Pueblo chiquito, infierno grande. Así reza la sentencia popular que se aplica a los poblados cuya dimensión es de poca monta. San Juan Evangelista, es el nombre del pueblo donde se desarrolla esta historia. Sin embargo, en el diario hablar de sus habitantes, su nombre es sencillamente, San Juan.
Su ubicación es entre montañas. Está perdido entre las serranías de la cordillera, pero se asienta en un pequeño valle blindado por dos montes gigantescos. Su orientación, por ser la misma que tienen las brisas templadas que vienen de los calurosos llanos, dispone de agradable temperatura y buena ventilación, es decir, el frío propio de las alturas es mitigado por el calor de las tórridas y lejanas sabanas.
No por ser pequeño deja de tener su iglesia, plaza, calles y casa de gobierno. A lo largo del poblado corren con alguna inclinación, sus dos únicas calles principales y transversalmente a ellas, otras tres con las que se completa el entramado urbano que le dan su personalidad.
Las calles son limpias, característica que los pobladores presentan con orgullo. Las fachadas de las casas son casi todas blancas, pero algunas pinceladas de otros colores, por contraste, ofrecen una imagen agradable. Los techos, por unanimidad, son de tejas, con lo que se completa la decoración pueblerina. Así pues, la pulcritud de aquel conglomerado es característica emblemática de San Juan.
Tiene jefe civil, cura, médico y boticario, con lo cual pareciera no envidiar nada a ciudades de más jerarquía. La iglesia es pequeña, pero suficiente para el tamaño de la feligresía. Igualmente la plaza, es de reducida dimensión, pero sirve para la reunión de sus habitantes durante los días festivos, como por ejemplo, el día de la fiesta patronal, que es el veintisiete de diciembre de cada año. El dispensario donde el médico realiza su actividad, es también un local estrecho, como lo son los otros espacios de uso de la comunidad.
Bueno, el pueblo tenía dos cosas grandes, el nombre y el infierno. Al acortar el nombre y decir sólo San Juan, quedó únicamente el infierno.
Como se sabe, el jefe civil es nombrado por las autoridades superiores y como siempre, según el capricho del gobernante de turno, puede ser removido en cualquier momento.
No se sabe por cual razón, quien venía desempeñando el cargo desde hacía algún tiempo, fue sustituido sin habérselo comunicado previamente. Se enteró del cambio, porque el sustituto enseñó el nombramiento de la nueva autoridad y también la carta de destitución de quien hasta ese momento, lo había ejercido.
Con la angustia de haber quedado sin los ingresos necesarios para la manutención de su familia, anduvo calle arriba y calle abajo en busca de otro puesto de trabajo. El resultado de tal iniciativa resultó negativo, tal como era de preverse, pues el tamaño de aquella población no ofrecía mayores oportunidades. Por ello decidió viajar a otra ciudad, para continuar su tarea buscadora de nuevos horizontes. Dejó solas a su esposa, mujer joven y atractiva, con sus dos niñas. Ese abandono, según prometió a su mujer, sería transitorio, mientras lograba restablecerse en otra ciudad.
Durante la ausencia de quien fuera la primera autoridad de aquel pueblo, su esposa, con las niñas, paseaban por las tardes en la plaza, donde las pequeñas podían correr, mientras su madre descansaba en uno de sus bancos. Así transcurrieron los días y semanas en que la normalidad era lo cotidiano.
Pasado algún tiempo, después de esa apacible etapa, cesaron esos paseos vespertinos. Por otra parte, se hizo público y notorio, que el médico del pueblo, hombre joven, probablemente recién egresado de las aulas universitarias, era diario visitante de la casa de la hermosa mujer. No faltaron los comentarios hechos por personas que observaban tal situación y que se tejían en el pueblo.
Aquel hombre de las diarias visitas, además de su mocedad y su apuesta figura, era poseedor de una gran bondad, sensibilidad humana y desbordante sentido de la solidaridad. Manifestaba claramente el amor a su profesión. Era portador de la magia que tienen los médicos de transmitir a sus pacientes, tranquilidad y confianza, ambos anhelados por cualquier atribulado consultante. No se sabe si esa facultad misteriosa, es enseñada o estimulada durante los estudios universitarios, o es una condición personal del estudiante. En todo caso, venga de donde viniere, es una condición indispensable que debe estar presente en cualquier médico.
Un día, Pedro apodado “El Mensajero,” comentaba con su amigo José Anton, lo de aquellas visitas misteriosas. En el diálogo decía:
— José, ¿Te has fijado en lo del médico y la esposa del ex-jefe civil?
A esa pregunta de Pedro, José respondió demostrando también cierta curiosidad y un no disimulado interés en averiguar algo más.
— Claro Pedro, el médico visita esa casa diariamente. ¿Qué piensas tú? La respuesta de Pedro fue inmediata.
— Bueno, yo aplico lo que dice aquella vieja sentencia, “Piensa Mal y Acertarás”. Tengo mucha curiosidad en saber qué está pasando.
En ambos existía un cierto deseo morboso en conocer lo que durante aquellas visitas ocurría. Comenzaron a planificar la manera de averiguarlo, para lo cual aprovecharon la vecindad de la casa donde vivía Pedro, con la de la señora. Entre ambos idearon recostar una escalera a la pared medianera para subir a ella y ver el espectáculo que esperaban, o sea el que se derivaba del “Pensar Mal”.
Llegó el día en que todas las condiciones estaban dadas. Pedro como habitante de la casa donde se llevaba a cabo la acción, fue elegido para ser el primero en subir, lo cual fue realizando silenciosamente y con mucho cuidado. José desde el pie de la escalera, la sostenía mientras Pedro realizaba el ascenso. Se comunicaban entre sí con voces apagadas para evitar ser descubiertos. Muy despacio, Pedro fue asomando la cabeza por sobre la pared, evitando ser visto. Ya en posición de ver aquella escena y al recibir el impacto de lo visto, su rostro, palideció y sólo alcanzó a pronunciar esta frase:
— La tiene entre sus brazos.
José, impaciente, colocado al pie de la escalera, mostraba una gran inquietud y desespero por participar también de aquel espectáculo.
Efectivamente el médico la tenía entre sus brazos, pero era a una de las niñas que estaba gravemente enferma, a quien el galeno visitaba diariamente para prestarle su auxilio.
De esta manera aquel joven profesional de la medicina exhibía su alta sensibilidad humana y quedó también demostrado que no siempre es cierto aquel viejo aforismo: “Piensa Mal y Acertarás”
TOMÁS GONZÁLEZ PATIÑO
Marzo 15 de 2022