Por R. J. LOVERA DE–SOLA
Publicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela
Sin duda alguna que la contribución principal que ha dado Paul Verna a nuestra historiografía es su libro Petión y Bolívar. (Prólogo Pedro Grases. 3 ed. aum. Caracas: Ed. de la Presidencia de la República, ,1980, 564 p.). Es ésta también su obra mayor como historiador y uno de los libros fundamentales para el estudio de Bolívar.
Verna al estudiar las relaciones entre el Libertador y Haití comprendió cómo un estudio sobre los lazos entre Haití y la Gran Colombia, arrojarían mucha luz para la comprensión del proceso emancipador que ha sido la época a la cual Verna se ha dedicado con preferencia.
Al darse cuenta de la importancia de emprender tal dilucidación comprendió lo compleja que sería la tarea pues si bien los historiadores que se habían ocupado del tema «pregonaban la magnífica ayuda que recibiera. . . Bolívar del Presidente Petión en 1816 y el agradecimiento del Libertador» ( p. 13), también era cierto que era escasa la documentación publicada (p. 13) y que era necesario, para tener una visión exacta de la etapa, documentar seriamente el tema haciendo un examen directo de los testimonios existentes. Esta era la única manera de esclarecer el asunto y poder así conocer con certeza qué llevó a Bolívar a trasladarse a Haití en 1816, cuáles y cómo fueron sus relaciones con Alexandre Petión y como consecuencia de esto cuáles fueron las conexiones que a partir del apoyo recibido por Petión tuvieron Haití y la Gran Colombia. Vínculos que tuvieron, como consecuencia de los prejuicios del gabinete bogotano, infeliz final.
Petión y Bolívar se inicia con un estudio sobre la región del Cabo Francés, la parte francesa de la isla de Santo Domingo –en donde está situada la nación haitiana-. Verna traza en forma esquemática los avatares de la historia de la Independencia de aquella nación, desde 1791, momento en que fueron ajusticiados los iniciadores de la revuelta que buscaba la autonomía de la isla. Verna llama la atención en torno al hecho que si bien para ese año se vivía en plena actividad revolucionaria en Francia, en las colonias –como Haití- «se castigaba a quienes en América, reclamaban sus derechos a la libertad e igualdad» (p. 22). Aquel 25 de febrero de 1791 fueron condenados a muerte Vicente Ogé y Jean Baptiste Chavannes ( p. 23). Subraya Verna lo difícil que es entender las causas y consecuencias de la Revolución Haitiana si no se desconocen los elementos que componían la sociedad de St. Dominique (p. 25) y las desigualdades sociales existentes.
Pasa luego a examinar la rebelión de los esclavos negros que se produce a los pocos meses del ajusticiamiento de Ogé y Chavannes (agosto 14) que es el suceso que desata la Revolución, movimiento que puede ser denominado así porque produjo una transformación económico-político-social de aquella nación (p. 35). La figura central de aquel movimiento fue Toussaint Louverture y fue tan intensa la repercusión de la sublevación haitiana que su influjo se extendió a regiones cercanas como Venezuela (p. 45).
A continuación Verna nos ofrece un apretado panorama de la Revolución haitiana: la expedición de Leclerc, la resistencia negra y la proclamación de la Independencia tras el triunfo militar (enero 1, 1804) y apunta «El papel desempeñado por la Revolución haitiana en la emancipación de nuestra América, en el mismo momento cuando la República negra se establecía como segundo estado libre del continente, había sido importantísimo. Esa Revolución completaba, en cierto modo, el espíritu de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y de la Revolución Francesa. Por más que digan ciertos historiadores, es a través del prisma de esas tres revoluciones como hay que buscar las causas esenciales de la emancipación hispanoamericana, sin descartar las demás condiciones específicas y naturales propias de cada uno de los territorios americanos» ( p. 57).
Antes de entrar al corazón de su tema Verna se refiere a la realidad de Venezuela antes de la independencia. Examina el movimiento de Gual y España, la sublevación de Maracaibo (1799), la cual se produce como consecuencia de un claro contagio producido por la sublevación haitiana, de la cual se tuvo conocimiento directo en Maracaibo gracias a los Corsarios de Puerto Príncipe ( p. 74-78); se refiere a Miranda -y ofrece importantes datos sobre el paso del Precursor por Haití (p. 85-96)-, quien en el Puerto de Jacmel (marzo 12, 1806) izó por vez primera la bandera venezolana ( p. 90-92). Presenta luego los avatares del movimiento independentista venezolano hasta la llegada de Bolívar a Haití, subrayando la participación que haitianos –como Bailio- o franceses –como Leleux o Bideau- tuvieron en la lucha durante la primera república ( p. 108-116), anota también que es posible que la Guerra a Muerte ideada por Antonio Nicolás Briceño, y puesta en práctica por Bolívar, pudo provenir del conocimiento que se tenía del proceso haitiano (p. 120); se refiere al destierro de Bolívar en Jamaica, tras la caída de la segunda República, y su paso a Haití el cual no considera Verna fortuito (p. 150-156), ya que desde el año anterior el Libertador mantenía contactos con personas residentes en la isla ( p. 131-133 ) . De allí que en vez de dirigirse a Cartagena, al dejar Jamaica, Bolívar decidiera pasar a Haití y solicitar apoyo del magnánimo Presidente Petión (p. 132-133).
Desde Kingston se dirige Bolívar por primera vez a Petión (diciembre 19, 1815). Ese mismo día toma el barco que le traslada al puerto de Los Cayos (diciembre 24), a los pocos días se traslada a Puerto Príncipe (diciembre 31). Días después se encontró por primera vez con Petión (enero 2, 1816) .
Sobre la presencia de Bolívar en Haití Verna nos muestra cómo Haití fue lugar de difusión de las ideas revolucionarias a fines del siglo XVIII y principios del XIX, sitio de contagio y expansión de las mismas, nación a la cual se le temía por «la formidable insurrección de esclavos y luego su guerra a muerte contra los franceses» (p. 138-140).
Y esto por diversas razones: la nación antillana había vivido tres lustros de conmociones revolucionarias a partir de 1790 (p. 138-139), de allí que muchos la consideraran «isla maldita» (p. 140), de allí también que a través de varios años las naciones cercanas hubieran mantenido alrededor de Haití un cordón sanitario para evitar el contagio con sus ideas. Hasta dirigentes hispanoamericanos como Miranda se refirieron con angustia al «peligro haitiano» (p. 141). Fue Bolívar el primero en romper con esa situación al trasladarse a Haití; será él, como indica Verna, quien «habrá de derribar las barreras de las calumnias y de los prejuicios, para identificarse … con la revolución haitiana» (p. 140).
La actitud de Bolívar implicaba una rectificación. Los dirigentes de la Primera República en nuestro país habían rechazado a los haitianos que deseaban luchar por nuestra emancipación (p. 144-145). Bailio, haitiano pero blanco, fue sin duda una excepción, pues un grupo de treinta haitianos llegados en 1812 «quienes viajaron especialmente a Tierra Firme para ofrecer su sangre y su vida en la lucha que los venezolanos . . . emprendieron contra los españoles» ( p. 144-145 ) fueron rechazados. Esto, como conjetura Verna, hizo daño a nuestra revolución (p. 146), pues en los mismos momentos en que los haitianos se les impedía incorporarse a la lucha por ser negros, los realistas desencadenaban el odio del negro contra los Mantuanos -conductores de la Revolución-, lo cual produjo la rebelión popular del año catorce ante la cual sucumbió la Revolución por segunda vez ( p. 147-148).
El propio Bolívar había insistido en la necesidad de comprender los porqués de la revuelta haitiana (p. 147-150).
Para documentar con seriedad los porqués del paso de Bolívar de Kingston a Puerto Príncipe, Verna enjuicia las opiniones de varios historiadores que se han referido al tema y restablece la verdad basada en las citas de documentos que no conocieron los que escribieron antes sobre el tema. En cada caso Verna documenta el porqué de cada una de sus afirmaciones (p. 151-156). Y es gracias a las pesquisas de Verna que podemos saber: a) Bolívar conocía la hospitalidad que había brindado Haití a los emigrados venezolanos; b) la primera carta de Bolívar a Petión, a la cual ya hemos hecho mención, la escribe en Jamaica; c) en su misiva a Maxwell Hyslop (Los Cayos: diciembre 26, 1815) le dice que continuará con su proyecto libertario lo cual indica que no pensaba dirigirse a Cartagena, sino proseguir en Haití su lucha, preparando una invasión (p. 153); d) existe una carta de Morillo a Petión donde le indica que Haití será el centro de «reunión de todos los patriotas y base de todas sus operaciones contra Costa Firme» (p. 154-155); e) según Pavageau recordaba que Bolívar en Jamaica hablaba de pasar a Haití a solicitar ayuda para sus planes (p. 155); f) el testimonio del General Santander (p. 155); g) la carta que entregó Pavageau a Bolívar, antes de salir de Jamaica, para que se presentara ante Monsieur Radel y dinero para la causa emancipadora (p. 155-156).
La actitud haitiana contrasta con la frialdad conque fue recibido Bolívar en las colonias inglesas (p. 166) pues apenas Bolívar se entrevista con Petión éste da órdenes para iniciar la ayuda militar (enero 26), la cual permitirá la preparación de las dos expediciones que saldrán meses más tarde. La primera desde Los Cayos y la segunda, como lo ha establecido el propio Verna,1 desde Jacmel.
Petión no sólo protegió a los patriotas emigrados, no sólo buscó la forma para ofrecer rápida ayuda militar al proyecto del Libertador (p. 168), sino que sólo pidió a cambio que una vez establecido el gobierno independiente éste decretara la libertad de los esclavos (p. 169), materia en la cual era el Libertador también un adelantado (p. 169-170).
Se refiere Verna ampliamente a la organización de la expedición de Los Cayos, a los obstáculos que tuvo que salvar Bolívar, a la ayuda que le prestó Petión para lograr que todos los oficiales reconocieran la autoridad del Libertador y se lograra la formación de una Jefatura única, sin la cual era imposible el triunfo bélico (p. 177). Mucho fue el apoyo que logró Bolívar de Robert Sutherland para salvar escollos de diversa índole (p. 186-187). Verna insiste también en la importancia que la época pasada en Haití tuvo en el desarrollo de las ideas de Bolívar (p. 216- 218, 221).
A continuación estudia la Expedición de Los Cayos (marzo 31, 1816), el fracaso de la misma en Ocumare (julio 14), el regreso a Haití (septiembre 4), la preparación de la nueva expedición, la de Jacmel, impropiamente llamada por los historiadores II Expedición de Los Cayos, pese al hecho de no haber partido de esa rada el Libertador hacia la Tierra Firme (diciembre 18) ahora, como escribe Verna, hacia «su nuevo destino, para la gloria» (p. 264).
Fue con el apoyo de Petión, quien no vaciló en volver a apoyar al Caraqueño cuando vencido regresó a tierra haitiana, como se pusieron las bases para la independencia política que se logrará cinco años más tarde en forma definitiva. De allí la importancia singular que tiene la figura de Petión para los venezolanos. Sin su apoyo decidido no se hubiera logrado que el Ejército Patriota tuviera una cabeza única y sin su solidaridad no se hubiera obtenido lo necesario para la preparación de una fuerza que, consolidada en Guayana, facilitaría la estrategia militar y luego el triunfo de las armas republicanas. ‘
Bolívar siguió siempre fiel a la amistad del magnánimo líder haitiano. Y Haití continuó siendo a todo lo largo de esa época, lugar en donde los hispanoamericanos encontraron cobijo y sitio en el cual siempre conspiraron o se prepararon para luchar (p. 277-318).
Petión falleció en 1818. Al año siguiente se creó la Gran Colombia (diciembre 17, 1819). Desde la formación de esta república, que si bien presidía el Libertador éste se encontraba fuera, dirigiendo la guerra en Ecuador y Perú, la actitud del gabinete bogotano fue de amplia incomprensión para con Haití, olvidando, por prejuicios raciales, todo lo que la Gran Colombia debía a aquella nación.
El examen que presenta Verna en Petión y Bolívar en torno a este hecho no puede ser más triste.
Muerto Petión le sucedió Boyer, quien se propuso buscar la forma de establecer relaciones diplomáticas, pues desde su independencia, vivía Haití aislada (p. 373). El problema era grave. Requería solución. Las grandes potencias comerciaban con Haití pero no reconocían su independencia. Para lograrlo Boyer tomó algunas medidas para presionar a las naciones cercanas a establecer vínculos con el país que él presidía (p. 374). Pero las dificultades del reconocimiento diplomático de esa nación continuaron. Por ello en 1824 Boyer, con la mente puesta en los servicios que Haití había prestado a la Gran Colombia, decidió dirigirse a Bolívar (p. 376) quien, como lo demuestra Verna, no había cambiado de actitud con respecto a Haití (p. 377).
Boyer, pensando que «el aliado natural de Haití debe ser Colombia» (p. 377) envi6 a Bogotá un representante cuyas gestiones resultaron infructuosas dado el conservadurismo de la élite bogotana.
Este fue el triste final de las relaciones de un país que no hubiera existido si el otro no lo hubiera respaldado en su momento y que ya consolidado -y reconocido por algunas potencias- en vez de dar la mano dio la espalda a su antiguo amigo. En este asunto, como señala Verna, nada tuvo que ver Bolívar quien «hasta sus últimos días de vida, habrá de guardar un recuerdo imperecedero de su amigo Petión y de. . . Haití, esta actitud, como lo hemos indicado antes, no fue siempre imitada por los demás dirigentes colombianos, quienes desterrados años antes, como él, en Haití, tuvieron más tarde los destinos de la Gran Colombia entre sus manos» (p. 377).
Y esto es más grave si se tiene en cuenta que cuando Haití se dirige al gobierno grancolombiano su situaci6n era difícil. No sólo no había logrado el reconocimiento de su emancipación, sino que sabía que su autonomía estaba amenazada por parte de Francia (p. 377), nación que no respaldaba el gobierno de aquella nación antiesclavista (p. 377). Esta es la razón que llevó a Boyer a intentar una gestión en la capital de la Gran Colombia.
En esa época el Canciller era Pedro Gual, ante el cual se presentó el delegado haitiano Jean Desrivieres Chalentte, quien le reveló que el motivo de su misión era «proponer, a nombre del Presidente de Haití, un Tratado de Alianza defensiva, comercio y amistad al gobierno de Colombia» (p. 378).
Gual, claro está, no podía dar una respuesta al Enviado. El asunto pasó al Consejo de Gobierno del cual formaba parte Gual como Canciller. Para entender la inexplicable respuesta dada a Chalante hay que tener en cuenta que aquel gabinete estaba formado, en aquel momento, por seis miembros. El Presidente de la República en aquel momento era el Libertador, pero como éste se encontraba fuera del país, haciendo la guerra en el Perú, lo sustituía el Vice-Presidente Santander. El Consejo estaba formado por seis miembros de los cuales cuatro eran colombianos y sólo dos venezolanos. En este gabinete dominaban las tendencias colombianas y, además, arraigados prejuicios raciales. Este Consejo llegó al colmo, al responder al Representante haitiano, de separar –como se lee en el acta respectiva, la cual publica Verna íntegramente (p. 379-380)- como a dos entes distintos al General Bolívar y a la República de Venezuela de la Gran Colombia, como si ésta no fuera consecuencia de aquélla. Es esto lo que explica que el Consejo haya pedido a Gual respondiera «con habilidades» (p. 380) al gobierno haitiano, que se consideraran los servicios de Petión a nuestra causa emancipadora como simple generosidad «que el presidente de Haití, Petión, hizo al General Bolívar para su expedición contra los españoles en Venezuela» (p. 379) y que se considerara que tales ayudas habían sido hechas a Bolívar por Petión «como a un individuo y no como a un magistrado» (p. 379). Basados en estas falacias, que soslayaban el hecho de que sin la ayuda de Petión el Libertador no hubiera podido conquistar Guayana y planear las campañas que dieron la emancipación, primero a Colombia que a Venezuela. Basado en estos falaces supuestos el Consejo de Gobierno decidió «que el Gobierno de Colombia, sin una suma imprudencia, no podía entrar en tratados ni reconocer al Gobierno de Haití, sin que primero haya sido reconocido por las potencias de Europa, por quienes este paso de Colombia sería mal visto, agregándose que ella se atraería el odio y la mala voluntad de la Francia, siendo así que, en las actuales circunstancias nuestro Gobierno trata de ganarse el afecto de las potencias europeas para que se reconozca su independencia … » (p. 379-380). Pero no se quedaron tranquilos los Ministros con dejar por escrito semejante infamia contra un pueblo del cual sólo había recibido respaldo solidario hasta el punto que si su Independencia no había sido reconocida aún se debía, entre otros hechos, a la solidaridad nunca turbada de Haití con la causa emancipadora por lo cual era ·considerada por España como nación adversaria.
Santander, Restrepo, Gual, Briceño, Méndez, José María Castillo, José Félix Restrepo añadieron, como se puede leer en la misma acta citada, «que el gobierno de Haití había seguido una conducta semejante con la de España en 1816 y jamás quiso comprometerse a favor de los nuevos Estados de América para no irritar a la España» (p. 380). ¿Cómo era posible acusar a Haití de ser fiel a España en 1816 el mismo año en que esta nación armó dos expediciones con destino a Venezuela? Y más grave aún es semejante respuesta si se piensa que entre los expedicionarios de Los Cayos se encontraba el Ministro Briceño Méndez (p. 200) quien había sido testigo de todo cuanto hizo Petión en apoyo a la causa de la que Briceño Méndez formaba parte. Que el estado británico haya manejado con prudencia e inteligencia a la hora de dar su apoyo a los insurgentes, no convertía al gobierno de aquella isla en enemigo y mucho menos en partidario de España, pues como el mismo Verna lo demuestra, con pruebas documentales, las relaciones entre el Jefe del estado haitiano y nuestro Libertador fueron siempre «una pesadilla para España» (p. 319-344).
Conocidos todos estos elementos puede el lector imparcial de la investigación de Verna, arribar a la triste conclusión que él llega una vez presentada la cuestión: «la lectura de los motivos expuestos en el Acta del Consejo de Gobierno del 8 de julio y en la larga contestación de Gual, ya los tiempos del heroísmo, de la grandeza de alma, de la abnegación y de la solidaridad entre países revolucionarios habían cerrado su ciclo. . . Toda la duplicidad, la sutileza de espíritu y todo el juego de las tonalidades del pensamiento fueron puestos en obra para resolver ‘la cuestión en extremo delicada’ de la contestación oficial. Los prohombres de Colombia … y aun el propio Coronel Briceño Méndez –este último por haber estado más cerca al Libertador, no hubiera debido despreciar los principios sagrados, nobles y generosos que animaban el espíritu y el corazón de Bolívar y Petión- todos olvidaron, en aquel momento, el papel, preponderante que Haití había desempeñado en la independencia de Venezuela y de Colombia y rechazaban la alianza que solicitaba» (p. 383-384). Es por eso que dice Verna «El historiador imparcial que estudia a la luz de esos documentos la actitud de dichos estadistas y las razones futiles tomadas como pretexto para negarse a pactar con Haití puede preguntarse si, aquel día, un golpe mortal no fue dado a los principios sagrados de la propia doctrina bolivariana, a la ética misma de la unión americana. Jamás Petión vaciló, como ya está ampliamente demostrado, en prestar la mayor ayuda posible, no sólo a Bolívar sino a todos aquellos que luchaban por la libertad americana. Evocar tales excusas era por cierto contrario a la posición decidida adoptada por Petión y a la verdad» (p. 385).
Ahora bien, como señala Verna, «Es cierto que Petión había tomado algunas precauciones para que su complicidad en las expediciones de Bolívar, Mina, Aury, no fuese considerada como una declaración de guerra a España. Así lo verificaba cuando decía a Bolívar que se abstuviera de nombrarle en los actos oficiales que iba a realizar en Costa Firme, en favor de los esclavos, por «motivos que se relacionan con las reservas que debe observar frente una nación que no se ha pronunciado contra la República de una manera ofensiva» ( p. 385). Y prosigue, «Pero la actitud de Haití era aún más noble: pues no ofrecía en 1816, a Venezuela -que no existía sino en las personas de sus valientes defensores desterrados una alianza ficticia y que jurídicamente no tendría sentido. Petión hacía más. Abría sus arsenales a esos representantes de Venezuela y al Libertador, quienes ahora mismo eran tildados por el Consejo de Gobierno -en plena contradicción y oposición con el reproche de Gual -como simples «individuos» y no como representantes autorizados de Venezuela» (p. 386).
«Pero la torpeza de Gual en este asunto rayaba en mal gusto, en falta de ética, y aun en indelicadeza diplomática, cuando dice a Chanlatte, que «el mismo Presidente Petión a pesar de estar animado de aquel espíritu benéfico y filántropo que lo hará siempre acreedor al respeto de todos los amigos del género humano, tuvo que cederle a los deberes que le imponía la magistratura haciendo ver al gobierno español que el de Haití no había tomado parte alguna activa en la contienda de la Costa Firme. Ordenó al contrario, para la satisfacción de los españoles, que los buques que conducían emigrados a Margarita y otros puntos, fuesen registrados por los cruceros de Haití con la mayor escrupulosidad».
«Recordar a un enviado Plenipotenciario haitiano, en una nota de tanta trascendencia, un hecho tan banal, tan insignificante y desprovisto a tal punto de importancia que ni el propio Bolívar ni ningún emigrado lo habían mencionado, era lo que vulgarmente llamamos hoy en día una «metida de pata», indigna de un Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, y más aún de un Pedro Gual, tan respetado y considerado por su cultura, su educación y patriotismo.
«Ya vimos de una manera detallada todo el agradecimiento que los refugiados patriotas guardaban para con Haití. Vimos cómo en 1818, Bolívar le decía a Boyer que «la amistad y el desinterés con que el pueblo y las autoridades de Haití le dieron hospitalidad a los emigrados de Tierra Firme, nos llenaron del más vivo reconocimiento». ¿Cómo, pues, Petión, para complacer a las autoridades españolas, hubieran podido mandar a molestar a unos pobres emigrados que regresaban a su país? No hemos encontrado hasta la fecha ningún documento relativo a este incidente. Pensamos que si un barco haitiano adoptó tal medida fue, o por equivocación o porque se pensaba que se trataba de un corsario pirata que estuviera comprometido en algún negocio turbio de ventas de presas o de contrabando o por último que se trataría de un puro simulacro. Estamos inclinados a creer en esta última explicación, pues Bolívar, de regreso en Haití, escribió a Brión, el 11 de noviembre de 1816: «Esta vez la corbeta no nos molestará; pero reserve usted la especie». Puede ser que fuera el Wilberforce» del Estado haitiano que hubiera recibido orden de inspeccionar las goletas o algunas de ellas que se dirigían a Venezuela, con el fin de engañar a los españoles sobre la verdadera posición haitiana.
«Pero, más desconcertante aún y más inexacta es esta aserción de Gual: «Petión procedió con tanta prudencia y sabiduría que el Gobierno español no ha podido jamás hacerle la menor imputación de haber infringido en manera alguna la neutralidad que Haití mantuvo desde el principio de la actual guerra de España con sus antiguas colonias americanas hasta este día». Debe suponerse que Gual ignoraba completamente todos los reclamos, todas las protestas de Morillo, Urrutia y Moxó, y todos los problemas que la ayuda casi «abierta» de Petión a los patriotas, había traído a Haití. ¿Por qué, pues, Escudero acusaba a Petión de ser «hipócrita», «pérfido» y aún más «enemigo de S. M. Católica»? Inútil es insistir sobre esta declaración de Gual. Referimos al lector a los capítulos anteriores donde está plenamente demostrado que las autoridades españolas sabían, en sus más mínimos detalles, todo lo que Petión hacía en favor de la libertad de la Costa Firme y de los patriotas. Jamás gobernante en América comprometió tanto la independencia de su país como lo hiciera Petión, al ayudar de una manera abierta y arriesgada
-a pesar de todas sus precauciones- a quienes luchaban por la independencia de su patria. Podemos afirmar que si España no tomó represalias graves contra Haití es porque, para la época, ella no podía ni hubiera podido atacar a Haití y menos enfrentarse a las valerosas y numerosas tropas de negros y mulatos que acababan de destruir, en tres años de luchas, al ejército de 50.000 soldados de Napoleón y dar a América el más importante ejemplo de sacrificio y heroísmo, fraguado en su grito de guerra «Libertad o Muerte».
«De la larga contestación de Gual a Chanlatte, y entre todos los motivos presentados para justificar el rechazo de alianza con Haití, habrá de destacar y recordar dos elementos importantes. Primero, un motivo de carácter eminentemente político: el temor de enemistarse con Francia; y otro de carácter jurídico: el Tratado de Unión, Liga y Confederación que ligaba Colombia al Perú, Chile, México y Río de la Plata» (p. 387-388).
Que se nos excuse la larga cita que hemos hecho. En ella se explica cómo fue de falaz la respuesta del Canciller al delegado haitiano. Como el conservador gabinete bogotano no se dio cuenta de las consecuencias positivas que hubiera tenido un tratado con Haití {p. 389-390). La posición anti-haitiana -y por lo tanto opositora de las ideas del Libertador- llevó a la Cancillería de San Carlos a no invitar a la república negra al Congreso de Panamá ( p. 390). La posición bogotana fue «poco generosa, nada noble, aun ingrata» {p. 392) como escribe Verna.
¿Qué pensaba el Libertador de la decisión? Bolívar estaba lejos. Santander sabía cuál era la posición de él con relación a Haití -ya que esta fue invariable en él-. El Libertador se enteró de la decisión. «Bolívar desde lejos, aconsejaba, sugería, proponía, pero no podía solucionar en definitiva los asuntos que diariamente debía ventilar el gobierno» (p. 395). Además de esto hay que tener en cuenta que las noticias sobre la misión Chanlatte le llegaron a Bolívar más de un año más tarde (octubre 21, 1825). Recordemos que tras haber recibido al diplomático haitiano (julio 1º, 1824) Gual presentó el asunto al Consejo de Gobierno (julio 8). Tras esta reunión Gual escribió una carta a Chanlatte con la opinión del Gobierno (julio 15) de lo cual se enteró Bolívar muchísimo después, pues fue casi a fines del año siguiente (octubre 21, 1825) cuando contesta a Santander y, entre otras cosas, le dice que «la respuesta dada a Haití ha sido muy política, aunque el Secretario la compuso muy mal en mi opinión» (p. 395).
La afirmaci6n de Bolívar en la misiva que hemos transcrito, no debe entenderse como aprobación, ni siquiera a pesar de que señala «la respuesta dada a Haití ha sido muy política», pues años más tarde al saber, a través de José Fernández Madrid, que «en Haití y en el exterior, se había juzgado la posición de Colombia como poco conforme a la amistad y al agradecimiento que hubiera debido observar para con la patria de Petión. Además ya que en Puerto Príncipe y en Los Cayos, se acusaba a Bolívar de ‘ingrato’ y se le hacía responsable del fracaso de la misión haitiana en Bogotá» (p. 396) el propio Bolívar contesta a Fernández Madrid, desde Guayaquil (agosto 16, 1829) «Escribe Ud. a ese señor Larregui diciéndole de mi parte, que cuando hubo en Bogotá una negociación entre un agente de Haití y el Ministro de Estado, yo estaba en el Perú, y no supe de la negociación hasta después de finalizada, y que entonces yo no ejercía ninguna autoridad en Colombia porque la Constitución y el Congreso me lo habían quitado; y que después que he tomado el mando yo no he oído hablar una sola vez que se haya tratado de renovar la negociación. Protesto que no tengo la menor idea de semejante cosa y que, en afirmar lo contrario, creo que hay error o mala interpretaci6n por lo menos. Por mi parte, soy incapaz de negarme a tratar con el gobierno de Haití porque le debo demasiado para ello. Añádale usted a ese señor que puede comunicarlo así al Presidente de Haití» (p. 396). Sobra cualquier comentario.
Además, de la forma como Verna presenta ese grave asunto, que enturbió las relaciones de la Gran Colombia con la nación gracias a cuyo generoso apoyo había podido consolidar su independencia, también clarifica el autor de Petión y Bolívar como nunca Boyer reclamó a Colombia el precio de la ayuda que Petión ofreció a Bolívar ( p. 397), lo que pidió Boyer fue que se cancelara el precio de 1.000 fusiles y 6.000 libras que en 1820 él mismo -y no Petión, quien había fallecido en 1818.:._ había prestado a Colombia, deuda que fue liquidada, como anota Verna, veinticuatro horas más tarde al mismo enviado haitiano (p. 398). De allí que indique también que esta reclamaci6n «no tenía. . . absolutamente nada que ver con los auxilios suministrados por Petión a Bolívar en 1816» (p. 400).
Haití logró el reconocimiento de su independencia por parte de Francia al año siguiente de la frustrada misión de Chanlatte ( p. 407). La noticia, como señala Verna, «cayó ·como una bomba en Bogotá» (p. 407). Santander, quien seguía ejerciendo la Presidencia de la Gran Colombia, impulsó el reconocimiento de Haití (p. 409). Sin embargo, la actitud anti-haitiana del Vicepresidente seguía vigente aún, pues hacía poco, a través del Canciller Revenga, había dado instrucciones para la exclusión de Haití del Congreso de Panamá. Según sus instrucciones los diplomáticos grancolombianos «debían rechazar cualquier proposición para reconocer la independencia de la república negra» (p. 401). Estas instrucciones eran, como lo señala el autor de Petión y Bolívar, «verdaderamente poco honrosas para su autor y para Santander, quien en definitiva era el Jefe del Poder Ejecutivo» (p 442). «Parecía increíble que la Colombia de Bolívar, la Colombia que nació en Angostura del resultado de las Expediciones de Los Cayos y Jacmel, la que se hizo fuerte gracias a las armas, municiones, dinero, barcos haitianos, todo eso coronado por el sudor y la sangre de no pocos haitianos, adoptase una actitud tan ingrata» (p. 443-444). Y además dual. Ya que por una parte exigía a sus diplomáticos «rechazar cualquier proposición para reconocer la independencia de Haití» (p. 442), por otra parte reconocía a Haití (septiembre 21, 1826), ·y por otra exigía a sus diplomáticos abstenerse de favorecer a aquella nación amiga (septiembre 24, 1825). Esto sucedía porque, como escribe Vema, «el patriotismo y la ideología republicana y liberal de muchos próceres grancolombianos no se había limpiado todavía de sus escorias racistas y clasistas para alcanzar una identificación –espiritual al menos- con el sistema revolucionario nuevo implantado por los haitianos» (p. 445). Sólo prejuicios raciales pudieron dictar tales instrucciones en las cuales se leía «que el gobierno de Colombia siente mucha repugnancia a guardar a Haití aquellas consideraciones de etiqueta generalmente recibidas entre las naciones civilizadas» (p. 443). Colombia, que debía su libertad al apoyo haitiano sólo deseaba evitar con Haití «todo motivo de disgusto por medio de una conducta contemporizadora» (p. 443). Nada más.
Ante semejantes hechos Bolívar, quien aún no había regresado a territorio colombiano fue acusado ser el culpable de la maniobra urdida por Santander de excluir a Haití de la reunión panameña cuando ésta había sido maniobra preparada por Santander y Gual desde los días de la misión de Chanlatte. Quien fue responsable fue Santander quien estuvo encargado del gobierno desde 1821 (noviembre 1º) y durante los años que duró la ausencia del Libertador, quien regresó a Bogotá a fines de 1826 (noviembre 14) tras casi un lustro de ausencia. Para ese momento ya el Congreso de Panamá se había realizado (junio 22) y Haití había sido excluida, protestando contra tal decisión sólo Guatemala, nación que nada debía a Haití (p. 445). Al hacerlo Santander pretendía quedar bien ante los ojos de los Estados Unidos -a quien en contra de las sugestiones de Bolívar invitó a la Asamblea del Istmo– nación que era adversaria de un país anti-esclavista como lo era la patria de Petión.2
- PAUL VERNA, Robert Sutherland, un amigo de Bolivar en Caracas: Ed. de la Fundación John Boulton, 1966, p. 82.
- A Petión dedicó Verna su trabajo Alejandro Petión, ejemplo de magnanimidad en América. Caracas: Italgráfica, 1970 y un discurso inserto en el folleto Homenaje a Petión. Caracas: Concejo Municipal del Distrito Federal, 1970. Una síntesis de sus investigaciones sobre la contribución de Haití a nuestra independencia se encuentra en su ensayo «Haití y sus aportes a la emancipación e integración de América Latina», incluido en América Latina hacia la integración. Caracas: Comité Ejecutivo del Bicentenario de Simón Bolívar, 1980, p. 147-160.