Por Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gmail.com

Hace más de medio siglo llega a la ciudad del semiárido larense venezolano llamada Carora un profesor que iba a dictar clases en el Liceo Egidio Montesinos, única institución de educación media en el Distrito Torres. Era el docente Fausto Pérez, egresado del prestigioso Instituto Pedagógico de Caracas en la especialidad de biología, quien me contó una anécdota muy interesante sobre su arribo a la rancia ciudad del Portillo de Carora, vieja urbe fundada en 1569.

“Tomé la decisión de llegar con mi familia un domingo a mediodía, me dijo en tono solemne, y casi me devuelvo ese mismo día para Caracas”. Le habían dicho que Carora era insoportable por el elevado calor superior a los 30 grados centígrados, por sus miríadas de zancudos, por las terribles 360 curvas de su carretera hacia Barquisimeto, por la impenetrable y hermética casta de los godos o caracolorás caroreños. Pero no fueron estos factores los que por poco nos quitan a este inteligente hombre que forma generaciones de caroreños y que decide darle descanso a perpetuidad a sus huesos en este “vasto erial”, tal como lo llamó Chío Zubillaga a comienzos del siglo pasado.

Lo que causa enorme sorpresa y desconcierto al recién llegado docente fue el hecho de que consiguió a la ciudad despoblada y solitaria a aquella hora meridiana, donde los refulgentes y extremo cálidos rayos del astro rey, hacen que los seres humanos se refugien en sus refrigeradas casas de tejas, caña brava y adobe a dormir la siesta de mediodía, una sana costumbre que él desconocía. Pregunta Fausto a un solitario anciano que se le atraviesa que dónde está la gente de Carora. Para formidable admiración de mi amigo, le responde el provecto hombre “Están reposando el mondongo.” En efecto, hartarse de ese magnífico yantar extraído y preparado de las vísceras del chivo, res y el marrano era una como obligación de todo habitante de aquella antigua urbe donde se respira un vaho colonial. “No lo podía creer”, me dice muchos años después mi colega que no conseguía explicación racional a aquella añeja y heteróclita costumbre del semiárido occidental venezolano.

Aquello que no tenía cabida en aquel docente de formación marxista, se ha venido transformando en mis reflexiones de hombre septuagenario, destacando la inmensa y magnifica significación de aquel sueño meridiano para la cultura de habla castellana y creencias católicas. A mi modo de ver es un componente esencial de la semiosfera de sentido que se ha ido incubando en estas difíciles geografías de centroccidente patrio desde hace muchas centurias. Es que la geografía le ha dado una significación, ha grabado una profunda huella en el psiquismo local, a tal punto que podemos afirmar que existe una impronta semiárida en la conformación de nuestra mente y en nuestra cultura, tal como lo planteó el semiólogo soviético Yuri Lotman.

La siesta dominguera y de todos los días constituye una suerte de renovación mental, el poder del sueño y la ensoñación que se produce luego del trabajo intenso mañanero.  “Pensador de hamaca y zaguán” llamó José Manuel Briceño Guerrero al gran intermediario cultural que fue el caroreño Cecilio Chío Zubillaga. El camarón del mediodía hizo a nuestros lugareños más lúcidos y creativos en aquella geografía inhóspita sobre la cual denostaron y calumniaron los positivistas venezolanos y continentales, armados de un obsoleto determinismo de la geografía que hizo del calor un enemigo de la idea del progreso.   Sale en defensa del calor y de la “civilización del calor” el eminente ensayista merideño Mariano Picón Salas (1901-1965). “Calor seco y calor húmedo, afirma, son dos connotaciones fundamentales de nuestra Geografía biológica. Las tierras de calor seco, Margarita, Cubagua, Coro, Carora y el Tocuyo fueron tempranos centros de colonización española”. (Comprensión de Venezuela, 1949, p.22) Allí se pregunta genialmente el ensayista merideño: “¿Con Sol, paisaje y leche tomada al pie de la vaca no se disminuyen bastante las angustias del hombre supercivilizado?”

Le tomamos la palabra a don Mariano Picón Salas a 60 años de su muerte y cuando las angustias del hombre supercivilizado se han agigantado aún más en este tercer milenio que nos agobia. Y es en la potencia del norte, donde, como dijo el uruguayo Rodó en 1900, triunfa la ideología utilitarista del incesante y desenfrenado progreso, el lugar donde se ha hecho recientemente el fenomenal redescubrimiento de la siesta para continuar la vida y evitar ser triturados por esa inmensa máquina de moler carne humana que se ha instalado en Estados Unidos. Paul Lafargue, teórico decimonónico de lo que llamó el derecho a la pereza, hubiera saludado con enorme simpatía a la señora Tricia Hersey, llamada la “obispa de la siesta”. Ha creado esta afroestadounidense descendiente de esclavos el Ministerio de la Siesta.

Allí insta, dice ella a The New York Times del 13 de noviembre de 2022, a sus seguidores a utilizar el tiempo para dormir en lugar de dedicárselo al trabajo adicional, y dejar de pasar el rato mirando una pantalla para contemplar a la nada. Los momentos de tensión dedicados a preocuparse por decepcionar a los demás estarían mejor empleados en reflexionar sobre nuestras propias necesidades y comodidades, señaló Hersey. Se trata de negarse colectivamente a exigirse demasiado.

Tricia Hersey, continúa The Times, que ahora tiene 48 años, empezó a invitar a la gente a dormir la siesta colectivamente mientras ofrecía sermones tranquilizadores sobre el poder del sueño y la ensoñación. Compartía la idea de que “el descanso es resistencia” con un grupo creciente y entusiasta de seguidores, que también estaban cansados del trajín, y lo hacía tanto de manera presencial como en línea.

Mientras que algunos de nosotros acabamos de asimilar conceptos como “renuncia silenciosa” y “vida suave”, Hersey lleva años predicando el evangelio del descanso y el desprendimiento de las presiones corporativas y académicas. El empeño se ha disparado desde el inicio de la pandemia en 2019, cuando su plataforma en internet empezó a crecer en decenas de miles de seguidores al día. Hersey da charlas por todo el país, de costa a costa, y ofrece servicios de asesoría a personas que quieren evitar el agotamiento.

“Hersey y su cruzada popular están recibiendo oleadas de simpatizantes. Su primer libro, Rest Is Resistance: A Manifesto se presentó en octubre. El nuevo espacio del Ministerio de la Siesta, bautizado como Templo del Descanso y ubicado en una iglesia presbiteriana poco utilizada del vecindario de Grant Park de Atlanta, acogerá sesiones colectivas de siesta, ensoñación y asesoría espiritual. El Ministerio de la Siesta no es un movimiento religioso, dijo la obispa de la siesta, sino un antídoto espiritual para los problemas terrenales que asolan a las comunidades: el agotamiento, las enfermedades crónicas y las crisis de salud mental, cuestiones que, según ella, surgen de los sistemas del capitalismo y el supremacismo blanco.” Es una inusual lucha desde dentro del capitalismo que no pudieron siquiera imaginar Karl Marx y Federico Engels en el ya lejano siglo XIX, cuando la obispa de la siesta recomienda el “sabático digital”, una suerte de huelga contra el tecnofeudalismo de los barones de las gigantescas empresas digitales: Amazon, Google, Meta, Apple, Microsoft.

He aquí pues que el mundo superdesarrollado ha redescubierto la siesta del mundo de habla castellana, a la que algunos llaman el “yoga ibérico”, parte innegable de nuestro patrimonio cultural hispano, y que al llegar al Nuevo Mundo americano se encontró con su delicioso  e ideal complemento en la hamaca caribeña, y su primo el sabroso chinchorro, un signo que los cristianos del genésico siglo XVI interpretaron como una muestra innegable de que estaban en presencia del mismísimo Paraíso Terrenal al ver a aquellos plácidos y buenos indígenas adormilados en aquellos deliciosos  paramentos  que anunciaban la segunda venida de Cristo en la Parusía.

La siesta u hora sexta romana, un producto de la cultura mediterránea, se abre paso con enorme éxito, junto a nuestra hamaca, la que acompañó a Simón Bolívar en la larguísima guerra anticolonial, en el mundo despersonalizado noratlántico blanco, anglo-sajón y protestante.  Personajes como Albert Einstein cantaron sus alabanzas y Winston Churchill, que aprendió la costumbre en Cuba, fue su entusiasta cultivador, con la consecuencia inesperada de que sus colaboradores quedaban rendidos cuando le veían a él tan fresco a las dos de la madrugada y con ganas de trabajar más, durante los terribles días de la Segunda Guerra Mundial. Uno de los escritores más importantes de la literatura española del siglo XX, premio NobelCamilo José Cela, con su sarcasmo habitual, ensalzó la práctica y disfrute de esta costumbre tan española. El novelista decía de la siesta que había que hacerla «con pijama, Padrenuestro y orinal».

Como Cronista Oficial del Municipio General de División Pedro León Torres, hemos propuesto en diversos escenarios, se declare a la brevedad La Siesta como patrimonio cultural del semiárido occidental larense venezolano.

Carora, Estado Lara. República Bolivariana de Venezuela.

Martes de carnaval, 3 de marzo de 2025.

Foto cortesía del autor

Luis Eduardo Cortés Riera
Venezolano, nacido en Cubiro, Estado Lara. Doctor en Historia por la Universidad Santa María de Caracas, 2003. Docente del Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Barquisimeto. Cronista Oficial de Municipio Torres, Carora. Miembro de la Fundación Buría. Ganador de la Segunda Bienal Nacional de Literatura Antonio Crespo Meléndez, 2014, con el ensayo: Rafael Domingo Silva Uzcátegui, más allá de la Enciclopedia Larense, Psiquiatría y literatura modernista. Colaborador de las revistas literarias: Archipiélago, de México; Letralia; Carohana; Mayéutica, CISCUVE; Columnista del diario El Impulso de Barquisimeto. Autor: Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937, La gallarda serpentina de El Negro Tino Carrasco; Ocho pecados capitales del historiador; Enciclopedia Temática del Estado Lara; Iglesia Católica, cofradías y mentalidad religiosa en Carora.