Por Luis Eduardo Cortés Riera – cronistadecarora@gmail.com
Carora, febrero de 2007.
Dice Octavio Paz que la antropología muestra que se puede vivir en un mundo regido por los sueños y la imaginación, sin que esto signifique anormalidad o neurosis (El arco y la lira.1972. P. 117.) Pues bien estamos en presencia de uno de los más persistentes e interesantes mitos que ha creado la originalidad hispanoamericana, Pedro Infante (Mazatlán,18-11-1917- Mérida,15-4-1957). Ya Frazer había denunciado la persistencia de las creencias mágicas en el mundo moderno y no nos extrañe que en esta parte excéntrica de la civilización occidental, América latina, se haya creado un verdadero mito moderno alrededor de la figura humana de este extraordinario cantante, actor y aventurero mexicano, quien por la necesidad de lo absoluto y el provocar todos los riesgos para demostrar que era inmortal, piloteaba su propio avión en donde consiguió una muerte temprana un Lunes Santo,15 de abril de 1957. No había cumplido los 40 años.
Toda sociedad crea mitos y tiene necesidad de ellos. Dice Max Müller que la mitología no es una simple colección de fábulas (…) sino un problema que hay que resolver, y un problema tan importante como cualquier otro en la historia del mundo. (Mitología comparada.1988. P. 127). Por su parte el español Luis Cencillo nos advierte que ya se puede comprender que los mitos constituyan uno de estos sistemas categoriales (filosofía, historia, ciencia o poesía son otros) y que pueden configurar y transmitir (o generar) conocimientos válidos y más profundos incluso o universales que los de (…) la razón abstracta, sólo que deberán ser “descodificados” en su configuración alegórica o metafórica (Los mitos, sus mundos y su verdad. 1988. P.28.) Este autor agrega que ya no pueden existir mitos modernos, pero sí subsiste la necesidad de crear mitos o lo que más se parezca a los antiguos mitos. (P.23) De modo que estamos en la edad de la razón, decían los ilustrados del siglo XVIII, sólo que hoy- nadie duda-la sociedad moderna es epidérmicamente racional. Lo que llamamos despectivamente “mentalidad primitiva” se encuentra en todas partes, ya recubierta por una capa racional, ya a plena luz, escribe Octavio Paz (op. cit. P. 120). El mexicano nos dice, además, que ello se debe a que en el hombre moderno hay una nostalgia. Son el testimonio de una ausencia, las formas intelectuales de una nostalgia (P. 118)
Para que pueda hablarse con propiedad de mito, dice Cencillo ( op. cit. P. 13), han de darse tres condiciones: 1º ser un producto colectivo, 2º ser de raíz inconsciente, 3º estar fundidos en una praxis ritual. Para satisfacción nuestra, la vida de Pedro Infante cumple a cabalidad estas tres condiciones, de forma que no resulta de ningún modo descabellado calificarlo de tal modo: un verdadero mito hispanoamericano de habla castellana y sentimiento barroco. Para entenderlo empecemos con una pregunta: ¿qué hizo posible el origen del mito del célebre cantante y actor mexicano? Lo primero que me asalta a la mente es la idea de que los hispanoamericanos somos un colectivo histórico de habla castellana que cuenta en la actualidad con unos 800 millones de seres humanos que tienen a la lengua de Cervantes como su lengua materna. Una lengua que desde su aparición hace unos mil años ha generado mitos y leyendas como ninguna otra, sino pensemos en el Cid campeador, el Quijote, el Libertador Simón Bolívar, Pancho Villa o el Ché Guevara.
Esta inmensa y rica comunidad ha tenido secularmente una necesidad ontológica que le acompaña persistentemente y que se expresa en unas preguntas: ¿Quiénes somos los hispanoamericanos? ¿Existe un modo de ser latinoamericano? Preguntas que han inquietado a los hombres más lúcidos que hablan y escriben en castellano o portugués: Simón Bolívar, Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento, José Ingenieros, José Martí, José Enrique Rodó, José Vasconcelos, José Carlos Mariátegui, Darcy Ribeiro, Arturo Andrés Roig. En la necesidad de responder a tales preguntas los hispanoamericanos hemos creado utopías y mitos, que han sido nuestros más representativos elementos de producción simbólica de habla castellana en lucha contra el avasallamiento y la violencia.
En la conformación de esta producción simbólica ha jugado un papel capital en la creación de nuestra comunidad imaginada la literatura. Es en el siglo XIX cuando, sostiene el mexicano Carlos Monsiváis (Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina.2000), nace en la literatura la idea de lo popular, idea que se reafirmará en el siglo siguiente cuando a la literatura se agregan el cine, la radio y la televisión. De esta forma tenemos montado el mito pedroinfantino y mexicano. Pero aún nos hacen falta otros elementos de nuestra cultura. Uno de ellos nació en ese espacio multiétnico y multilingüe, el mar Caribe, su majestad el bolero, uno de los géneros fundamentales de la música popular, el amor hecho discurso. Para el investigador venezolano José García Marcano, (Siempre boleros: 111 años de boleros. 1994): “el bolero nos pertenece por igual ya que todos los hispanoamericanos tenemos en común nuestra afición por el bolero”. La patria de este género musical es la mayor de las Antillas, la isla de Cuba, se afirma que el primero de ellos es la canción “Tristezas” de Pepe Sánchez, compuesta en 1883. Hace algunos años decía el cantautor mexicano Armando Manzanero que su pasión por el bolero le nació en su Yucatán nativo, pues por las noches podía oír por la radio las emisoras cubanas.
He aquí que nos encontramos con una de las características más notables del bolero, su capacidad de interrelacionarse con una gama muy amplia de formatos vocales e instrumentales dando lugar a fusiones como el danzón-bolero, bolero-son, bolero-mambo, bolero-tango, bolero-salsa y, en el caso que nos ocupa, el bolero ranchero. El ritmo cubano del bolero acaba siendo apropiado como un símbolo del nacionalismo musical popular urbano mexicano, que se fusiona con otra creación cultural, en este caso mexicana, la ranchería, que tiene sus antecedentes más remotos en el siglo XVII, pues según refiere Octavio Paz en Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, la monja novohispana hace ya referencia a la fiesta de la ranchería en sus escritos en verso. Es necesario indicar que el tan publicitado rodeo norteamericano hunde sus raíces en la ranchería, pero que eso jamás lo admitirían los gringos. Es casi un asunto de Estado.
¿Por qué los latinoamericanos amamos hasta el delirio y la locura a Pedro Infante, sus canciones, sus películas y sus aventuras?, es una pregunta que debemos responder valiéndonos de las ideas freudianas acerca del inconsciente; pero es el médico suizo Carl Gustav Jung (El hombre y sus símbolos) con la creación del concepto de inconsciente colectivo y de los arquetipos, unas funciones psíquicas originarias y que en cierto modo orientan en módulos de comportamiento las instancias psíquicas fundamentales de la especie humana, quien se acerca de manera notable a una explicación del ídolo mexicano. La música y las cintas de este hombre han ayudado a formar la memoria colectiva, la identidad y el deseo del individuo mediante una experiencia material. El bolero ranchero funciona como modelo cultural transgresivo para la mayoría de la población latinoamericana: los pobres. Sino veamos los títulos y las letras de sus canciones:” Flor sin retoño”, “El plebeyo”, “El aventurero”, “Cien años” (considerado el primer bolero ranchero,1954), y otras. Nos dice Monsiváis que Pedro Infante es una especie de Robin Hood del asfalto.
Pero es el cine mexicano quien definitivamente internacionalizó el bolero. Dice Monsiváis que lo que lograba el cine mexicano era incorporar de inmediato la tradición familiar, las canciones las volvía hogareñas de golpe. Una canción para transitar de producto artístico y comercial a institución hogareña requería de la bendición del cine. Es una épica de la embriaguez, ocurre en el momento en que todavía es prestigioso el machismo, fenómeno cultural estudiado por Samuel Ramos (El perfil del hombre y la cultura de México. 1934) y Octavio Paz (El laberinto de la soledad.1947). Pedro Infante, el “Carpintero de Guamúchil”, pasa a formar una suerte de santoral laico. Una de las películas más taquilleras del cine mexicano de la “época de oro” es, a no dudarlo, “Nosotros los pobres” (1947), un monumento fílmico de la cultura popular. En palabras del crítico Jorge Ayala Blanco: “Es muy difícil hablar de “Nosotros los pobres” y valorar objetivamente su visión de la Ciudad de México. Es un desafío a la exégesis (…) La variedad de sus estilos, su acendrado barroquismo y sus proyecciones sentimentales invalidan cualquier juicio severo o cualquier tentativa de fácil liquidación. Es un nefando producto populachero y todo lo contrario al mismo tiempo. Existe como una piedra de toque del cine mexicano, como un objeto maravillosamente monstruoso, como un sujeto independiente. Tiene mayor fuerza y vida que todo el cine del año realizado en su conjunto. “Nosotros los pobres” es, hoy, un hecho cinematográfico que administra sus defectos y exageraciones para ahondar en la eficacia de sus efectos” (La aventura del cine mexicano.1985)
Finalmente, el rito, una especie de actualización simbólica o no del mito (…) tendente a producir efectos psicológicos o sociales (Cencillo .op. cit. P.21) y que comenzó con el descomunal sepelio que convocó a un millón de personas a desfilar ante su féretro. Todos los años y en forma rutinaria los canales de televisión de todo el continente, ¡incluido los EE UU!, nos deleitan con las cintas del ídolo azteca y que fueron unas 60 las que protagonizara en 17 años de vida artística, a lo que debemos agregar que sus canciones se oyen de forma atemporal porque parecen estrenos de todos los días. Canciones y cintas que han modelado profundamente nuestra vida anímica y sentimental. Somos un pueblo ritual, dice Octavio Paz, y esta tendencia beneficia nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad, siempre afinadas y despiertas.
Pero es de destacar que en una comunidad de humildes trabajadores del agro y pequeños comerciantes descendientes de los aborígenes gayones, camagos y ajaguas del estado Lara, República Bolivariana de Venezuela, en la cálida población de Santo Tomás del Valle de Quíbor, se celebra todos los años, los días 15 de abril, un magnífico y colorido homenaje, una fiesta popular que haría palidecer a las que se le hacen en su natal patria a este inmortal astro de la canción y del cine mexicano de todos los tiempos, que nos hizo reír y llorar en los cines Salamanca, Bolívar, Estelar y Trasandino de la ciudad de Carora en la década de los años 60.
Foto: Cortesía de Twitter y El Heraldo de Mexico.