Por Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gmail.com
Dice Benedict Andersen en su penetrante obra Comunidades imaginadas (1983), que el dominio de una lengua sagrada como el latín, fue lo que permitió a este súbito del Reino de Inglaterra coronarse como Papa de la Iglesia de Roma con el nombre de Adriano IV, entre los años 1154 y 1159, tiempos de la llamada Baja Edad Media, muy lejos aún del profundo cisma que sufre la Iglesia Católica con las corrosivas ideas del fraile dominico alemán Martín Lutero en el siglo XVI, que dividió profundamente y de manera casi definitiva la cristiandad.
El latín, lengua del Lacio, era por aquel entonces y cuando Nicholas Breakspear vivía, una lengua universal, una lingua franca. Hogaño ya no lo es, pues lo ha sustituido con creces la lengua de la ciencia moderna y de las armas de destrucción masiva, la omnipresente y altanera lengua inglesa anglosajona. El Latín es actualmente, junto al Griego, una lengua muerta que ya no se enseña en los liceos e institutos de educación media.
Le toca vivir a Nicholas Breakspear en tiempos de inmenso fervor proselitista y cuando se inician las Cruzadas que intentan rescatar los Santos Lugares del dominio de los infieles del islam. Fueron casi dos centurias de guerras entre el islam y la cristiandad europea. Todo cristiano que participara en ellas se le perdonaban sus pecados por medio de indulgencias. El cristianismo era entonces una religión a la defensiva.
El Papa cisterciense Eugenio III (1080-1153) le toma predilección al joven Adriano y le envía en delicada misión a Cataluña a combatir a los moros de El Andalús, una suerte de Cruzada. En otra importante misión reorganiza la Iglesia de Noruega y Suecia en medio de pavorosa guerra civil. Cuando regresa a Roma, un halo de santidad lo aureolaba y lo llamaron los cronistas “Apóstol del Norte.”. Tenía además fuerte e inflexible carácter.
Después de la muerte del Papa Anastasio IV en 1154, Nicolás fue la elección unánime para nuevo Papa. Tomó el cargo el 3 de diciembre y rápidamente anunció planes para perseguir a un grupo antipapal en Roma dirigido por Arnoldo de Brescia (1090-1155), quien proponía que la Iglesia debía retornar a la pobreza y la austeridad de los cristianos primitivos y desechar el lujo y la pompa que siglos después atacaría Lutero tras su visita a Roma. Cuando los problemas entre ese grupo y la Iglesia llevaron a la muerte de un cardenal, Adriano IV ordenó el cierre de todas las Iglesias de la ciudad. Esa fue solo una de las controversias que enfrentó como Papa.
El 18 de junio de 1155, Adriano IV coronó a Barbarroja emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en la basílica de San Pedro. Este emperador dio nombre en el siglo XX a la invasión de la Alemania nazi de la Unión Soviética con el nombre de Operación Barbarroja y que se inicia el fatídico 21 de junio de 1941. El nombre de Barbarroja a tal operación se la debemos a Adolfo Hitler.
Cuando Adriano IV coronó a Barbarroja, acto seguido el pueblo llano de Roma salió a las calles en armas enfurecido queriendo apresar al Papa, pero las tropas imperiales y papales devolvieron la calma a la ciudad. Adriano IV se decidió a firmar el tratado de Benevento en 1156 con los normandos, quienes de tal manera se convirtieron en los protectores papales. Las relaciones entre Adriano y barbarroja se agriaron desde entonces.
Autorizó el Papa Adriano IV con la Bula Laudabilitier al rey Enrique I a conquistar la muy católica Irlanda, pues en aquella época los gobernantes recibían la soberanía del Papa, así como el Papa Nicolás V autoriza, tiempo después, en 1452 al rey Alfonso de Portugal a esclavizar a los no cristianos negros africanos: nace de esta cruenta manera la esclavitud moderna.
Durante su estancia en Benevento, pues abandona a Roma, Adriano recibió la visita de Juan de Salisbury quien supuestamente le solicitó la concesión de Irlanda como dominio del rey Enrique II de Inglaterra. La solicitud, en la práctica un permiso de invasión, fue concedida mediante la Bula Laudabiliter, basándose en la Donación de Constantino, un documento falaz y apócrifo que el humanista Lorenzo de Valla demostró en 1440 que era una falsificación.
La muerte de Adriano IV ha sido objeto de curiosas interpretaciones, una de ellas dice que murió atragantado por una mosca que se posó sobre su copa de vino; otra sostiene que encontró la muerte en septiembre de 1159 por una fuerte angina de pecho que afectó sus amígdalas. No nos extrañe esta curiosa muerte propiciada por un insecto volador a un príncipe de la Iglesia, pues Lucio II, Papa de Roma, falleció en el año 1145 a causa de una “piedra pesada” que le arrojaron durante un tumulto en el Capitolio de la “Ciudad Eterna.”
Después de la muerte de Adriano en Anagni, hubo incertidumbre sobre quién lo sucedería, y los cardenales pro y antiimperialistas votaron por diferentes candidatos. Aunque el Papa Alejandro III asumió oficialmente el poder, la posterior elección de un antipapa condujo a un cisma de 22 años.
Los eruditos han debatido ampliamente el pontificado de Adriano IV. Se ha identificado gran parte de una naturaleza positiva, por ejemplo, su programa de construcción y la reorganización de las finanzas papales y la Orden de Cluny, particularmente en el contexto de un reinado tan corto de apenas cinco años. También se enfrentó a poderosas fuerzas fuera de su control que, aunque nunca las superó, manejó con eficacia. Todo bien hasta que aquella tarde del 11 de septiembre de 1159 un moscardón atascado en su laringe le quita la existencia asfixiándolo.
Carora, Estado Lara, República Bolivariana de Venezuela.
Viernes 26 de enero de 2024.