Mucho se ha dicho de la carrera profesional y logros de Carlos Rafael Silva, pero poco se ha hablado de su parte humana, de sus sentimientos, y es que la gente lo conoció siempre con una actitud y cara aparentemente impenetrable, a tal punto que en una época lo llamaban Care Piedra en el Banco Central de Venezuela.
Hoy, con motivo de cumplirse 98 años de su nacimiento, vamos a tratar de reseñar otros aspectos de su vida.
El nació en el Estado Lara, en una Venezuela agrícola, y la foto anexa, revela sus primeros años de vida en áreas pueblerinas.
Mas tarde se vinieron a Caracas y mi madre me contaba que desde pequeño quiso ser un jugador de pelota como se dice en Venezuela y se pasaba la mayor parte del tiempo en los terrenos de Sabana Grande en Caracas practicando ese deporte con sus amigos, pero un día decidió que él tenía que cambiar y ser más formal en sus estudios y en ese momento se dedicó a estudiar y a avanzar en lo que luego sería su carrera de economista.
Una faceta poco conocida de él es que formó parte de la Coral Universitaria mientras estudiaba en la Universidad Central de Venezuela. Allí conoció a quien sería su esposa Berta Pardo, quien había sido Reina de Belleza.
Al graduarse se fue a estudiar a Berkley, California y una de las historias interesantes de su vida es que mientras estudiaba inglés, él decidió que tenía que aprender vocabulario y se dedicó a aprender palabras todas las noches de un diccionario de inglés.
Mi familia me contó que cuando yo nací el manifestó su deseo de educarme y debo confesar que yo no conocí otro padre que él. Efectivamente, durante toda la vida entre él y yo hubo una relación muy cercana, quizás más cercana que la de muchos padres e hijos. De esa relación salió el sobre nombre “Papa Nine”, por el cual se le conocía familiarmente.
Yo pasaba la mayor parte del tiempo con él desde pequeño. Viajé mucho con él y Tía Berta, fuimos a Nueva York, incluso en barco. Fuimos a Puerto Rico donde un americano en el hotel le preguntó si en Venezuela había gente rubia como yo. Fuimos a Miami, varias veces, y en uno de ellos salimos a pasear en un autobús y como era la costumbre en Venezuela, me fui a sentar en el último puesto, y me hicieron parar porque esos puestos estaban reservados para los afroamericanos. Ahí conocí por primera vez lo que era la discriminación.
El vivía en San Bernardino y durante los días de semana me mandaba buscar para que durmiera en su casa en la hamaca de su escritorio. Nos levantábamos temprano, nos tomábamos un Toddy frio y un pan dulce y me mandaba al colegio. Siempre me daba cinco Bolívares para gastos en el colegio.
Los fines de semana me iba desde el viernes a su casa y era ineludible que los sábados fuéramos a Puerto Azul y Camurí a la casa de uno de sus más cercanos amigos; el domingo nos íbamos a su casa en Corralito, camino a Los Teques. Otras veces pasábamos el fin de semana en su casa en Corralito. A esa casa íbamos muchos primos y era muy común que nos correteara a veces amenazándonos con un rifle calibre 22, y luego nos pedía que lo ayudaremos a recoger maleza en el amplio terreno que tenía esa casa ofreciéndonos una compensación monetaria por cada mata que sacáramos de raíz. Los domingos en la noche cenábamos en la cafetería del Centro Medico un sándwich de queso amarillo derretido y un Toddy frio.
Siempre nos decía que había que ejercitar la mente y mientras manejaba nos pedía que multiplicáramos los números de los carros, hasta de 3 decimales mentalmente. Era un excelente multiplicador. Pero la mayor tortura es que prendía el radio del carro y cambiaba de estación cada segundo hasta que lo volvía a apagar. Pero así como era bueno multiplicando, era terrible manejando.
Le encantaba reunir a la familia y amigos, creó la costumbre de celebrar la navidad los días 25 en la tarde y los 31 de diciembre en la noche en su casa. Eran reuniones a la cual acudía la mayor parte de la familia y muchos amigos íntimos. Años más tarde, ya viviendo en su última morada, comenzó a invitar a la familia y amigos ìntimos a merendar en su casa los dominos en la tarde, posteriormente invitaba a ciertos amigos los jueves en horas muy tempranas a conversar sobre temas del día, siempre había un invitado especial y luego les ofrecía un desayuno criollo.
Un detalle curioso de él era que no le gustaba ver televisión, sin embargo, le encantaba un juego de pelotas, y sobre todo el boxeo. Para él, palabras textuales, “el boxeo le hacía olvidar los problemas del día a día”
Dado que él pasó la mayor parte de su vida trabajando para el Banco Central. Es difícil no contar historias de él que no estén relacionadas con esa institución.
En ella pudo ayudar a mucha gente, uno de ellos fue a Alcides Villalba, quien falleciera recientemente. Alcides me contó que él fue guerrillero y lo andaban buscando para apresarlo y se fue del país con una beca que le consiguió Carlos R Silva para culminar sus estudios de economía, de lo cual le estuvo eternamente agradecido. Alcides fue muy cercano a él y ese afecto lo plasmó en una carta dirigida a un amigo la cual les copio.
Papa Nine era una persona bondadosa con familiares y amigos, pero además con extraños, muchas fueron las veces que estábamos viajando en carro y se detenía al ver una persona de escasos recursos y le daba dinero. Lo mismo hizo con muchos de sus sobrinos, algunas veces dándole dinero para sus meriendas, como muchas otras veces dándole trabajo.
Pero trabajar con él no era fácil, ni siquiera por el hecho de ser familia, siempre recuerdo un día que ya siendo abogado me pidió una opinión legal y yo le contesté de inmediato, y me dijo “el exconsultor jurídico del Banco Central cuando le consultaba un tema siempre me decía que lo dejara pensarlo y me daba la respuesta”. La siguiente oportunidad que me solicitó una opinión yo le contesté que me dejara pensarlo y él me dijo “un abogado que se aprecia siempre debe tener la respuesta a flor de labios.”
Cosas así sucedían frecuentemente, pero una vez, hablando con un excelente profesional con quien trabajé, quien además era muy profundo en sus apreciaciones, me dijo algo que me hizo reflexionar: “mi relación con el doctor Silva fue muy difícil cuando comencé a trabajar con él por su carácter, hasta el día que me di cuenta de que él a las personas que apreciaba les decía las cosas, a los que no simplemente los ignoraba.”
Papa Nine fue un hombre rígido en sus hábitos, al igual que el abuelo Ito, pero de muy buen corazón. Fue muy buen hijo, siempre estuvo preocupado de sus padres y les daba toda la ayuda posible, e igual buen hermano, especialmente para las más necesitadas. Ayudó a todas en una forma u otra hizo y les hizo sentir el afecto del hermano que no siendo el mayor si era el que se hizo ganar el respeto familiar.
Para mi madre fue un hermano muy cercano, en quien confiaba a ciegas, a tal punto que cuando ella se divorció de nuestro padre, ella le dio todo el dinero que le había tocado de la separación y el lo colocó y siempre le pasaba una renta. Un tiempo mas tarde le traspasó un apartamento que tenía en Campo Alegre para devolverle su dinero.
Durante toda su vida ayudó, de una forma a otra a mucha gente, sobre todo de Barquisimeto y Curarigua, incluso a personas que fueron hijos naturales de parientes, a uno hasta le dio espacio en su casa y con el me hice muy buen amigo. Vivió con el hasta que se independizó y se casó.
Sufrió grandes pesares, primero la perdida de varios hijas durante su gestación, la desaparición de tres sobrinos en un accidente de aviación, la muerte de su muy querida hija Berta Elena y luego la enfermedad de su “compañera de vida (Tía Berta)”. Pero también tuvo grandes satisfacciones con sus dos hijas, y sus nietos, entre ellos Don Roberto.
A pesar de ese carácter férreo fue un hombre muy dado ayudar a estimular y apoyar y realmente se rodeó de una cantidad de personas que eran incondicionales en todo lo que le pedía, pero siempre los compensaba con algo de dinero, desde su chofer LADERA, quien se inició con él a comienzo de su carrera profesional, y lo acompaño en todos los organismos donde trabajó, hasta sus últimos años.
Siempre me decía con su palabra preferida “carajo, tu hermano Chucho debe aprender inglés y nunca he podido ayudarlo a que estudie ese idioma.”
Su bondad la llevó hasta sus últimos días, ya que su última preocupación fue como compensar a las señoras que se dedicaron a cuidarlo después de la muerte de Tía Berta.
Entre los amigos que más lo visitaban y que había estado yendo los días jueves en la mañana a su casa a sus reuniones estaba Rafael Duran quien le escribió las siguientes palabras de despedida:
“A mi amigo: el doctor Carlos Rafael Silva
Amigo, ¡qué difícil han sido para mí estos días después que vi cómo la vida lo dejó! Usted no merecía un final como este; a un hombre como usted, que hizo el bien. ¡Dios, de vez en cuando eres ciego, no ves lo que debe ver! Su enfermedad me ha pegado como no pensé que me iba a doler. Yo creía que el inicio de su partida de este mundo se iba a retardar. Su vida la veo como una llama que desaparece lentamente, como una antorcha de la dignidad que se extingue y usted luchó contra el viento para que no se la pagara. La vida es difícil y las enfermedades la hacen más difícil. Cada vez que lo veo, las lágrimas presionan mis ojos, al punto de que tengo que dejar que salgan y que griten lo que yo no puedo gritar, lo que no puedo decir. Quiero esconder algo que no puedo. Camino sin mirar atrás, para que no me vean la cara, que muestra lo que he apreciado a este señor, al que siempre llamé doctor, porque para mí era eso y siempre demostró que era un señor, ¡un doctor! Era mi amigo, una amistad de cuarenta años, cuarenta años juntos. Cuarenta años en los que me brindó su cariño y su amistad. Era mi padrino. Esos tipos que te permiten que la gente te respete, en un mundo en el que hace falta la ayuda de un amigo, sin pedir nada a cambio, solo la amistad. Sí, la amistad, por encima de cualquier cosa. Lástima que se me va ese amigo. Ese amigo difícil de sustituir, el amigo que siempre me orientó, el amigo que me dio su apoyo, me aconsejó, como un padre, sin serlo. No sé por qué surgió esa amistad, ni me interesa investigar cómo surgió. Solo sé que existió una amistad verdadera, como muchos quisieran tener. Como yo quisiera tener con otras personas, sin pedir nada a cambio, solo la amistad.
Amigo, no te digo adiós, sino hasta siempre.
Rafael Durán”