzobispo a Christian para pronunciar los votos matrimoniales —. Yo, Christian Phillip George.
— Yo, Christian Phillip George
— Te tomo a ti, Liliana Frances…
— Te tomo a ti, Liliana Frances.
— Como mi futura esposa…
— Como mi futura esposa.
— Para sostenerte y protegerte desde este día en adelante…
— Para sostenerte y protegerte desde este día en adelante.
— Para bien o para mal, en la riqueza y en la pobreza…
— Para bien o para mal, en la riqueza y en la pobreza.
— En la salud y en la enfermedad, para amar y cuidar…
— En la salud y en la enfermedad, para amar y cuidar.
— Hasta que la muerte nos separe…
— Hasta que la muerte… nos separe —. Dijo Christian mirando de reojo a Liliana, que estaba aún llorando después de la discusión sobre si verdaderamente la amaba. Éste, giró los ojos y miró nuevamente al frente haciendo caso omiso la escena que había creado Liliana con su vestido ensangrentado.
— De acuerdo a la Santa ley de Dios, esta ha de ser la verdad absoluta.
— De acuerdo a la Santa ley de Dios, esta ha de ser la verdad absoluta.
Hubo un silencio que puso a los invitados con los nervios de punta al ver firmar a Christian el libro y entregarle la pluma a Liliana antes de pronunciar sus votos hacia él. El miedo recorría las mentes y cuerpos de estos seres al imaginar lo que le esperaba al país y a la población mundial al enterarse del escándalo de la boda y de la situación a nivel de la Familia Real.
— Ejem…. Repita después de mi… — dijo el arzobispo a Liliana que se encontraba sollozando viendo cómo su vestido se había vuelto un mal presagio signo de muerte probablemente.
Se le vino a la mente el día que tuvieron coserle este vestido puesto en ella, había adelgazado tanto que el vestido le quedaba grande. Todos empezaron a notar que ella debía de sufrir mucho, lidiando con depresión y bulimia a consecuencia de las estrictas normas de la realeza que siguió desde antes del día de la boda a modo de preparación para lo que le esperaba… Pocas esperanzas le quedaban ya de poder ser feliz, viendo que sólo estaba condenándose a vivir sin amor de parte de su futuro esposo que le sería infiel con la tal Catherine; no tenía que ser vidente para saber que Christian no iba a mirarla con los mismos ojos brillantes y llenos de felicidad como a esa mujer. Su vida iba a ser trágica y dolorosa, pocos momentos gratos iba a tener y el pensar que le debía herederos a La Corona, la hería aún más. Sólo quería desaparecer de la faz de la tierra y parar el sufrimiento.
— Liliana — Dijo Christian entre dientes, manteniendo la calma para no explotar de la furia que llevaba dentro al ver que su futura esposa no había escuchado para decir sus votos matrimoniales.
La pobre mujer levantó la cara y miró a su alrededor, viendo como todos esperaban que ella dijera sus votos y sellara su destino caótico de fantasía. Las caras de la familia Real contaban un poema distinto, cada una con una expresión distinta con respecto a la actuación de Liliana y Christian en plena boda, incluyendo la intervención repentina de Catherine.
— … Si, perdón… — suspiró Liliana.
— Repita después de mi… Yo, Liliana Frances…
— Yo… Liliana Frances.
— Te tomo a ti, Christian Phillip George…
— Te tomo a ti, Phillip Christian… George. — Dijo Liliana, dudosa, al decir el nombre de su esposo al revés.
— Como mi futuro esposo…
— Como mi futuro esposo.
— Para sostenerte y protegerte desde este día en adelante…
— Liliana Escúchame… — susurró su hermana Sarah desde su puesto para evitar llamar la atención de los demás
— ¡Silencio! — dijo el arzobispo al oír a la hermana de Liliana hablar.
— ¡Cállese usted, viejo recalcitrante! — exclamó Sarah interrumpiéndolo para poder hablar y que su hermana recapacitara —. Liliana, escúchame, ese ingrato no te hará feliz y te destrozará en segundos… Hazme caso que yo puse un pie fuera mucho antes de llegar a este extremo.
— Sarah… yo… quiero ser feliz, pero ya no sé lo que hago, pero aún hay posibilidad de que el cambie… que sea distinto…
— No seas tonta… el no cambió por mi ¿Por qué lo haría por ti?
— ¡Lady Liliana! ¿Usted está casándose o no? — le reprochó el arzobispo molesto por la falta de tolerancia y acato de ordenes de la novia.
Liliana asintió con la cabeza y le hizo un gesto de dolor a su hermana antes de volver su mirada hacia el frente y seguir con sus votos.
— Para sostenerte y protegerte desde este día en adelante. — continuó Liliana recitando sus votos entre sollozos
— Para bien o para mal, en la riqueza y en la pobreza…
— Para bien o para mal, en la riqueza y en la pobreza.
— En la salud y en la enfermedad, para amar y cuidar…
—En la salud y en la enfermedad, para amar y cuidar.
—Hasta que la muerte nos separe…
— Hasta… que la muerte nos… separe.
—De acuerdo a la Santa ley de Dios, esta ha de ser la verdad absoluta.
— De acuerdo a la Santa ley de Dios, esta ha de ser la verdad absoluta.
Una vez concluidos los votos matrimoniales, Liliana tomó la pluma y firmó el libro donde quedaría grabado su nombre entre lágrimas para siempre. Finalmente, Christian y Liliana intercambiaron anillos, colocándoselos uno al otro.
—Espero que me ames… tanto como a ella… — dijo Liliana en un tono que solo pudiera oír Christian.
— Lo que sea que signifique el amor… — respondió Christian suspirando, agachando la mirada sin mirar a los ojos a su esposa.
— A aquellos que Dios unió, que no permita que se desate… un escándalo. Y que tanto Christian y Liliana han sido consagrados en Santo matrimonio — habló el arzobispo luego de culminar con el proceso de los votos matrimoniales —. Siendo testigos ante los ojos de Dios y su compañía en la cual juraron amarse y decirse toda la verdad, Yo los declaro Marido y Mujer en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
Las lágrimas de Liliana se congelaron en su cara al oír el “puede besar a la novia”, soltando una leve sonrisa al Christian levantar su velo y verla con la cara brillante de tanto llorar, dejando una estela escarchada de cada gota que recorrió su rostro de porcelana.
Christian procedió con cautela y posó sus labios encima de los de Liliana, dándole el beso que marcaría el inicio de su tormentoso matrimonio.
El público, aún en estado de shock, no dejaba de rumorear acerca de que significaba aquella muestra de “brujería” con el vestido ensangrentado. Todos miraban a la pareja de manera despectiva, a muchos les parecía que sería el matrimonio más caótico de la historia y que quedaría para recordar en los rumores y próximamente escritos sobre ellos.
La pareja recién casada, debido al percance del vestido, salieron por detrás de la catedral donde les esperaba un Mercedes-Benz negro, que los llevaría lo más rápido posible a la residencia real para cambiar el vestido maldito, volver a la catedral y hacer la salida perfecta que se esperaba fuera de la catedral
— Lady Liliana, Usted irá a cambiarse a la residencia Real, allá la servidumbre le ayudará a hacer el cambio de inmediato — dijo la Reina, sin expresar emoción alguna.
— ¿Qué hay de Christian? ¿No va a ayudarme? — dijo Liliana buscando la manera de poder hablar con su esposo de manera privada sin la presencia de ningún familiar, para poder aclarar así sea el cómo sería su vida con él y con una “tercera rueda” en la relación.
— Mejor me quedo aquí, no quiero estorbarte con mi presencia, ¡Deja de perder tiempo y anda a cambiarte! — respondió Christian ofuscado, le costaba ya demasiado tener que perder tiempo en un cambio de vestido y en casarse con ella. En su mente, se preguntaba “¿Por qué tenía que casarme con la hermana de mi ex? ¿Acaso no era más sencillo que abolieran esa ley sobre el divorcio y me dejaran en paz con Catherine?
Al abrir la puerta trasera, Liliana se consiguió con al menos 30 periodistas con los respectivos fotógrafos para cada una, tomándole fotos a ella con su vestido maldito. La mujer ahogó un grito, cerrando la puerta de golpe. Las preguntas de los reporteros se escuchaban por detrás, poniendo a Liliana más nerviosa de lo que estaba. Empezó a sentir como su corazón latía con rapidez, impidiéndole respirar profundo, trato de recostarse de la pared para calmarse, pero nada podía quitarle de la cabeza el sentimiento de horror, vergüenza y miedo. Ya no podía echar el tiempo atrás, lo hecho ya estaba.
— ¡Liliana! ¿Qué haces aquí todavía? — dijo Frederick, viendo a la joven empalidecer por el ataque de pánico que estaba teniendo.
La princesa no pronunció palabra, sólo señaló con su mano temblorosa a la pequeña ventana de aquella salida. Frederick se acercó y sin levantar la cortina blanca, pudo ver la cantidad de reporteros que estaban afuera.
— Excelente, lo que nos faltaba ¿Te tomaron fotos?
Liliana aun sin poder calmarse, negó con la cabeza, mintiendo sobre lo ocurrido. El miedo por arruinar la reputación de toda una monarquía en Inglaterra le causaba pesadillas por las noches, el arruinar a la familia y ser vista como escandalo le conduciría rápidamente a su muerte.
— Bien, escúchame trata de calmarte, buscaré a los guardias que harán lo posible para sacarte y meterte en ese auto, no quiero ninguna mención sobre esto ¿Entendido?
El duque no tardó en traer a los guardias, que se encargaron de organizarse para salir y que la prensa no se llevara más fotos del suceso de la catedral. Los guardias escoltaron a la Princesa de Wessley al auto, caminando a paso rápido para evitar las tomas de la prensa y sus preguntas. apenas Liliana entró al auto, el chofer piso el acelerador, conduciendo a la más alta velocidad para llegar a la residencia.
Liliana empezó a sentir nauseas, la cabeza le giraba, ver su hermoso vestido y la cola ensangrentada le producía una sensación de estar en una película de terror. De pronto, comenzó a oír voces nuevamente, que sólo la desconcertaban más, no sabía de quienes eran y no quería saber de ellas, deseaba a sus adentros que todo fuese una farsa o una ilusión.
— ¿Podría… por favor bajar un poco la velocidad? Estoy empezando a marearme.
El conductor no había oído la queja de la novia, seguía avanzando a toda velocidad al ver por los retrovisores que varios carros tenían paparazzis dentro, buscando fotografiar a Liliana.
El tiempo se hizo eterno para llegar a la mansión por el tráfico que se armaba de la nada, como si el universo estuviera jugando en contra de la seguridad de la realeza, dejando que muchos fotógrafos salieran de los carros a brincos corriendo a tomar fotos desde fuera del carro, aun teniendo vidrios oscuros.
— Le sugiero que se sujete, Su Alteza, tomaré un atajo para llegar más rápido y agache la cabeza.
Liliana seguía escuchando voces inentendibles, diciendo entre críticas, reproches y sollozos de personas, el girón del volate hizo que se tambaleara a un lado en el asiento de atrás cayéndole parte de la falda ensangrentada encima y dejando caer la reliquia familiar de su cabeza al suelo. Entre el bamboleo y el ruido de su cabeza, sintió la mano de alguien a su lado, un hombre de facciones del Medio Oriente y ojos azules como una laguna de agua dulce, le intentaba decir algo que no pudo escuchar, no le conocía en absoluto, pero le confortó tenerlo así fuera un desconocido que terminó siendo mas amable y cariñoso con ella en el camino a la residencia que su propio esposo, del cual tenía ganas de divorciarse apenas volviera a la iglesia, decidida a llevar su vida ella misma y no por los demás o las mil normas a seguir para ser bien vista como una “princesa”.
— Tus hijos deben de extrañarte mucho, Liliana… — dijo el hombre al lado suyo sonriéndole.
— Yo… sé que están bien, pero ansío verlos apenas llegue a casa — respondió sin saber ya lo que decía o hacía, con la mirada entre cerrada y sin poder distinguir bien el entorno. Se sentía con menos peso, en extrema ligereza y sin estar cargando un armazón debajo del vestido que llevaba que se había transformado en un vestido sencillo aguamarina. Las voces seguían molestándole, dejándola aturdida y con un dolor de cabeza que le hizo ver escenas de su vida como un rollo de película retrocediendo a toda velocidad, viendo momentos donde aparecía con personas que no sabía quiénes eran, pero se sentía a gusto, escenas de fiestas, bailes y cenas con personas famosas de la época, viajes a desiertos, praderas monumentos, hospitales con niños que le sonreían y le abrazaban… En todos acompañada por un grupo de prensa que no la dejaba en paz o a solas. Partes de la secuencia de visiones de Liliana, contenían momentos de felicidad con unos dos jovencitos que le abrazaban y le querían como si los hubiera concebido ella misma. Lo último que vio del rollo de recuerdos fue a sí misma desde una perspectiva externa, parada en el balcón del palacio besando a Christian mientras la escena se veía interrumpida por destellos de luz, sonidos de disparos de cámaras analógicas y gritos de personas que debían ser de la prensa, enloqueciéndola por fuera, haciéndola gritar desde el asiento del carro, que dio vuelta en una fuente bien adornada para tomar el desvío.
Lagrimas empezaron a salir del rostro de Liliana al escuchar las voces y ver los destellos de luz.
—¡Basta! ¡Paren! — se decía a sí misma en tal momento de alucinación.
El murmullo paso a ser un ruido insoportable, mezclado con las visiones, haciéndola sacudir su cabeza de dolor.
— Liliana… Lady Liliana…
— Lili… despierta…
— Despierta…
— ¡LILIANA DESPIERTA!
Al oír el grito de una mujer, logró abrir los ojos, viendo que el conductor perdió las riendas del volante y se estrelló contra el muro del túnel al que estaban entrando, dejándola cegada por una luz blanca al sentir como quedaba aplastada por el accidente.
Abrió los ojos de un solo tiro y se quedó inmóvil por unos segundos en la cama. No sabía que fue lo que vio o lo que pasó, pero le asustó tanto, que tuvo que mirar a los lados para asegurarse de que había sido un sueño y no algo tan real como lo había sentido
— ¡Su alteza, Despierte! — dijo una mujer que estaba parada frente a ella, vestida con traje de sirvienta y cierta preocupación en su rostro.
Liliana se quitó el gordo edredón y miró a la joven con miedo, seguía sin creer que estaba viva.
— Buenos días, Su Alteza ¿durmió bien?
— Si… Todo… Bien… ¡Cielos! — Respondió bajando la guardia al ver que estaba en su gran cuarto, con los pájaros cantando por el amanecer desde el árbol que se veía por las amplias ventanas de la residencia Real. Se quedó sentada en la cama y analizó lo que había visto en su sueño… o mejor dicho pesadilla.
— Hoy es el día, Lady Liliana — canturreó la mucama alegre, posándole en la cama una bandeja con un desayuno sencillo y ligero, pan integral acompañado de mermelada o mantequilla, un bol de frutas variadas y el habitual té matutino.
— ¿Qué día?
— ¡El de su boda, por supuesto!
— Ah, Ya veo…
— ¿No le parece maravilloso? Debe ser un cuento de hadas hecho realidad…
— Si… Un cuento de hadas por completo — dijo la princesa tomando su taza de té sin dejar de mirar fijo el edredón blanco con ornamentos florales bordados.
Esa fue la razón de su pesadilla. Sólo fue un reflejo del miedo que tenía al estar casándose con 20 años con un príncipe que heredaría el trono más pronto que tarde, que le conllevaría a cargar con el peso de ser “reina consorte”, si es que llegaba a ello y no vivía la pesadilla hecha realidad.
— ¿Se siente bien? Le veo perturbada…
— Si, estoy bien, sólo… me quedé pensando en algo que soñé.
— Bueno, pues los sueños son sueños, seguro no es algo de que preocuparse —decía la sirvienta mientras pasaba un plumero por los jarrones de la peinadora frente a la cama con un enorme espejo que reflejaba hacia la cama
La joven princesa se observó en el espejo de su peinadora desde la cama, estaba pálida del susto todavía, no había probado bocado de su desayuno, salvo tomar el té que le aliviaba el pesar de tener grabado en su cabeza tal acontecimiento. Vio como entraron a la gran habitación, dos mucamas más, con el vestido de mangas abombadas color marfil en un maniquí rodante, con todos sus detalles bordados en la orladura de la falda, la larga cola y las lentejuelas cosidas alrededor del vestido. Por último, dejaron una caja de terciopelo en la peinadora y se retiraron a esperar que terminara de comer.
— Marie, Pásame esa caja de terciopelo, por favor.
— Con gusto, Su Alteza.
Abrió la pesada caja cuadrada de terciopelo azul, contemplando la tiara de la familia, que había pasado de generación en generación hasta llegar a ella, para usarla como recordatorio del amor de su familia en el día de su boda. Sonrió al ver los diamantes brillando a contra luz formando destellos en su rostro, dejando a un lado el mal sabor de la pesadilla y enfocándose en el presente, que le devolvió la emoción de ver su vestido y saber que era un día único e irrepetible, el cual soñaba desde niña. Cerró la caja y se dispuso a comer para alistarse con ayuda de las mucamas que la habrían de maquillar, y ayudar a ponerle vestido sin que se descosiera algo.
Antes de salir de su habitación, volvió a mirarse en el espejo, recordando cierta parte del sueño donde le preguntaban por qué se casaba, a la cual había respondido entre lágrimas. Su principal motivo era ser feliz, siendo algo que le había enseñado su abuela, pero algo que le agregó a sus motivos para casarse era poder hacer del mundo uno donde las personas tuvieran una mejor calidad de vida, en conjunto de su esposo, quien compartía la misma visión y entusiasmo por ayudar a las personas.
—Bueno, Será divertido… Serás Princesa, Liliana, el sueño de toda chica ¿No? No hay nada de malo en ello… — se dijo a sí misma mientras se sonreía al espejo antes de seguir hacia la puerta de la habitación y cerrarla, dejando el cuarto vacío, sin saber que su sueño sería un presagio anunciado por el mundo inconsciente sobre su porvenir de tragedias, cólera y sufrimiento constante, resultando en su misterioso accidente que conmovió a la población de todo el mundo.
© Todos Los Derechos Reservados, Mariana V. Verna, V-30.136.631, 7 de septiembre 2021, Según Art 7 de la Ley Sobre el Derecho de Autor Venezolana.