Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gmail.com
Negación del pasado hispánico.
En un país como el nuestro, Venezuela petrolera saudita y pitiyanqui (la expresión es de Don Mario Briceño Iragorry), donde se desprecia el pasado colonial hispánico de manera casi que como sistemática, la figura de don Carlos Federico Duarte Gaillard se agiganta tomando dimensiones verdaderamente grandiosas y colosales.
Fue este eminente restaurador e historiador caraqueño quien nos hizo ver una realidad de forma visual que muchos obcecadamente niegan: “España nos abraza a todos; es, en cierta manera nuestro lugar común, España nos dio, por lo menos, la mitad de nuestro ser. La medida de nuestro odio es idéntica a la medida de nuestro amor (por España)”, afirma tajantemente el escritor mexicano Carlos Fuentes (El espejo enterrado. Nueva meditación sobre América Latina. P. 15, 16 y 17).
Cuando nos enteramos apesadumbrados del fallecimiento de don Carlos Duarte el pasado 6 de febrero de 2024, pensé inmediatamente en una observación que hace Ramón Pompilio Oropeza, estudiante caroreño de la Universidad en 1889 acerca de la conducta “irrespetuosa a la Casa de Dios sobre todo en las grandes festividades, poquísimas son las personas que están allí con el respeto debido, en una palabra, los templos parece que se convierten en teatro (en Caracas). Ojalá que por allá (en Carora) no nos llegue esta clase de civilización.”
Esa casa de Dios a la que se refiere el joven bachiller Oropeza no es otra edificación que la antigua Catedral de Caracas, magnífico templo colonial hispánico al cual Carlos Duarte entrega lo mejor de sus esfuerzos durante muchos años, junto al arquitecto italiano Graziano Gasparini. Este par de notables restauradores escribieron a cuatro manos una obra de excepcional calidad y que atesoro en mi biblioteca: Historia de la Catedral de Caracas, Grupo Univensa,1989, 238 páginas.
El arquitecto italiano y docente de la Universidad Central de Venezuela Graziano Gasparini (1924-2019) fue el encargado de restaurar la antigua Iglesia de San Juan de Carora, arquitectura de factura marcadamente insular canaria, en ocasión del Cuatricentenario de esta rancia urbe del semiárido occidental larense en 1969. Aun lo recordamos cuando le daba un vistazo al soberbio órgano barroco de la Iglesia que -debemos denunciar con dolor- se haya inoperativo hogaño.
En la introducción a la Historia de la Catedral de Caracas, nos dicen los autores que “La actual Catedral Metropolitana de Caracas fue, y hasta cierto punto sigue siendo, uno de los monumentos más importantes de la ciudad. Acto seguido nos revelan lamentados que “La decadencia que actualmente se observa en ella, y la cual se origina a partir del terremoto de 1812 y que prosiguió con las sucesivas destrucciones y desaciertos en su conservación, han hecho que hoy se halla perdido el sentido de calidad que prevaleció originalmente en ese edificio.
La Iglesia Católica, institución que nuestros pensadores positivistas calificaron como “nido de fanatismo”, ha tenido sin embargo un alto sentido estético y de la cultura que quizás se haya perdido para siempre. Su esplendor barroco llega a su cénit a finales del siglo XVII y continua en el siglo XVIII. Sin embargo, a pesar de la Guerra de Independencia y la insensibilidad e ignorancia de sus custodios del siglo XIX y del presente siglo XX, la Catedral refleja aun en ciertos aspectos de su arquitectura y en algunos de sus muebles, esculturas, pinturas y orfebrerías, el esplendor que tuvo en el pasado, valoran Duarte y Gasparini.
Estos autores destacan tres estilos artísticos por los cuales ha atravesado la historia de la Catedral caraqueña: el barroco de inspiración en el Concilio de Trento del siglo XVI y la obra de los sacerdotes jesuitas; el rococó como reacción francesa al barroco; y finalmente el neoclásico como reacción a los dos anteriores estilos, y que se manifestó a fines del XVIII, siglo de la Razón.
Dicen además los autores que la Catedral fue uno de los centros culturales de mayor importancia en Venezuela hispánica. Proporcionó una fuente importante de trabajo y estímulo a los artistas locales, que produjeron estupendas obras de talla, escultura, pintura, platería, orfebrería, fundición, dorado y bordado, además de que se convirtió también en un centro de estímulo favorecedor del movimiento musical caraqueño, la Escuela de Chacao.
El edificio y su contenido han soportado una contínua destrucción y empobrecimiento, que se agudiza en la primera mitad del siglo pasado. “Por esta razón, dicen los autores, el libro que hoy presentamos pretende reconstruir y salvar gráficamente la imagen esplendorosa de lo que fue aquel monumento a través de su historia. Buena parte de esos testimonios, vergonzosamente destruidos en nuestro siglo.”
Pero todo no ha sido destrucción, “es justo reconocer, dicen Duarte y Gasparini, que se han realizado restauraciones de la nave de San Pedro, las cuales son las primeras que se han realizado en la Catedral de Caracas con carácter científico, las que le han devuelto a esa capilla parte de su carácter original y sentido estético…se ha preservado lo poco que queda del pasado.”
Influencia mudéjar en nuestra arquitectura colonial.
Debemos destacar con asombro que en 1986 se hizo un descubrimiento sensacional durante las obras de restauración de la Catedral de Caracas: El techo es desmontado cuidadosamente y se descubre bajo un falso techo del presbiterio el artesonado policromado, de estilo mudéjar, lo que constituye una suerte de censura católica a la influencia morisca en nuestra cultura que se realiza en 1867, en tiempos del obispo Guevara y Lira, y que continuó bárbaramente en 1933 cuando desapareció la techumbre mudéjar de par y nudillo para ser sustituidas por platabandas de horrible concreto, por una orden inveterada y muy torpe del arzobispo Felipe Rincón González, obra de destrucción que continuó con el arzobispo Cardenal José Humberto Quintero en 1966, dicen Duarte y Gasparini.
Un artesonado es una techumbre con decoración de madera que se usa frecuentemente en la arquitectura andalusí y mudéjar en la Península Ibérica. Tiene la forma de una artesa invertida, de allí su nombre. Es una maravillosa muestra de la carpintería mudéjar existente en Venezuela colonial que permaneció olvidada hasta hoy.
Ese techo -dicen Duarte y Gasparini- fue decorado en 1817 por Maximiano Ochoa, en plena Gesta de Independencia. La extraordinaria y muy elegante geometrización del artesonado de la Catedral de Caracas es verdaderamente sorprendente: está dividido en cinco cuarteles, cuatro de ellos de forma triangular, y uno de forma cuadricular que ocupa su centro. Su restauración fue extremadamente complicada y permitió salvar la totalidad de la techumbre original que se había podrido o se había desintegrado.
¿Quién era Carlos Federico Duarte Gaillard?
Nace Carlos Duarte en la Caracas de los techos rojos el 4 de enero de 1939, hijo de un prominente matemático y astrónomo llamado Francisco Duarte. Su gusto por la restauración se inicia en 1959 en la Galería de Arte Nacional (GAN). Estudia restauración en Inglaterra en la famosa Natinoal Gallery y en el Victoria y Albert Museum. A su regreso labora en la GAN y el Museo de Bellas Artes. En 1987 ocupa el sillón “I” de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, su discurso de incorporación se refirió a La fiesta del Corpus Christi en la Caracas hispánica. Recibió la Orden Andrés Bello, la Orden Francisco de Miranda.
Fue un prolífico investigador y escritor. Entre sus más de cincuenta publicaciones podemos destacar: Casimiro Isava (Noviercas, 1734 – Cumaná, 1802) Un Ingeniero Militar de la Ilustración en Venezuela. España 2019; La casa de Don Juan de Vegas y de Don Felipe de Llaguno. Dos casas emblemáticas de la Caracas del siglo XVIII. 2012; Nuevos aportes documentales a la historia de las artes en la Provincia de Venezuela. (Período Hispánico), 2008; Historia de la Herrería en Venezuela. Período Hispánico, 2007; El Arte de Tomar el Chocolate. Historia del coco chocolatero en Venezuela, Caracas 2005; Grandes Carpinteros del Período Hispánico Venezolano. 2004; Historia de la Casa Natal de Simón Bolívar y aportes documentales sobre la Cuadra Bolívar, 2003; Patrimonio Hispánico Venezolano Perdido. Con un apéndice sobre el arte de la sastrería, Caracas 2002; La vida cotidiana en Venezuela durante los Siglos XVII, XVIII y comienzos del siglo XIX (2 tomos), 2001. No debemos olvidar la memorable Historia de la Catedral de Caracas, 1989, escrita con Graziano Gasparini, bellísima y bien cuidada obra que nos inspira escribir este trabajo.
Podríamos decir que la obra de rescate del pasado hispano de Carlos Duarte es la continuación espléndida por lo visual y colorido de la nueva perspectiva histórica que iniciaron en la centuria pasada los llamados “revisionistas históricos”, donde resaltan los nombres de Mariano Picón Salas y Mario Briceño Iragorry. Ellos sostenían que la Colonia no debía verse con telescopio, como se había acostumbrado, sino con lupa, acercándonos a ella. Que la cultura de Venezuela en sus pilares fundamentales, lengua castellana y catolicismo, se formó en esos largos 300 años de coloniaje, proceso que no se cancela ni mucho menos en 1810 o en 1811 con la Independencia, sino que continúa hasta el presente.
Una moraleja duartiana.
Resulta verdaderamente dramática y preocupante la afirmación de Carlos Federico Duarte en el sentido de que en nuestro pasado colonial hispánico gozábamos los venezolanos de mejor y más nítido gusto estético que en el presente. Hogaño vivimos en la que llamó el sabio caroreño Cecilio “Chío” Zubillaga, la cultura del pastiche. El mal gusto, lo kitsch, en casi todos los órdenes campea entre nuestros ciudadanos sin importar clase social. Donde posemos la mirada o el oído impera lo cursi, “chabacano” y vulgar, lo que constituye un auténtico peligro para la cultura. La llamada industria cultural y el mercado nos imponen horrorosos criterios disque estéticos: la “estética Barbie”, por ejemplo, ñoña, engolada y vistosa, revela la ausencia de estilo de manera dramática.
Los hispanoamericanos de hace tres o más centurias sí que tenían criterios estéticos definidos, unas definiciones precisas que derivaban del trono y del altar: nuestra excelente cultura barroca que será difícil o cuando menos imposible de superar. No somos, como se podría creer, nostálgicos del pasado colonial, no. Lo que advertimos con el Maestro Carlos Federico Duarte es que carecemos en la actualidad de respuestas estéticas genuinas y definidas. Será en todo caso lo que sufrimos sea una antiestética, moralmente dudosa, mescla caótica de estilos, amalgama sin pies ni cabeza: una falsa y alienada conciencia. Un pueblo pasivo que soporta tal bombardeo del mal gusto y de lo obsceno es incapaz de preservar y de mantener lo nacional venezolano.
Necesitamos de una nueva sensibilidad, unos criterios estéticos firmes y definidos, una valorización de la alta cultura, para desde esos pivotes básicos construir la Venezuela del tercer milenio.
Gracias, don Carlos Federico Duarte, por abrirnos el camino.
Carora, Estado Lara, República Bolivariana de Venezuela. 10 de mayo de 2024.
Foto cortesía del autor