Autor: Edecio R. Riera M.

Mes de agosto, mes de vacaciones escolares. Los meses: julio, agosto y septiembre son muy fuertes en esta región del semiárido, el sol da la impresión que es más caliente que en el resto del año. Pareciera que los rayos solares caen perpendicularmente y con mayor intensidad sobre la tierra. La temperatura sube unos cuantos grados y el calor es muy sofocante por ese efecto. A la vez produce mayor consumo de agua.

Es bueno significar que así como sube, igualmente baja y en especial por las tardes, ya que se manifiestan grandes corrientes de aire que hacen cambiar en forma sistemática la temperatura, produciendo un estado de equilibrio entre el frío y el calor (Térmicas). Es por ello que los primeros habitantes de esta región construyeron sus viviendas con adobes. Tierra pisoneada, cal, tejas, ladrillos, madera, paredes de bahareque y otros elementos de esta zona.

Normalmente en ese periodo de receso escolar, muchas familias acostumbran a salir de paseo, visitar lugares como los ríos, quebradas, montañas, sabanas, llanuras y mares; con el sano propósito de descansar, cambiar un poco del ambiente. La mayoría de los pobladores de estos caseríos se quedan en sus casas. Tienen como parte de sus hábitos salir y sentarse en la acera de sus viviendas, en el patio o solar, con el objeto de recibir las caricias de una brisa agradable en el cuerpo. Esta característica es muy particular en estos lugares; por ese hecho climatológico, el cual es un disfrute enraizado en las costumbres de los vecinos que conviven en esa zona desértica.

La familia Rodríguez Cambero, compuesta por el padre, la madre y un hijo menor de nueve años de edad, solían visitar el caserío “Las Yaguas”, donde un tío de del señor Ignacio Rodríguez, tenía una pequeña finca, con varias vacas y en ella se producía leche y subproductos como: queso, cremas suero y la siembra de maíz, caraotas, yuca, ñame y algunas plantas frutales.

Esta familia tenía quince días en esa comunidad, disfrutando de esos días del período vacacional. Permanecían en el patio de la casa, conversaban sobre diversos temas de la cotidianidad, Además del señor Ignacio Rodríguez, su esposa la señora Mariela y su pequeño hijo, compartían esta conversa: el señor Antonio, dueño de la finca, su esposa, sus dos hijos y un obrero que convivía con esa familia. Más un perro negro con manchas blancas, y que movía constantemente la cola. Se levantaba y daba una vuelta y se echaba de nuevo a los pies del señor Antonio; como si algo le preocupara. Estaba muy inquieto, en una de esas vueltas emitió un aullido y se volvió a echar. Antonio le llama la atención y pregunta. ¿Qué te pasa?

Todos estaban sentados sobre unos troncos de árboles que habían sido cortados con ese propósito y por supuesto, servían de sillas o asientos. Disfrutaban cordialmente de una aromática taza de café, con un par de catalinas, que minutos antes había servido la anfitriona. El hijo varón de los dueños de la finca, interrumpe el conversatorio y expresa. ¡Un avión! Dirigieron la vista al lugar indicado por el joven. El grupo de personas pudo observar una luz que se movía en el espacio, no se percibía sonido alguno. La luz se notaba muy tímida y pequeña, quizá por la distancia entre los observadores y el titilar de una luz en movimiento y que se trasladaba en dirección Suroeste. Por un momento se olvidó el tema del avión y la conversación prosiguió. Nuevamente el joven, que a lo mejor permanecía atento al trayecto que describía el objeto volador, volvió a interrumpir. Al levantar la mirada, todos, sorprendidos se dan cuenta que la luminaria es más grande y la apreciaban como más cercana a ellos; porque notaban que era posible que venía descendiendo.

El tema que comentaban en forma amena, fue sustituido por el haz de luz que se aproximaba más y más, al sitio en donde el grupo de personas permanecían.

Unos cuantos minutos más y el resplandor de la luz era tan intenso, que se produjo una distorsión en la vista, tal vez dilatación de las pupilas o simplemente se encandilaron. El resplandor causaba mayor impresión. Con toda precisión se podía observar que ese conjunto de rayos luminosos había bajado tanto, que se estaba posando sobre las copas de los árboles. El grupo se levantó a fin de precisar con exactitud lo que estaba viendo. En ese preciso instante, la ceguera los invadió, no vieron más nada. Tal vez un par de minutos o más y los vecinos que compartían amablemente, recuperaron la visión. Dicho de otro modo, pudieron divisar, más o menos el lugar aproximado en donde se presumía el descenso o aterrizaje de ese aparato.

Volvieron a sentarse y esta vez a comentar lo que había acontecido. Cuentan, que luego de extinguirse la luz, sintieron un frío muy extraño, cual escalofríos por una  fiebre muy alta. Continuaban preguntándose. ¿Que sería eso? No era un avión porque no sonó ni explotó. ¿Sería una estrella que se calló? El niño con su cálida inocencia interviene. _Esa luz son muchas luciérnagas amontonadas. El grupo deja oír unas carcajadas, porque les pareció gracioso lo que expresó el infante. Otra de las personas comenta._ ¡Eso puede ser un platillo volador! El grupo de personas decidieron ir a dormir, pues el frío que sintieron les dio somnolencia, se despiden dándose las buenas noches. Mañana es otro día.

En simultáneo y en otras comunidades pudieron observar el descenso de una gran luminaria que se posaba o desaparecía entre los árboles y los cerros. Esto se pudo comprobar, ya que, al día siguiente ese fue el comentario que estaba en boga entre los vecinos de esas comunidades, pues el tema de la conversa era, sólo el descenso de la luz.

San Francisco, Palmira, Las Mamitas, El Combate, Esta agrupación de poblaciones pudo observar solamente una luz resplandeciente que descendía hasta que desapareció de la vista. Es bueno señalar que este grupo de comunidades, están aproximadamente entre seis y siete kilómetros en forma lineal, con la mirada al Suroeste, hacia el lugar en donde se cree descendió esa luz que al principio se creyó que se trataba de un avión. Coinciden con nativos de otros pueblos que aseguran haber visto una inmensa luz muy incandescente, que no poseía sonido y que a cada instante bajaba hasta desaparecer en un lugar específico, que no se podía precisar porque la distancia entre esos pueblos y el lugar donde se extinguió, era considerable.

En cambio, en Las Yaguas, Monte Cristo, La Fortaleza, Las Playitas entre otros, se cuenta que estuvo muy cerca de su mirada.

Fue una gran conmoción para los habitantes de esos caseríos, al efectuar todo tipo de comentarios. Para unos, muy sensacionalistas y para otros, no le dieron mayor importancia. No obstante, los vecinos de la conversa en el caserío Las Yaguas, al levantarse, continuaron con el comentario. Todos extrañados porque habían dormido toda la noche, hasta el perro permaneció echado en un rincón de la casa, no latió en la noche y es posible que nadie lo sintiera o se haya quedado dormido.

Más adelante el señor Ignacio explica, que esa luz puede ser que contenía una sustancia o componente que produce adormecimiento. No es descartable. La esposa del señor Antonio, preparando el café de la mañana, interviene, después de dar los buenos días. Cuenta. _Yo me asusté mucho, no quise decirles nada para no alarmarlos. ¡Bueno! El mondongo ya está listo, lávense las manos y pasen al comedor.

Como todos los domingos, el ritual en todos estos pueblos, el degustar de un buen plato de mondongo dominical es una tradición muy ancestral, enraizada en las costumbres de esta zona del semiárido. Día domingo, finalizaba el lapso de vacaciones de la familia Rodríguez Cambero. La señora Mariela participa en la conversa y plantea que después del desayuno y antes de regresar a San Francisco, vayan hasta el lugar o cercano a él a fin de observar con precisión que había pasado o que fue lo que sucedió. Continuó la señora Mariela._ Los niños se quedan, para evitar algo inesperado.

Posteriormente, después de degustar una exquisita, deliciosa taza de mondongo de costilla de res con gallina, con bastantes verduras y luego de un breve reposo, salen al sitio que se había calculado que la luminaria había desaparecido o que el objeto pudo haber aterrizado.

La comitiva estuvo compuesta por los señores Antonio, los dos hijos, el señor Ignacio, Mariela su esposa y el trabajador de la finca, por cuanto, ya había ordeñado. Este obrero fungía como el guía, llevaba un machete bien afilado. Él indicó el rumbo a seguir. La maleza estaba bastante alta, hubo que sortear el camino. El obrero avanzaba en la vanguardia e iba cortando el monte a objeto de abrir un poco más la trocha. A pesar de que todavía era temprano, las nueve de la mañana hacía mucho calor, además el caminar por encima del monte y el pasto; les producía un escozor terrible, pues bien, no llevaron agua y los más jóvenes se quejaban de esa situación. En algunos momentos perdían la línea recta que llevaban, buscando el sitio que presumían había caído el aparato. El zigzaguear, les permitía volver aproximarse a la línea recta que se trazaron al iniciar el recorrido.

Una hora quizá o más tiempo, fue el estimado, cuando comenzaron a divisar un espacio sin vegetación, se apreciaba como si lo hubiesen quemado, no se veían árboles, ni arbustos, mucho menos pasto. De ese sitio en particular, estaban todavía a unos trescientos metros. Midiendo la distancia, calculaban haber caminado entre uno o dos kilómetros. Estando en el borde del espacio, se dibujaba una circunferencia de un aproximado de cien metros de diámetro. El trazado era tan perfecto, que no se explicaban la forma de cómo lo habían hecho. Ninguno se atrevía a penetra, ni pisar el área afectada por la supuesta quema. No existía rastro, ni estela que indujera que esa zona había sido quemada y de esa manera, era lo que más se aproximaba, sin embargo, tampoco se evidenciaba que el monte fue cortado, ya que no se observaba el corte del mismo. Transcurrido unos minutos, el obrero se decide, se agacha y toca con su mano derecha la línea divisoria entre la vegetación dejada atrás y el trazado de ese círculo que pudo haber sido con un compás improvisado. Al clavar una estaca en el centro y atarle una cuerda y con un recipiente que contenga cal y que el mismo se le haya hecho un pequeño orificio, se puede trazar un círculo como este. Pareciera una cancha de atletismo. José Francisco, el obrero. Continúa._ ¡No está caliente! Y tampoco no tiene cenizas. ¿Vamos más allá? Pregunta. Los acompañantes deciden y lo siguen. Caminan por el centro de la circunferencia, al llegar a la mitad, se detienen, prácticamente habían recorrido un radio de cincuenta o sesenta metros. Muy nerviosos, observan, miran hacia atrás y a los alrededores del espacio circular. Sienten un olor penetrante a carne asada, avanzan unos metros más y en un lugar similar a una pequeña quebrada, estaban los esqueletos completos de cinco vacas y una pequeña. A lo mejor un pequeño maute.

En ese instante el señor Antonio piensa en su rebaño y se imagina que le fueron quemados varios de sus animales. Dos lágrimas ruedan por sus mejillas. Empero, José Francisco dice._ No son de aquí, porque el ganado estaba completo cuando ordeñé. No se percibieron los cueros, al acercarse un poco más, él toca la cabeza de una de las vacas e inmediatamente, se vuelve polvo, y se desintegró. El señor Antonio al observar esa situación, tan extraña, tan rara, se preocupó y le ordena a los compañeros de la excursión, que se regresen inmediatamente. _Esto es muy extraño comentó la señora Mariela, con tartamudez. _ ¡Vámonos rápido! Concluyó.

José Francisco inicia la retirada, con su machete en la mano, corta algunas ramas que estaban atravesadas en el camino. Nadie habló, nadie dijo nada. Ni una voz, ni un quejido, ni un lamento se oyó. Sólo el rasgar de las ramas con los cuerpos danzantes, el zis, zas, el ruido de las pisadas entre el matorral con las hojas secas y la percusión certera del machete que abre camino, más el murmullo de algunas chicharras que aún permanecían a pesar del tiempo. Empero el ensayo del concierto interminable se repetía con persistencia a lo largo de la distancia y del tiempo, el ritmo de una marcha acelerando ya que las notas no salían como se habían establecido. Toda una incertidumbre, una odisea

Daba la impresión que querían adelantar al guía de la comitiva. El regreso fue más rápido, que todos decidieron bañarse al mismo tiempo. Los caballeros se metieron en una pequeña quebrada y las damas se ducharon en el lugar del baño de la vivienda. El escozor, la picazón, el ardor en el cuerpo era insoportable. El tema fue obviado.

Ignacio trata de encender el motor de su vehículo, pero no responde. Insiste varias veces hasta que lo logra. Su señora esposa y su hijo trae algunas maletas. La prisa fue tan exagerada que no hubo tiempo para despedirse, además dejaron olvidadas otras que contenían alimentos: carnes queso suero y frutas.

La modorra, el enajenamiento del ánimo fue interrumpido por el niño, quien con una voz en tono fuerte y audible pronunció._ ¡Papá para que me orino! La reacción fue una acción retardada. De pronto el conductor da un frenazo. Las tres personas se balancean y el vehículo se detiene. El niño trata de salir por encima de su madre y no lo logra. Tuvo que esperar a que ella bajara. Es posible que el chofer manejaba por instinto, inducido por el subconsciente, que lo obligaba a alejarse de ese lugar lo más que pudiera y que lo observado, es obvio que haya causado en ellos un reposo letárgico o de otro modo, fueron contaminados en su estado emocional y psicológico. Era como algo prohibido continuar hablando de ese tema. Continuaron el viaje y en el trayecto sólo se le oyó al señor Ignacio. Decir. _ ¿Están bien? _ Sí respondieron afirmativamente. Una hora más tarde llegaban a su destino._ ¡San Francisco!, llegamos a nuestro pueblo. _Comentó el niño.

Todavía no salían del asombro, todos confundidos, desorientados, bajaron las maletas. La señora Mariela preparó algo para el almuerzo, se fueron a descansar, se bañaron y se quedaron dormidos por unas doce horas. Al darse cuenta, era un nuevo día. El disfrute de las vacaciones se había convertido en un drama que no querían comentar. Fue al mucho tiempo cuando otros vecinos comentaban que habían visto una gran luz reluciente, que descendía o aterrizaba. Posiblemente se trataba de un platillo volador. Sin embargo, en el caserío Las Mamitas, en una reunión social, la familia Rodríguez-Cambero, desató el nudo del silencio y cuentan con lujo de detalles lo acontecido en ese período vacacional.

De CUENTOS DE MI COMARCA SAN FRANCISCO Nº15

Edecio R. Riera M.
Nació en San Francisco Parroquia Montes de Oca, del municipio G/D. Pedro León Torres del estado Lara Venezuela. Luego de obtener el título de Maestro de Educación Primaria, y posteriormente de Título de Profesor de Educación Integral ejerció la docencia por más de 30 años en el municipio Torres. En el año 2019, la Editorial “El Perro y la Rana del Ministerio de la Cultura, editó su Libro “Se Soltó el Diablo en Carora”, Versión Digital. Creador del “Método Activo de Lectura” para enseñar a leer y escribir a los niños a temprana edad a través de la estrategia metodología ludodidáctica. Aprender jugando. Primera versión (Manual Artesanal) ahora Tecnológica Digital), año 1983. Trabajo Lúdico. Pintor, Caricaturista, Publicista, Artesano de la Técnica “Repujado sobre Metal” Músico, Compositor. Autor de 55 Artículos narrativos (hasta ahora) de Historiografía Local, de personajes, hechos, sucesos, vivencias, de este municipio, los cuales están en espera; a objeto de que puedan ser editados en un nuevo libro. Desde el año 2008, fue contratado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, como Operador Cultural en el municipio Torres, hasta la fecha.