Autor desconocido
Cortesia del Dr. Luis Eduardo Cortes Riera, cronistadecarora@gmail.com
Enclavado en el corazón de los Andes larenses, cerca del pintoresco pueblo de Cubiro, se encuentra Las Cuibas, un lugar donde las tradiciones se susurran con el viento frío de la montaña. Allí crecieron Adelis y Alí Freite, bajo la mirada amorosa pero firme de su madre, doña Himelda, y la guía de su padre, don Vicente. Adelis, con su alma de trovador, ya mostraba una profunda conexión con el folclore de su tierra.
Doña Himelda, como muchas madres de la región, alimentaba la imaginación de sus hijos con historias ancestrales, algunas dulces, otras… no tanto. Una de sus advertencias más insistentes, especialmente al caer la noche y la neblina danzaba entre los árboles, era sobre el temible «muerto sin cabeza». Les decía con voz grave: «¡Ni se les ocurra trasnochar, muchachos! Que anda suelto el muerto sin cabeza y no perdona a los desobedientes».
Pero la curiosidad infantil a menudo supera al miedo. Una noche particularmente fría, mientras el viento ululaba como un lamento entre las montañas, Adelis y Alí hicieron oídos sordos a las súplicas de su madre. La fascinación por desafiar lo prohibido los mantuvo despiertos, urdiendo travesuras y contándose secretos al calor del fogón.
De repente, un grito helado rasgó el silencio de la noche. Una figura tétrica, colgada de un árbol cercano, se mecía lúgubremente a la luz de la luna. ¡Era él! El muerto sin cabeza, tal como lo describía doña Himelda: sin testa, ahorcado, con las manos misteriosamente metidas en los bolsillos y una sonrisa macabra tallada en la nada.
El terror se apoderó de los pequeños Adelis y Alí. Sin pensarlo dos veces, sus piececitos descalzos comenzaron una frenética carrera ladera abajo, dejando atrás el calor del hogar y adentrándose en la oscuridad. El miedo les daba alas, impulsándolos sin rumbo fijo a través de la noche montañesa.
Sin saber cómo ni cuándo, llegaron temblorosos y exhaustos a las afueras de Cubiro, en el sector de Las Lomas. Allí, su propio padre, don Vicente, los encontró cuando regresaba de Cubiro en su fiel jeep, al que cariñosamente llamaba «El Cardenal». Al ver a sus dos hijos ateridos de frío y con los ojos desorbitados, don Vicente los reconoció de inmediato y los llevó de vuelta a casa, preguntándoles qué les había sucedido.
La reprimenda de doña Himelda fue severa, pero el susto había calado hondo en el corazón de Adelis y Alí. Aprendieron la lección de obedecer a sus padres y, a partir de esa noche, se esforzaron por ser niños ejemplares. Con el tiempo, se convirtieron en hombres de bien y profesionales exitosos, llevando con orgullo sus raíces larenses.
Adelis, fiel a su vena artística, nunca olvidó aquella noche de terror. A sus treinta años, formó un grupo musical que resonaba con la autenticidad de su tierra lalmado » Caraota Ñema y Taja». Fue entonces cuando plasmó aquella escalofriante experiencia infantil en una canción. «El Espanto» se llamaba, y su coro, pegadizo y lleno de humor, rápidamente se grabó en la memoria colectiva:
«Era un muerto sin cabeza,
sin pantalón ni camisa,
con las manos en el bolsillo
y una macabra sonrisa.»
La canción se convirtió en un fenómeno. Se cantaba en cada rincón de Lara, trascendiendo fronteras y llevando el nombre de Adelis y el folclore larense a escenarios internacionales. Junto a otras obras que rescataban las tradiciones y leyendas de su tierra, «El Espanto» catapultó su fama.
Hoy, desde la belleza serena de las altas montañas del cielo, Adelis, junto a otro gran Cardenal de la música venezolana, Pastor Blanco, seguramente sonríen al recordar aquella noche de travesura y el espanto que, paradójicamente, se convirtió en la melodía que conquistó al mundo, llevando consigo el eco misterioso de Las Cuibas.
Nota de Aldea Educativa Magazine: Pueden escuchar la canción completa de “El Espanto” en este enlace ejecutada por el mencionado grupo musical “Carota Ñema y Taja” entre los cuales está el autor y personaje de este artículo.