Por Francisco Zambrano Gómez
Cuando el muerto vio que su sombra salió corriendo supo que no saldría con vida de ese trance.
Seis horas después llegaría al sitio del suceso el comisario Pacheco. Alto, flaco, serio, arrogante, inteligente, con más de treinta años en la actividad policial, estaba acostumbrado a que le interrumpieran su desayuno con la orden de acudir a levantar un cadáver. En esta ocasión se trataba de un homicidio en un barrio de las afueras de la ciudad; un caserío de ranchos pobres conectados con calles de tierra y una especie de glorieta injustificada con un poste de luz en su centro. Al lado del inexplicable poste de luz observó rastros de sangre aún húmeda. Su larga experiencia policial en el área de homicidios le permitió inferir que por la forma en que estallaron las gotas de sangre en el piso las mismas provenían de una herida por encima de la cintura que seguramente había resultado fatal. A escondidas de los curiosos se llevó a la boca una pequeña muestra del desecho hematológico y conjeturó: “sangre tipo O RH +; por los niveles de colesterol se puede adivinar que lo ultimó que comió la víctima fue una hamburguesa con abundante mayonesa barata y refresco de cola. No hay más elementos de interés criminalístico”. Seguidamente procedió a interrogar a los vecinos del sector y uno de ellos le dijo:
– Al muerto se lo llevaron muerto en la maletera de un carro viejo hacia arriba; la sombra salió corriendo calle abajo.
– ¿Y quién es la sombra? Preguntó el comisario con la seriedad que lo caracteriza.
– ¡No va saber usted lo que es una sombra¡ La sombra del muerto salió corriendo calle abajo justo antes de que mataran al muerto.
Todo este cuento de la sombra cobarde del muerto si resultaba una novedad para él. Por lo visto el caso comenzaba a encangrejarse. Habría que averiguar un asesinato y la huida de una sombra.
De regreso a la comisaria se detuvo en el primer puesto de venta de empanadas que encontró y se dispuso a desayunar. En la mesa de al lado escuchó que dos sujetos conversaban sobre el homicidio de la noche anterior y que uno le decía al otro: “Ese muerto tenia rato parado ahí, nadie sabía quién era, pero todos lo tomaron por loco porque estaba conversando solo, o con su sombra, anda tú a saber. Joseito vio cuando al rato de estar parado ahí, arrecostado al poste de luz, llegó un malibu amarillo pollito y se bajaron dos tipos malaconducta, intercambiaron unas palabras y sacaron par de hierros, la sombra al ver las pistolas salió corriendo pa´ los matorrales de abajo. Al muerto le pegaron dos balazos y lo metieron en la maletera del malibu”. El comisario Pacheco se incorporó a la tertulia, brindó unas empanadas y les pidió una descripción lo más pormenorizada del muerto. El que lo había visto parado en el poste lo figuró así: “Era un tipo de mediana estatura, flaco, de piel morena, con una gorra en la cabeza y una franela Nike que le quedaba grandísima. No le sabría decir la edad ni otra característica. A la sombra si se le notaba que estaba triste”.
– ¿Y cómo sabe usted que la sombra estaba triste?
– ¿Usted está recién graduado de detective o qué, que no sabe cómo es la sombra triste de un muerto? Le respondió irónicamente el interpelado
– ¿Y la sombra como era? Terminó de preguntar el investigador.
– ¡No va saber cómo es una sombra! Igualita al muerto.
El comisario Pacheco guardó los datos aportados y se fue después de pagar la cuenta. Al llegar a su despacho se aventuró a elaborar un retrato hablado de la sombra. Su vasta experiencia en criminalística le permitió suponer: “Se trata de una sombra de unos treinta años de edad, de color oscuro, de aproximadamente un metro setenta y ocho centímetro de estatura. De color marrón, delgada y músculos definidos. Cabello crespo y mirada triste y penetrante. Seguramente con un tatuaje de dos corazones cruzados por una flecha en su nalga derecha”. Con el retrato hablado del muerto y el identikit de la sombra se lanzó a indagar en los bares de costumbre, convencido de que capturando la sombra llegaría directo al cuerpo. En el tercer lenocinio visitado encontró una información muy relevante. Al enseñar el retrato hablado del muerto y de su sombra varios borrachos coincidieron en que al muerto nunca lo habían visto por ahí, pero a la sombra sí; el barman y dos de los clientes afirmaron haber visto una sombra muy sospechosa que había ido a ese bar dos noches atrás, y que les llamó la atención porque pedía dos cervezas bien frías, una para él y otra para su cuerpo. Pero el detalle más desconcertante se lo dio el barman: “El tatuaje de los dos corazones lo tiene es en la nalga izquierda”. Sólo un observador muy sagaz hubiera podido captar las expresiones contradictorias en el rostro del comisario: Por un lado la felicidad de haber acertado respecto al tatuaje; por otro lado la soberbia de haber sido corregido.
Las investigaciones estuvieron estancadas varios días. Los detectives de la comisaria no se ponían de acuerdo respecto al matiz del amarillo pollito del vehículo en que se llevaron al muerto. Algunos decían que el amarillo pollito es un amarillo chillón, pero otros sostenían que nunca habían visto un pollito de amarillo chillón, la mayoría eran de un amarillo pastel. Pacheco prefirió omitir la ruta de investigación por el vehículo implicado y seguir insistiendo en el retrato imaginado de la sombra. Todos los días le cambiaba o agregaba algún detalle que le pudieran aportar nuevas pistas. De esa manera incluyó el peso de la sombra, que estimó en unos setenta kilos y que la estatura fuera de un metro setenta y tres centímetros en lugar del metro setenta y ocho original. Las pistas seguían sin novedad.
Ocho días después del homicidio y fuga de la sombra unos campesinos encontraron un cadáver en el lecho de una quebrada. Las características fisonómicas coincidían con el retrato hablado de la investigación del comisario Pacheco. Al llegar a la morgue Pacheco se entrevistó con el médico forense y recibió toda la información pertinente. Ahora sabía que el muerto se llamaba Yugerfrendy Caripa, alias Nalga e´bebe, que tenía veintinueve años de edad, un metro setenta y cinco de estatura y amplio prontuario policial por venta de chimo mezclado con estupefacientes. Aprovechó la oportunidad para preguntarle al médico si la víctima tenía algún tatuaje en las nalgas, pero la respuesta fue que eso no se podía determinar con precisión porque las nalgas habían sido devoradas por las aves de rapiña.
– “Lo que sí le puedo confirmar es que tiene una cicatriz como de veinte centímetros en su muslo izquierdo que parece un ciempiés gigante. Supongo que producto de una sutura mal realizada en su infancia”. Terminó por explicar el profesional.
– Una última pregunta doctor, ¿el muerto tenia mirada triste? Se apuró a indagar el comisario. El medico estuvo a punto de responderle que la inmensa mayoría de cadáveres que ha observado tienen esa mirada triste de quien abandona este mundo sin querer. Pero por compasión, más que por ciencia, le dio una palmada en el hombro diciéndole: “Si comisario, tenía mirada triste”.
Con el nuevo elemento de la cicatriz en el muslo, Pacheco siguió las pesquisas de la sombra, convencido de que si no estaba implicada en el asesinato de Yugerfrendy Caripa al menos sabría quiénes fueron sus asesinos. Esa misma noche, después del primer trago de ron especuló: “Si la sombra está implicada debe regresar a la escena del crimen”, como reza el epitome de guías para el ejercicio profesional de la investigación criminal que celosamente guarda en su escritorio. A las once de la noche se dirigió al poste de luz donde fue asesinado Yugerfrendi Caripa.
La calle estaba sola. La luz del poste era tenue y a ratos intermitente, pero desde la distancia se podía observar que había una sombra sin cuerpo arrecostada al poste. Al llegar al sitio el comisario Pacheco se identificó y se dispuso a interrogar a la sombra solitaria. Esta, hecha un mar de lágrimas, contó todo lo que el comisario quería saber, incluyendo el nombre de los asesinos y la razón de su huida. El asesinato fue en venganza por un chimo piche vendido por Yugerfrendy y la huida porque como mi cuerpo no quizo salir corriendo yo sí corrí; usted sabe que es mejor que digan “aquí huyó un cobarde” a que digan “aquí cayó un valiente”. El policía se sintió satisfecho con la información suministrada y se despidió para irse. Unos pasos más adelante se detuvo, recapacitó sobre algo y se regresó: “Por cierto, enséñame tus nalgas” ordenó el comisario a una sorprendida sombra. Esta, suponiendo una inminente violación, se preparó para lo peor, y procedió a bajarse lentamente los pantalones. Al mostrar sus nalgas, más inmaculadas que las de un bebé, despertó la ira del comisario. El veterano detective no pudo soportar la afrenta de haberse equivocado respecto al tatuaje de los corazones en la nalga. Cegado por la ira este sacó su arma de reglamento y propinó cinco certeros disparos que segaron por segunda vez la vida de la sombra. Dos tatuajes, pero de pólvora, quedaron plasmados, ahora sí, en la nalga derecha de la malograda sombra. El comisario fue a su viejo vehículo color amarillo, sacó una bolsa negra plástica y procedió a meter en la misma la sombra que permanecía tendida en el piso con varios agujeros de luminosidad en su oscuridad. Pacheco recogió minuciosamente la sombra para impedir que quedaran algunos rastros de oscuridad en el piso. Los cinco puntos negros dispersos por la zona fueron debidamente depositados en la bolsa negra y esta última guardada en la maletera del vehículo.
Temprano en la mañana el comisario Pacheco presentó su informe sobre los sospechosos del asesinato de Yugerfrendy Caripa. Con un grueso marcador negro dibujó en el pizarrón los detalles curiosos de su pesquisa. Su método de investigación basado en la sombra del muerto fue ampliamente aplaudido y admirado. El ascenso en la institución policial estaba garantizado.
A la salida del trabajo el comisario Pacheco se dirigió solo al cementerio. El guardián del camposanto lo vio entrar con una bolsa plástica negra y pensó que iba a limpiar algún mausoleo. En la parte más lejana del cementerio encontró la tumba recién trabajada de Yugerfrendy Caripa, escarbó un poco la tierra floja y depositó la bolsa negra de plástico. Seguidamente cubrió totalmente el negro recipiente y escribió con un marcador grueso, tomado de la comisaria, al lado de donde decía Yugerfrendy Caripá, tres puntos suspensivos y luego “Y su sombra”.
Publicado en su Blog LA SOMBRA DEL MUERTO
Foto cortesía del autor